Luvina_84 / De novela

Existen dos vocaciones opuestas que se disputan el campo de la literatura, ha dicho Italo Calvino. Una tiende a hacer del lenguaje un elemento sin peso que flota sobre las cosas como una nube o como un campo de impulsos magnéticos. La otra tiende a comunicar al lenguaje el peso, el espesor, lo concreto de las cosas, de los cuerpos, de las sensaciones.

Para Borges, el poema y el cuento ofrecen al lector una emoción estética contundente, mientras que la novela nos da una serie de emociones y nos deja solamente su recuerdo. El ensayo —agrega Hugo Hiriart— es irresponsabilidad gozosa, y se atiene al discurrir de la inteligencia y la comprensión de las cosas.

No obstante, cualquier forma literaria puede transformarse en nuevas formas, pues la literatura posee en su esencia esa oportuna capacidad de saltar de la opacidad y pesadez de la realidad a la creación de mundos independientes de ella, pero coherentes en sí mismos. La literatura contiene la gravedad de la vida real, pero desde la levedad de la belleza.

En este número Luvina propone a sus lectores un abanico de disquisiciones sobre los límites y la vigencia de la novela. Discusiones acerca del estado actual de lo que tácitamente convenimos en seguir llamando o calificando para nombrarse o no de ese modo, y también las que se orientan sobre los vaticinios de los rumbos que puedan seguir títulos, autores y lecturas, e incluso las que aventuran la continuación o la reanudación o la inauguración de corrientes, o bien estipulan las rupturas con la tradición o el rumor de otras tradiciones ya en curso, o delinean y buscan explicar mutaciones formales y querencias temáticas y pertinencia política e histórica y cósmica y agonías y reinvenciones o crisis o apogeos o límites por preservarse o transgredirse o la inadecuación del género —si sigue siendo un género— al presente que atravesamos o su imperturbable vigor de rompehielos que abre siempre los mares que se le cierran.

Ante todo el barullo alrededor de la novela, en el que caben además las presiones del mercado y las ansias o la indiferencia de las multitudes y las prisas por triunfar cuanto antes y cuanto antes terminar en la trituradora de papel, previo paso fugaz por las mesas de novedades, y también las perplejidades auténticas o la no menos auténtica sevicia de unos y otros críticos, Luvina también ofrece a sus lectores fragmentos de novelas en proceso o inéditas, compartiendo poéticas concretas en las que queda manifiesta la posición personal respecto a la fabricación de novelas, o bien perfilando las experiencias decisivas que, como lector de novelas, resulte indispensable compartir. Porque una novela tiene ese efecto, invariablemente: nunca queremos ser sus únicos lectores.

Por otra parte, expresamos nuestra honda tristeza ante la perturbadora noticia de la partida de nuestro amigo, gran escritor y colaborador de esta revista, Ignacio Padilla, quien nos entregó para este número un ensayo lúcido y brillante como él mismo lo era.

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