Sobre árboles / Francisco Hernández

i

El sonido del viento,
a pesar de su filón de voces,
no logra pronunciar en francés
la palabra que persigna a los árboles.
Dice abres si el mal dolor le gana
o besar, si se acuerda de una boca rugosa.
Incluso, para que sus ráfagas puedan decir
alerces, secoyas, alcornoques o algarrobos,
sumerge su garganta en una olla de silencio.
Han encontrado fragmentos de sus garras
en un baobab, en la parte más blanda de un ombú
y en un simple, adolescente cocotero.
En la jungla, en la montaña
o en alguna fronda espesa,
no es raro que el cadáver del viento,
con la palabra arbes tatuada en la frente,
aparezca semienterrado,
en ciclónica descomposición.

 

ii

Termófilo, de arborescencia en retoños,
suelta el guayacán copudo su alcanfor bien
aceibado, por lo solariego de los fresnos.
El palpitar de sus hojas, de alguna arritmia
sufriendo, no deja para otro día la sacudida
posible: el higuerón se pandea ante crecientes madroños,
el algarrobo se ensarta en puyas de un tilo
anciano y el ahuehuete, añoso de igual manera,
con flores de sasafrás y follaje reducido,
cubre al demonio sin piocha con leche de vil
siringa y testículos cochinos.
Mas sin avisar revienta un aguacero serrano.
Cambia de sitio el boscaje, los caballos saltan
cercas y en la parroquia bendita las hormigas
van y vienen hasta que al fin se confiesan.

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