El navegante* / Anónimo

Es esta la canción de quien se hace a la mar
y al peligro que asecha, y a la ruda jornada
que agobia tantas veces la firmeza del ánimo
con horas lacerantes de opresiva zozobra.
Mi barca era tirada por las olas rompientes;
amarga era la guardia por la noche al timón,
librando los escollos entre el tremendo estruendo.
El frío destrozaba mis pies entumecidos;
el hambre se ensañaba con mi hartazgo del piélago
y onerosos cuidados a mi pecho asediaban.
Nada sabe el que pesca
                                     costeando el agua dulce,
nada de mis pesares por los mares helados,
henchidos en invierno de trombas y tormentas.
Golpeado por la escarcha y los pedriscos de hielo;
a solas, sin amigos y lejos del hogar,
rompía en mis oídos nada más el tumulto
de las olas furiosas y el grito de la planga.
En lugar del salón con risas de invitados,
escuchaba las quejas de las albas gaviotas,
el canto de las sulas locas y las pardelas.
Al ventarrón que hería los riscos lo aguijaba
el agudo lamento del petrel escarchado
y, envuelta en hielo, el águila marina rechinaba.
A mi cansancio a solas nunca lo confortó
—del amigo o el pariente— la dulce compañía.
Poco crédito debe dispensarme quien pasa
su vida rodeado de vino y complacencias:
lejos de los peligros y las penas sufridas
por alguien como yo, que ara yermos de agua.
Se agigantaban todas las sombras de la noche,
nevaba desde el norte; luego llovió el granizo,
la simiente más fría.
                                Suma dolor ahora
al corazón que labre yo ahora, en solitario,
las olas arboladas y las crestas de sal;
en su anhelo, mi alma me sirga mar adentro,
ansiosa de remotos puertos, de ignotas costas…
Mas no existe en la tierra quien, asaz altanero,
colmado de presentes y curtido en proezas,
fiel como nadie a Dios, no padezca aflicción
al cumplir su travesía a no importa qué puerto.
No le importa tañer el arpa ni la alianza,
ni el amor de mujer ni los goces mundanos;
ni tampoco otra cosa, salvo el tumbo marino:
la ola aturde a su alma y se agita intranquilo.
La nostalgia lo oprime en medio del océano…
Los bosques florecientes, los puertos laboriosos,
los campos que verdecen, el mundo que revive:
todo a partir incita a quien ansía el largo
viaje por el ondeante camino de las aguas.
También el cuco, heraldo del verano,
con su voz lastimera despierta amargas penas
en el pecho…Quien vive próspero en tierra firme
ignora la zozobra de aquel que surca inmensas
sendas de exilio, puesta la proa hacia el fin del mundo…

VERSIÓN DE JOSÉ LUIS RIVAS

 

*Antiguo poema anglosajón, compuesto probablemente a principios del siglo viii de nuestra era, vertido al español a partir de las traducciones inglesas de Ezra Pound, Michael Alexander, Kevin Crossley-Holland, S. A. J. Bradley y Georges K. Anderson.

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