Entrevistas / El Cobra de Tomasena / Alfredo Sánchez

No fue tan casual que el día de la entrevista con José Miguel Tomasena (Ciudad de México, 1978) los medios de comunicación estuvieran informando sobre el reciente motín en el Penal de Topo Chico, en Monterrey, que dejó varios muertos. Fue el segundo en 2016 en el mismo reclusorio: ya en febrero se había difundido aquel infierno donde murieron 49 internos y con el que pudimos acercarnos, una vez más, a un pedacito de la realidad de los penales en el país con su sobrepoblación, sus intrincadas redes de poder, armas, drogas y violencia cotidiana. La paradoja no por conocida es menos brutal: los centros de supuesta rehabilitación para delincuentes son espacios donde habitualmente se enseñorea el crimen con todas sus prácticas violentas y prepotentes toleradas por la misma autoridad cómplice.

Tomasena, joven narrador radicado en Guadalajara, acaba de publicar La caída de Cobra, su primera novela, editada por Tusquets. En ella habla de la dura realidad que se vive en las cárceles del país a través de un personaje que ejemplifica una parte de ese microcosmos, metáfora de la realidad nacional: Cobra, apodado así por ser el encargado de cobrar deudas dentro del penal y quien sufre una transformación cuando su mundo se viene abajo y se convierte en una especie de víctima del mismo sistema carcelario.
José Miguel Tomasena es filósofo, estudió un master en creación literaria, ha sido periodista, editor y guionista cinematográfico. Ganó en 2013 el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí por un libro titulado ¿Quién se acuerda del polvo en la casa de Hemingway? Actualmente estudia un doctorado en Barcelona. En una pausa regresó hasta México para promover su novela, y gracias a ello tuvo lugar esta conversación. El escritor, alto, sonriente y con excelente sentido del humor, responde emocionado a la primera pregunta, relativa al hecho de que una editorial como esa le apueste a su debut novelesco:

Estoy muy contento, la verdad. La alegría de ser publicado por Tusquets llegó en pequeñas dosis. Primero me llegó la noticia de que estaban interesados en el manuscrito; después, cuando firmamos el contrato, luego la portada… y luego viene mi confesión más ñoña: cuando tuve ya el libro en mis manos y vi el texto que había trabajado durante tantos años con la tipografía de Tusquets, que yo la asocio a lecturas entrañables, fue una cosa muy bonita.

Tomasena se reconoce a sí mismo como un escritor disciplinado, al que le llevó mucho tiempo escribir y reescribir esta novela.
Fueron como ocho años. Yo descubrí que el único modo de sacar adelante algo bueno era levantándome temprano. Alicia, mi compañera, tuvo que soportar el sonido del despertador durante esos ocho años. Muchos borradores fueron quedándose atrás, porque básicamente era un trabajo de comprensión: a mí me interesaba mucho trabajar la intensidad expresiva del lenguaje. Siendo editor es difícil autoeditarse, porque corres el riesgo de que se te pasen las cucharadas y termines en un proceso de autosabotaje inconsciente, mutilando y no dejando que la prosa coja ritmo. La novela no consta de muchas páginas porque fue un proceso de cortar, cortar y sintetizar.

La caída de Cobra es un libro que puede definirse como una novela negra, y ubicar su historia en una cárcel mexicana es particularmente importante y significativo para ti…
Sí, el de las cárceles es un tema que me parece que condensa muchas cosas que suceden afuera. Puse en el libro un epígrafe de José Revueltas, porque es un escritor que vivió directamente el encarcelamiento por su militancia política. Dice Revueltas que las rejas simbolizan la sociedad, el país, el mundo. Las cárceles son un microcosmos en donde se reproducen muchas de las cosas que pasan: desigualdades sociales, explotación, injusticia, luchas por el poder, economías formales e informales. Se convierte entonces en un espacio muy propicio para, a partir de una historia sencilla, hablar de cosas más amplias.
También usas otro epígrafe tomado de un libro demoledor de Coetzee, Desgracia: «Uno se acostumbra a que las cosas sean cada vez más difíciles, ya no se sorprende de que lo que era todo lo difícil que podía ser pueda ser más difícil todavía». Esta cita condensa muy bien la vida dentro de un reclusorio, ¿no?
Sí, es una vida muy precaria, muy violentada, donde viven muchísimas personas.  Yo trabajé hace muchos años como voluntario en una cárcel y ahí me pude empapar del ambiente. Claro, lo que cuento en mi novela no tiene nada que ver con cosas que yo haya presenciado o investigado directamente. En ese sentido es una novela que se aleja del periodismo documental  pero sí se nutre de experiencias del ambiente carcelario. Por ejemplo: cómo es una celda. Me pasa que cuando veo series de televisión o películas de cárceles, prácticamente no creo nada, me parece todo muy plástico, muy poco creíble para alguien que, como yo, ha visto eso de cerca.

¿Quién es Cobra? ¿Cómo defines al personaje central de tu novela?
A Cobra le dicen así porque es el cobrador. Es un interno que se dedica a impartir justicia o a cobrar deudas o a presionar a los internos que en algún sentido se salen de lo que las reglas internas del penal marcan. Tiene un esquema moral muy estricto que me interesaba cuestionar, y que tiene que ver con la idea de «justicia retributiva». Es decir, si haces el bien, te va bien; si haces el mal, te va mal. Es una lógica que parece muy cristiana, aunque en el fondo sea muy anticristiana, muy enquistada como muchas ideologías religiosas, y que ahora la vemos en todos los discursos alrededor de la violencia y de las desapariciones y de todo lo que está pasando en México. Siempre es la primera coartada ideológica: si le pasó algo, es porque en algo malo estaba metido.
         Cobra está instalado en ese esquema desde la posición de poder, y cree que lo que está haciendo es justicia. Después suceden ciertas cosas que hacen que eso se venga abajo, y entonces se tiene que enfrentar a cuestionamientos muy serios.

¿Cómo está estructurada la novela? ¿Cómo te la imaginaste, cómo fue el proceso para llegar a la versión final?
Hace rato hablaba de este esquema moral en el que vivía Cobra. Me interesaba problematizar al personaje a partir de ahí. Fui pensando qué le pasaba. Curiosamente, yo tenía más claro el final que el principio, entonces el proceso fue como excavar un túnel: sabía por dónde iba a salir y qué había del otro lado, pero no sabía exactamente qué ruta iba a tomar. Conocía el inicio del arco narrativo y el final, pero había que buscar en medio, y ahí hubo sorpresas muy interesantes. Apareció, por ejemplo, uno de los personajes con los que se encuentra Cobra, que es muy importante. Se llama El Obscuro. Es un personaje que jamás hubiera creído que me pudiera imaginar, pero se me apareció.
         Como decía hace rato, fue un trabajo de edición, de comprensión, de expresividad en el lenguaje. Me interesaba mucho construir una voz narrativa que pudiera, en algún sentido, tomar el lenguaje de la cárcel, su argot específico, y de ahí tomar al mismo tiempo una distancia que permitiera que la novela tuviera esta dimensión moral. Eso me costó mucho trabajo, pero fui encontrando un punto de vista que me permitió contar lo que le sucedía a este personaje.  Está contado por un narrador, una tercera persona que está muy próxima a Cobra, que habla de lo que ve pero también de lo que no ve, ciertos puntos de ceguera que todos tenemos, puntos de nosotros mismos que no podemos ver.

Finalmente, José Miguel Tomasena habla de las posibilidades para que escritores jóvenes, como él, accedan a las grandes editoriales y tengan la posibilidad de publicar, como ahora él lo ha podido hacer.
La verdad estoy muy agradecido y muy contento, precisamente porque es algo muy difícil de conseguir. Vivimos, no sólo en la literatura sino en general en toda las artes, un momento de sobreabundancia de la oferta. Hay muchas cosas que ver, muchos libros que leer, muchas obras de teatro. Entonces el gran problema que tienen las industrias culturales es cómo dar relevancia a ciertas cosas y cómo mostrarlas sin que se pierdan en este mar enorme.
              Eso está pasando con la literatura. Somos muchos escritores jóvenes intentando sacar nuestros libros y en realidad hay muy pocos espacios. La industria tradicional tiene muy poco espacio y el mercado en realidad también es muy pequeño considerando el número de personas que vivimos en México. Los libros son, entonces, una cosa muy pequeña.

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