Anochecer de piedra / Antonio Colinas

Anochecer muy frío, violeta,
en el pueblo de altura y de piedra.
¿Por qué he venido a perderme aquí?

Casi todas las puertas de las casas
están cerradas.
Bajo los soportales,
sólo hay luces muy pobres
en esas tiendecitas con cortinas,
con mostradores propios de otros siglos.
Voy paseando y siento
como si el enlosado de las calles
se hubiese fundido y en él se hundieran
mis pies.

He llegado a la noche del convento
de las tapias muy altas,
donde debiera habitar el Dios.
En un rincón descubro su entrada.
Ya es tarde, demasiado
tarde para acceder a lo divino,
pero veo que aún se encuentra abierto
el portón, y lo cruzo.
El zaguán es muy húmedo y muy negro.

¿Qué hago aquí?
¿Por qué traspaso la línea de sombra
sin atreverme a llamar,
al torno, a posar
mis dedos
en la madera de la puerta vedada?
Ya es tarde, demasiado
tarde
y Dios, un día más, queda de un lado
del muro
y mi soledad del otro.

Retornando, escucho el murmullo
del agua en una fuente.
Bajo las ramas yertas de los árboles
veo bancos vacíos sin ancianos.
El pequeño palacio en que gozaron
Goya y la Duquesa
también muere de soledad
en su loma aterida.

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