Luvina_112 / De aventuras

Para D. H. Lawrence, la aventura es el objeto más alto de la literatura: «Partir, atravesar el horizonte, penetrar en otra vida». Aventurarse significa trazar una línea, varias, hasta elaborar una cartografía. Líneas que pueden llegar a ser de fuga, evadirse de la realidad, huir de ella, desterritorializarse para fundar otras tierras. En la aventura todo es partir, devenir, pasar; hay una relación con el afuera, con la frontera como algo que se necesita cruzar, dejar atrás. El devenir es geográfico.

Un viaje puede ser inmóvil, imaginario, una especie de delirio que nos cambia la vida.

La línea se quiebra y la fuga se convierte en retorno, la aventura es entonces albergue, recuerdo, literatura, como el relato de Odiseo de vuelta a Ítaca. No obstante, la aventura puede ser también demoníaca en el sentido de ambigüedad y por tanto pérdida de identidad. Los demonios se distinguen de los dioses porque éstos últimos tienen atributos, propiedades y funciones fijas, territorios y códigos, en cambio los demonios se saltan los intervalos, se fugan del tiempo, desobedecen el orden cósmico. Y surge un Edipo o un Caín.

La aventura puede llegar a romper el orden sin regreso y cambiar el rostro del mundo. Melville prefiere desobedecer la idea de la comunidad de pescadores de que toda ballena es buena para cazarla, y crea Moby Dick. El elemento demoníaco de la aventura, como lo llama Gilles Deleuze, es ese camino que no tiene retorno ni rostro conocido. Es riesgo, ruptura, hallazgo.

En este número, Luvina contiene textos de diversos géneros literarios, cuyos autores se han aventurado en la escritura en una búsqueda de palabras y lugares imaginarios que ahora existen gracias a sus creaciones.

De manera especial queremos agradecer el trabajo editorial que desempeñó durante dieciocho años, hasta la primavera de 2023, José Israel Carranza, y dar la bienvenida a Iván Soto Camba.

Contenido

Concurso Literario Luvina Joven

Páramo

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