Avatares de un palacio de cristal

María Negroni

Rosario, Argentina, 1951. Uno de sus libros más recientes es «El corazón del daño». (Literatura Random House, 2022).

El Crystal Palace albergó en Londres (entre mayo y octubre de 1851) la primera Gran Exposición de los Trabajos de la Industria de todas las Naciones. El edificio, de un tamaño colosal y construido en tiempo récord, ocupaba dieciocho acres del Hyde Park y se erguía sobre una estructura de cuatrocientas toneladas de vidrio dispuestas en forma de grilla, método que se utilizó más tarde para alzar los rascacielos modernos. La Gran Exposición, como se la llamó entonces, tuvo un éxito aplastante: la visitaron más de seis millones de personas (entre ellas, muchas que más tarde serían famosas, como Charles Darwin, George Eliot, Lewis Caroll, Charles Dickens, Alfred Tennyson y Charlotte Brönte) y constituyó una verdadera celebración de los avances de la técnica. Baste decir que, entre los catorce mil stands y los cien mil artículos expuestos, había de todo: imprentas hidráulicas, máquinas y locomotoras, manufacturas textiles, instrumentos médicos y hasta un simulacro del puerto de Liverpool con mil seiscientos barcos íntegramente equipados. Completaban el conjunto tres olmos gigantescos y varios jardines de invierno.

El inusitado edificio, sin embargo, no perduró. Apenas terminada la feria, fue desmantelado y reconstruido como parque de diversiones en Syndenham, cerca del partido de Kent. Este nuevo palacio y sus recintos, con su mezcla de banalidad y progreso, sus cactus gigantescos y sus dinosaurios, sus muebles en forma de animales y sus telégrafos parlantes, sus fósiles y sus globos aerostáticos, nada tenían que envidiarle a la propuesta original. Aquí también las damas inglesas, siempre propensas al disfraz, se paseaban con sus sombreros, no sólo adornados con plumas de pájaros sino con pájaros enteros, contribuyendo a acentuar una atmósfera fuera de lo común.

Como atracciones suplementarias, se programaban espectáculos de perros y gatos, batallas navales, festivales de música y reuniones del Ejército de Salvación. Se ofrecían también clases de arte y ciencia, y un juego de guerra llamado Invasión —una especie de reality show donde las bombas enemigas destruían a la población y se veían niños moribundos emergiendo de entre los escombros— fue un verdadero hit. En algún momento estuvo de moda una escultura del Príncipe de Gales como pastor de ovejas y, más tarde, también, una miniatura del Imperio británico que los visitantes podían recorrer tomando un tren que los llevaba, sin costo adicional, desde una mina de diamantes en Sudáfrica hasta una casa de té en plena India.

Esa especie de Disneylandia del siglo xx se incendió el 3 de noviembre de 1936 y hoy es un parque nacional abandonado, sólo comparable a su avatar de Flushing Meadows (Queens) donde tuvo lugar la Exposición Universal de Nueva York de 1939. Este último contiene también reliquias fabulosas que aún se pueden visitar: la famosa Unisfera, un globo terráqueo de acero de cuarenta y dos metros de diámetro, tres torres de observación con forma de platillos de veintisiete, cincuenta y seis y setenta y seis metros de altura, y un Panorama de la Ciudad de Nueva York que sigue siendo, hasta el presente, el más grande del mundo. 

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