Carrera contra el tiempo

Godofredo Olivares

(Michoacán, 1957). Su libro más reciente es el libro de ensayos De pies a Cabeza (Universidad de Guadalajara, 2020). 

¡No hay obstáculos imposibles;

hay voluntades

más fuertes y más débiles,

¡eso es todo!

Julio Verne

Desde la mañana del siete de noviembre y hasta el anochecer del veintidós de diciembre de 1872, numerosos lectores del periódico parisino Le Temps permanecieron atrapados con las entregas diarias de una nueva y fabulosa novela de aventuras, La vuelta al mundo en ochenta días, que al año siguiente fue publicada en forma de libro y vendió en pocas semanas más de ciento diez mil ejemplares, lo que le otorgó fama, riqueza, popularidad y una rotunda consagración a su autor, Julio Verne.

En otro noviembre, quince años después, la reportera Nellie Bly propuso al editor del diario neoyorquino The World realizar un nuevo y sensacional artículo periodístico que el público deseara leer; se le ocurrió igualar ella misma la proeza del personaje Phileas Fogg, o incluso batir su récord ficticio y dar la vuelta al mundo en menos de ochenta días. Los directivos del periódico rechazaron la propuesta aludiendo que esa travesía únicamente podía realizarla un hombre, que una mujer no debía ir sola sino con un acompañante que la cuidara y, además, afirmaron que las mujeres viajan con demasiado equipaje y esto retrasaría los transbordos. «De acuerdo. Envíen a un hombre —respondió Nellie Bly—; ese mismo día saldré yo apoyada por otro diario y llegaré antes que él». Al final, ella obtuvo la promesa de que recibiría apoyo para hacer realidad la ficción escrita por Julio Verne.

Nellie Bly fue el seudónimo que adoptó Elizabeth Cochran para firmar sus reportajes periodísticos. Nació en Pensilvania, un año antes de que concluyera la Guerra de Secesión estadounidense. Desde pequeña mostró un carácter determinante, rebelde, tenaz e intrépido que le hizo involucrarse en carne propia en todas sus crónicas y reseñas contra las injusticias, los abusos y las desigualdades sociales. Se le considera una de las primeras reporteras en ir a fondo en el periodismo de investigación; para lograrlo, por ejemplo, en una ocasión simuló estar embarazada e intentar vender su bebé; otra vez se hizo pasar como trabajadora de una fábrica para enterarse de las condiciones laborales y la explotación que sufrían las empleadas; fingió estar loca para que la ingresaran al manicomio de mujeres en la isla de Blackwell y durante diez días experimentó la insalubridad, los maltratos de enfermeros, la comida putrefacta y muchas otras atrocidades. Cada publicación de Nellie Bly generaba una tormenta mediática y conmovía las conciencias de sus numerosos lectores.

Un año después, en otoño de 1889, el diario The World cumplió su promesa y la gran aventura dio inicio para Nellie Bly, de veinticinco años de edad. Zarparía el catorce de noviembre, a las 9:40 de la mañana, en el transatlántico Augusta Victoria, de Nueva Jersey al puerto de Southampton, en la costa sur de Inglaterra, y con ello ganaría un día de ventaja; tras su arribo, tomaría un ferrocarril desde Londres hasta al puerto italiano de Bríndisi. La ruta del viaje reproduciría el trayecto imaginado por Verne, excluyendo Bombay, y sólo disponiendo de barcos de vapor, autobuses y vías férreas transcontinentales.

Nellie Bly mandó confeccionar un vestido que resistiera llevarlo puesto tres meses seguidos, compró un largo abrigo a cuadros y una pequeña maleta de cuero resistente que medía cuarenta por diecisiete centímetros; en ella empacó varios pañuelos, dos gorros de viaje, tres velos, un par de zapatillas, un juego de artículos de aseo, una pequeña botella, un vaso, plumas, lápices, papel, un tintero, alfileres, agujas, hilo, un camisón, una chaqueta, un corpiño de seda, varias prendas de ropa interior y, lo más pesado pero imprescindible, un frasco de crema para cuidar la piel de su cara ante los diversos climas que encontraría.

Durante la semana que tardó en cruzar el océano Atlántico, la noticia de que una mujer sola se aventuraba a dar la vuelta al mundo en el menor plazo posible se expandió mundialmente por medio de los periódicos. Así que cuando Nellie Bly descendió del barco era una joven famosa y la esperaba un corresponsal del The World, en París, con una carta manuscrita por el propio Julio Verne, invitándola a desviarse de su trayecto y visitarlo para conocerle en persona:

Estimada Señorita Nellie Bly:
Gracias a los periódicos hemos sabido de la extraordinaria empresa que con enorme tesón e innegable valor está usted llevando a cabo. Nos sentiríamos muy orgullosos de que aceptase nuestra invitación y pudiese visitarnos en nuestra residencia de Amiens, donde podríamos departir relajadamente sobre los pormenores de su viaje.
Atentamente: Jules y Honorine Verne

Nellie Bly perdería dos días, pero no declinó la invitación. Viajó con el corresponsal, que sería su traductor, por barco, carretera y trenes para encontrarse con los Verne, quienes la recibieron con gran interés y cordialidad. Charlaron sobre los husos horarios, la geografía, el avance tecnológico, los automóviles con motor de combustión interna y los cables eléctricos que corrían por el fondo marino y permitían a la periodista enviar sus reportajes en segundos hasta América; hablaron también de la inagotable imaginación de Verne. Repasaron, sobre un mapa, el itinerario que emprendería Bly de Nueva York a Inglaterra; luego, por Francia e Italia hasta el puerto de Bríndisi; atravesaría el Mediterráneo y cruzaría por el Canal de Suez hasta llegar a Yemen. De ahí navegaría por el mar arábigo a Colombo, Sri Lanka, Penang en la actual Malasia, Singapur, Hong Kong, Yokohama en Japón, y seguiría a San Francisco para retornar a Nueva Jersey. Al final, Julio Verne aseveró: «Si lo logra en setenta y nueve días, aplaudiré con las dos manos».

El día a día de Nellie Bly se convirtió en una estresante carrera contra el tiempo, cada décima de segundo contaba. Se sentía abrumada por depender de la puntualidad o del retraso en los horarios de trenes y embarcaciones, y de la cantidad de escalas que realizaban en sus rutas terrestres o marítimas. Después de quedar varada durante cinco días agónicos en Colombo a la espera del Oceanic, un barco de vapor que la llevaría a Hong Kong, Bly logró zarpar rumbo a China. En Singapur, la reportera solitaria se compró un pequeño compañero de viaje, un mono al que llamó McGinty. Y el veintitrés de diciembre, trigésimo noveno día de su vuelta al mundo, Nellie Bly alcanzó el puerto de Hong Kong con dos días de anticipación que le dieron una leve calma; pero, cuando acudió a comprar su pasaje rumbo a Japón, se enteró de que el magnate William Randolph Hearst, dueño de emisoras de radio, varias revistas y veintiocho periódicos de circulación en Estados Unidos de América, había contratado a la joven reportera Elizabeth Bisland para competir contra ella y dar la vuelta al mundo, pero en sentido inverso, de Este a Oeste. Nellie Bly desestimó tal competencia y declaró que ella prefería volver a Nueva York muerta que no ganar.

Pero cuando Bly llegó el veintiuno de enero a la bahía de San Francisco, se encontró con otra contrincante que intentaba retardar su viaje, la nieve. Las intensas nevadas mantenían bloqueadas varias líneas ferroviarias para llegar a Nueva Jersey. El diario The World no abandonó a Bly y contrató un tren especial que le permitiera continuar. Las empresas Southern Pacific y Santa Fe rápidamente le enviaron su locomotora más veloz, la Queen. Los cinco días para atravesar los cuatro mil ciento cuarenta y siete kilómetros de costa a costa de Estados Unidos le costaron al The World mucho más que todos los trayectos por el extranjero.

Nellie Bly llegó a su punto de partida a las 3:51 p.m. y completó la vuelta al mundo en setenta y dos días, seis horas, once minutos y catorce segundos. Derrotó a Phileas Fogg, a su ayudante Jean Passepartout y a Elizabeth Bisland, que aún se encontraba muy lejos de Nueva York. Con su arribo, una mujer lograba ganar la carrera contra el tiempo.

Nellie Bly recibió miles de telegramas felicitándola por su hazaña, pero sólo guardó uno, el de Julio Verne. Lo conservó doblado y entre las páginas de su querido libro, La vuelta al mundo en ochenta días. Y nunca olvidó, orgullosa, lo que decía: «Ya le admiraba de antes, pero al conocerle se ganó mi respeto y devoción para siempre»

Comparte este texto: