Luvina_57 / Los Angeles City

En la planicie llamada Los Ángeles —lugar a donde no llegaba el agua y el ingenio humano la haría llegar— se levanta hoy en día una urbe de vastas dimensiones, en cuyo espacio crecen delicadas imágenes que contrastan perennemente. Dos ejes la atraviesan: la ilusión y la memoria. Memoria inmediata y real, memoria de lo cotidiano sin historia, aunque prolongada e irregular. La ilusión (lo dice David Ulin) no puede ser profunda, como lo sería en otras latitudes, porque en California la vida no colinda con el caos, el tiempo es plano, un continuo «desprovisto de aleatoriedad, que se repite a intervalos bien definidos, con patrones que están totalmente determinados».

Cada ciudad tiene sus cicatrices y resplandores. Los Ángeles se suspende en el vaivén entre lo cotidiano en su crudeza marginal, desértica, un llano meramente comercial sin el encanto de poseer raíces míticas, y lo extraordinario nacido de lo inverosímil de la propia vida. De ahí proviene la materia literaria, de la parte oscura, improbable, bárbara, que nace de las cuatro esquinas de una vida cotidiana estrecha, sitiada por la ley de la oferta y la demanda y su despliegue propagandístico: una vida guiada y un deseo corrompido por la incoherente posibilidad de ganarse un premio de miles de dólares (Charles Harper Webb).

La literatura es el terreno que rescata la memoria, allí habita el peligro, la vida se arriesga y se agita. Allí todo puede perderse y todo reconstruirse. La literatura angelina crece y se desarrolla sobre ese tiempo desmedido de la memoria humana, tiempo diluido en el pasar de lo vivido a lo recordado, de lo joven al envejecimiento, de lo nuevo a lo deslucido, en esos huecos donde el ser humano se mira y se piensa. Lugares que van dejando un sedimento, una impronta en todas las cosas. El olvido toma relevancia en los espacios de ficción, así como el odio y el rencor, la violencia, en un transitar de la sombra de la realidad a otra vida más significativa y amenazadora del estatus (como el mundo en miniatura del cuento de Aimee Bender) donde se potencia lo más esencial de la existencia. En esta memoria queda asentado también el drama de su doble condición de frontera: entre la ciudad y el paradisiaco campo que acabó siendo un espejismo, y su frontera con México y la movediza inmigración que culmina en el cosmos de la cultura chicana. En este mundo —escribe Nina Revoyr— «los niños se sienten atrapados en esa parte de la ciudad, y ya que han aprendido a reconocer —al observar la vida de sus padres— los límites de su futuro, rompen todo lo que tienen a su alcance, que suelen ser ellos mismos».

«Sin importar en dónde te encuentres, puedes ver tres cosas flotando en la distancia: montañas, una pequeña agrupación de rascacielos y, muy lejana, una débil y parpadeante línea, que es el mar», dice Sarah S. Bynum, «los rascacielos son un fantasma, algo que la ciudad real (la expansiva, radiante e infinita ciudad) ha soñado en convertirse: un centro adecuado». Los Ángeles: gran urbe a la cual se ama y se odia simultáneamente por ser una ciudad fantasma que va de lo mágico e irreal, de lo hollywoodense, a lo llano, accidentado, real y hasta vacío. Es una ciudad oscilante entre el sueño y el hastío, y el tema de una vasta literatura. Luvina contiene en este número una amplia muestra de la literatura de la ciudad de Los Ángeles, desde las voces consagradas como la de Ray Bradbury (y sus elefantes gigantes que invaden las calles milagrosamente) y Suzanne Lummis, hasta lo más experimental y joven. Panorama heterogéneo y contrastante como la ciudad misma: extenso y sinuoso en sus entrañas.

Siendo una ciudad marginal y marginada, es en ella donde florece una literatura de alta densidad en su sentido y de gran riesgo en su forma. Por estar frente a su propio espejismo, por estar en el cruce de caminos de la modernidad, es su literatura la que da cuenta del dilema existencial que viven los angelinos. Éste es el argumento que despliegan la mayoría de los autores: las contradicciones de la vida moderna y materialista pero profundamente ilusionista. Esa verdad que rezuma de las obras que en este número publica Luvina se sostiene en la tensión que expresan, por eso se trata de una literatura arriesgada e intensa, portavoz de varios mundos y submundos, de las incertidumbres y crisis de sus habitantes. Literatura fascinante y convincente por verdadera. Literatura a la conquista de arquetipos que no le heredó historia alguna, mediante el realce —digamos alegoría— de su propia miseria cotidiana: un nuevo realismo en donde lo relativo y circunstancial fundan territorios y se vuelven el vínculo entre lo real y lo intemporal. Así es como de esta ciudad de sombras surge una literatura centelleante, con bellezas particulares y diversas y, sobre todo, con la gran certeza de ser un mundo alternativo a la vida común y corriente, pues contiene el poder de crear nuevas asociaciones entre las cosas que en la realidad tienden a desintegrarse.

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