Caza de sueños / Mariño González

De la taza que permanece en una mesa, empecinadamente vacía y transparente, a los labios estáticos que esbozan una sonrisa tímida y gris, el misterio de las imágenes de Jill Hartley se esconde en la luz que deja su huella sobre el papel gracias a la alquimia de plata y gelatina. A lo largo de las 21 estampas de la fotógrafa estadounidense, que forman parte del libro Sueño, escrito por Javier Sobrino, se evidencia, también, el paso de la vida misma, y los instantes, como una explosión de significados, adquieren su cualidad definitiva y definitoria.
     La vida, escribió Chesterton en El candor del padre Brown, «posee cierto elemento de coincidencia fantástica que la gente acostumbrada a contar sólo con lo prosaico nunca percibe». Las imágenes de Hartley y las palabras de Sobrino, conjugadas en torno a la invención del sueño como reflejo o consecuencia de la realidad, construyen la atmósfera idónea para que la mente del lector-espectador se adentre y reflexione, desde los entresijos de la memoria, precisamente en el asombro cotidiano del que hablaba el narrador británico. Y, también, por supuesto, invitan a la creación de una historia propia y personal.
     «Sueño… con mi hermano, / se fue a trabajar lejos / me ha dejado sin juegos, sin risas, sin su mano». Esto escribe Javier Sobrino, y sus versos resuenan en el vacío de una carretera cruzada por la sombra de
una veintena de árboles que, en perfecto paralelismo, custodian un camino transitado por nadie. «Sueño…», continúa el autor, «con volar, / como un águila veo los árboles, / y atravieso el mar». Y la silueta de un ave majestuosa recorta, desde la placa tomada por la fotógrafa estadounidense, arena, follaje y agua.
     Con un afán sintético, muy a tono con el haikú, que lo mismo alude al recuerdo paterno que a una película de aventuras en la que héroes y princesas «cabalgan y se internan en la espesura» (sugerida por una bailarina que, desde la blancura de su vestido y la gracia de su pose, saluda a la naturaleza que la rodea), la poesía de Sobrino recorre, siempre acompañada de las visiones de Hartley, una vereda onírica en la que los gestos, las sombras y los detalles se suceden con la soltura de un grupo de nubes que atraviesan, impertérritas, asfalto, montañas, selva y desierto.
     Autora de la serie Lotería fotográfica mexicana, que en agosto del año pasado se exhibió en el Museo de Arte de Zapopan y que, en formato de libro, está publicada por Petra Ediciones, Jill Hartley es una cazadora de instantes que, en Sueño, también adquieren la forma de ciertas pesadillas. Así, mientras la sombra de un hombre con sombrero se proyecta en un muro, con ciertos aires de amenaza, Sobrino retoma el hilo de su propio viaje onírico para hablar de la oscuridad que rodea y asusta: «Me echo a temblar».
     Como si la vida fuera una puesta en escena, la fotógrafa y el escritor invitan a los lectores a contemplar el suceso cotidiano, el milagro que se proyecta en los ojos fijos de un enorme jaguar, en el insecto que intenta sostenerse de los pálidos cabellos de un anciano o en la sombra de un hombre, proyectada por rayos casi tangibles de sol, que observa la mar «llena de luz, de algas, de sal». Y es que, para seguir con Chesterton, tanto Hartley como Sobrino parecen entender que «lo más increíble de los milagros está en que acontezcan». Y si cuando eso sucede hay una cámara o una pluma que los atrape, estaremos más allá del sueño y, quizá, más cerca de la vida.

 

 

 

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