Dos poemas / Diana Gioia

Agosto en las colinas de California
    
    
     Me puedo imaginar a alguien que encuentre
     Insoportables estos campos
     Y que al subir bajo el calor la cuesta
     Maldiga el polvo y triture
     Bajo sus pies la mala hierba y desee
     Unos árboles más para dar sombra.
    
     Alguien llegado de la costa atlántica que desdeñe
     La pobreza de estos veranos, las formas
     Secas y retorcidas del olmo negro,
     Malezas, chaparrales, un paisaje
     Que agosto ya ha drenado de cualquier verde.
     Alguien que se apresure bajo los cardos,
     Las amapolas y las colas de zorro,
     A sabiendas de que todo es mala hierba;
     Alguien incapaz de entender que estos árboles
     Y algunos matorrales amarillos
     También tuvieron vida.
    
     Odiará el resplandor del mediodía
     Cuando nada se mueve y no sopla el viento.
     Sólo verá otra cosa viva: el halcón
     En busca de su presa, suspendido
     En el azul solar y cegador.
    
     Sin embargo, para alguien
     Crecido en un país escaso en lluvias,
     Qué apacible parece la silueta
     De una colina, interrumpida apenas
     Por no más árboles
     De los que uno puede contar,
     Cielo vacío, deseo de agua y pasto.
    
     Versión de José Emilio Pacheco
    
    
    
Insomnio
    
     Escuchas lo que tiene que decir la casa.
     Tuberías ruidosas, fugas de agua en lo oscuro,
     muros hipotecados que, inconformes, se trocan
     y voces que se apilan en barullo infinito
     de quejas cortas, como sonidos de familia
     que año con año has ido aprendiendo a ignorar.
    
     Debes oír las cosas que posees, todo aquello
     por lo que trabajaste en los últimos años,
     el rumor de los bienes, de cosas averiadas,
     partes flojas a punto de caer desprendidas.
     Enrollado en las sábanas, recuerda todos
     esos rostros que nunca te fue dado amar.
    
     Cuántas voces te habían esquivado hasta ahora,
     el horno ventilado, la duela bajo el pie
     y las acusaciones constantes del reloj
     que cuenta los minutos registrados por nadie.
     La claridad terrible que trae este momento,
     la perspicacia inútil, la oscuridad intacta.
    
     Versión de Hernán Bravo Varela
    
California Hills in August
I can imagine someone who found / these fields unbearable, who climbed / the hillside in the heat, cursing the dust, / cracking the brittle weeds underfoot, / wishing a few more trees for shade. // An Easterner especially, who would scorn / the meagerness of summer, the dry / twisted shapes of black elm, / scrub oak, and chaparral, a landscape / August has already drained of green. // One who would hurry over the clinging / thistle, foxtail, golden poppy, / knowing everything was just a weed, / unable to conceive that these trees / and sparse brown bushes were alive. // And hate the bright stillness of the noon / without wind, without motion, / the only other living thing / a hawk, hungry for prey, suspended / in the blinding, sunlit blue. // And yet how gentle it seems to someone / raised in a landscape short of rain – / the skyline of a hill broken by no more / trees than one can count, the grass, / the empty sky, the wish for water.

Insomnia
Now you hear what the house has to say. / Pipes clanking, water running in the dark, / the mortgaged walls shifting in discomfort, / and voices mounting in an endless drone / of small complaints like the sounds of a family / that year by year you’ve learned how to ignore. // But now you must listen to the things you own, / all that you’ve worked for these past years, / the murmur of property, of things in disrepair, / the moving parts about to come undone, / and twisting in the sheets remember all / the faces you could not bring yourself to love. // How many voices have escaped you until now, / the venting furnace, the floorboards underfoot, / the steady accusations of the clock / numbering the minutes no one will mark. / The terrible clarity this moment brings, / the useless insight, the unbroken dark.

 

 

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