Diario como un pecado / Will Alexander

(fragmento)

 
Me dicen que soy mexicano y seminole y llevo el aura de una magra voluptuosa belleza. Que mi cara es bronceada como fragmentos de centeno, que mi cintura es de plata finamente hilada, vibrante. Claro, nunca he visto del todo mi esquema, o atestiguado mi propio perfil, o probado visualmente mi propia emética como sombra.
     Estoy ciego, mis ojos trágicamente chamuscados en el útero. Nací como un vapor al final de un sol deshilachado de noviembre, imposible de rastrear, revuelto como un atardecer sin estación durante la lluvia. Claro, he coagulado con el tiempo, al tomar los aires de los crucificados, luego ventilando majestuosidad personificada. Ahora soy considerado simplemente un extraño y ficticio zumbido, una tigresa antigua atrapada en esquisto. Tal vez soy una novia terminal de una diáspora insignificante, extraída de una casa de fieras vacilante en la nada.
     Dicen que alucino porque he anunciado la muerte de mi madre aún viva, aunque ella tiembla con cada pronunciación de mi nombre. Por supuesto, nunca me revelan el contexto de su paradero, o el procedimiento actual de su caprichoso plan.
     Si estoy contorsionado por el ónix continuo en mis ojos nunca se sabe, ya que mis ojos no parpadean, y me miran en el espacio como un soñoliento in-vector. Por lo tanto, yo nunca podría ser acusado de infección galáctica, o de provocar por mis movimientos estrellas que se fragmenten, se eleven y exploten.
     Si soy complejo es porque habito una inferencialidad eterna, ésta es mi propia zona o plano en donde intento juntar la crudeza que se retuerce en mi gargantúa mental. Debido a esta tensión he acumulado un sentido de mi persona que me hace sentir el titubeo de mis enemigos cuando se juntan y se combinan como consecuencia de hipócritas maldades. Tratan de atraparme en sus artimañas como si se hubieran ingerido una gran variedad de soles caídos de una tumba. Y esto no se basa en falsas mnemónicas o erratas surgidas de mi degradación personal. No. Es como un incisivo relámpago en la sabiduría, una sexualización que proviene de circular el elevado siseo de un reptil. Y este siseo, como la psique de las toxinas conmocionadas, o un cuero primitivo reclamado a los linces truncados.
     Soy un individuo cuyo movimiento es como lo diabólico de las avispas, derogando, insistiendo, en un bruñido inclemente, salvaje, pero con otro margen de esterilización aparente. En este sentido, me han superado la stasis y antistasis de la física, de la chispa de su traslocación, incluso cuando el fuego de la evaporación transpira. He caído por un mundo transcrito como eliminación, pero siempre formando en mi voz la belleza de los imanes en el grito. Los enteros en ruinas, las entidades rotas en mi habla. Y porque mis nervios se queman y dispersan con tanta fuerza, es inútil para mí representar a mis propios celos, ya que buscan inscribirse, ellos mismos, a un conteo siniestro in-luminado.
     Para mí, la vida es un agua de circuitos eléctricos transmisivos cargando en mi despertar un corpiño eléctricamente colmado. Debido a esto ahora entiendo residuos y privaciones, sabiéndolos sustantivos sorprendentes en malignas pinturas rurales. Teniendo en cuenta esta realia estoy inoculado contra reminiscencias escalofriantes, en contra de una genética desgastada, en contra de memoriales ambulantes de holocausto.
     Con lo anteriormente dicho, usted podría decir que he jurado en contra de mi familia, en contra de sus murales podridos, ni una sola vez provocando sentimiento como una ocultación privada. En primer lugar, déjeme pesar mi coraje en términos de gramos por una inclinación existencial al tormento, bebiendo pociones de degeneración crónica. Entendiendo que la tormenta de la lengua es torniquete, es campo de fuerza, es la madriguera de armadillo, es la señalización de moléculas a través de una curiosa tormenta de los signos diacríticos. Porque lo que queda para mí es la encarnación milagrosa de la amargura, de la ósmosis in-fabulatoria, filtrándose a través de mi cuerpo como vacío, como la luz de una serpiente inmaculada que posee la demencia de la debacle sin remordimientos.
     Éste es mi enigma, nacido bajo el signo de un implícito baño de algas, pero mi cuerpo emitiendo el vapor de la suculencia y la lluvia. No hago ningún camino a cualquier especificación exterior, sabiendo instintivamente que dejo de prestar mi cinética a lo explícito, a lo momentáneo. Es porque he transformado el sepulcro de pánico, el módico congelado como negación. Sólo quiero expresar esos blancos e indivisibles enriquecimientos de turmalina, esos dedos eligiendo las más creativas y venenosas simetrías que declinan y abiertamente se minimizan como quanta.
     Como me he mascarado por la anemia, sin embargo, rehusándome a tener en cuenta mi injerto por incélibe remojo, o la privación condensada en mi magia pestilente. Debido a esto he sido acusado de rociar cenizas psíquicamente, mutilando los propios atributos de trigo. Ah, dicen, ella gatea sus ardientes esporas sobre las aguas, haciendo vibrar la naturaleza como si expresara una ulceración interior. Es como hacer una vibración oculta en el espacio, la creación de los poderes imbuidos de electricidad en la armonía. Esto se convierte para mí en un hirsuto y milenario tejido lleno de restos psíquicos corruptibles. Habiendo tomado de mi mundo una poción histérica de estambres, a continuación, luego añadiendo un glosario de aceites minerales contaminados, dándome el poder para saquear un viejo crucifijo holandés con serpientes. Y pienso en estas serpientes como estar en la cúspide de la posibilidad presente, volando y reaccionando como los musgos en virtud de una previa, pero festiva atomización, hace 100 millones de años.
     Por consiguiente, toda la verdad que me parece capturar sólo puede ser examinada como una fuerza a través de una dimensión paralela impresionante atormentada por la dualidad de voltaje. Por lo tanto, me admito a la sed centrada, a la luz solar formada por la supresión gregaria. Una vez más, soy como un sol poderosamente acuartelado en laberintos, hablando de una luz debilitada por disputas. Y por disputas me refiero a la tropopausa de disputas, extrañamente estructurada por una aparente lucha contra el acoso. Así, admito mi senderista aflicción nacida como la secreta bestia, letal e in-factorable de Zomaya. Por supuesto que no me estoy hablando a mí mismo como un monumento disperso, sino que trato de cuadrar los dados en mi frente con gestos dialécticos dentro de la circunstancia de fuego.
     Todos los días las monjas parecen susurrar que soy azotado por el desprecio, gobernado cada vez menos por la voz que surge del alojamiento racional. Para ellas, mi voz estalla como piras en cortocircuito. Tal vez éste es el resultado de mi lucha por la existencia, por existir como una sustancia menos monitoreada. Y lo que quiero decir con menos monitoreada es lo inescrutable en la vida, esos rayos que escapan al contagio de una muerte inducida por consenso. Las monjas dicen que estoy viajando con rastros que alucinan, que se describen a sí mismos como restos biológicos, como criptografía atómica. Ellas susurran que he sobrepasado ideales restringidos, que mi comportamiento ha sido distorsionado por un sensibilidad empinada. Sin embargo, yo existo para mí como ese testigo jerárquico, como un pájaro que emprende el vuelo desde una pizarra azul anónima.
    

     Traducción de Omar Pimienta
 
 
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