Luvina_64 / El día después

«¿Qué es el tiempo? Si no me lo preguntan, lo sé. Si me lo preguntan, lo ignoro». Esta sentencia de San Agustín nos enfrenta a un hecho contundente: somos sucesión. Pasamos continuamente de un estado de conciencia a otro, del presente actual al olvido, y de ese presente-pasado vamos hacia lo que imaginan la esperanza y el miedo.

El problema del tiempo es lo fugitivo, siempre pasa. Pero queda en la memoria. Allí se resuelve, en tanto la memoria se proyecta en la eternidad. ¿Qué es la eternidad? Según Borges, una de las más hermosas invenciones del hombre: «La eternidad es todos nuestros ayeres, todos los ayeres de todos los seres conscientes. Todo el pasado, ese pasado que no se sabe cuándo empezó. Y luego todo el presente. Este momento presente que abarca todas las ciudades, todos los mundos, el espacio entre los planetas. Y luego, el porvenir. El porvenir que no ha sido creado aún, pero que también existe».

Platón dijo que el tiempo es la imagen móvil de la eternidad. Sólo así podemos vivir sucesivamente. El gran peso del ser lo percibimos, lo asimilamos, gracias a que lo vivimos en dosis, entre lo real y lo imaginario, entre lo que pasa y recordamos, entre lo que recordamos y olvidamos. Si no, tanta plenitud nos tendría aniquilados.

Lo que vislumbramos hacia el porvenir llega y se vuelve acto, para desvanecerse en lo inasible. Esa transición nos vuelve seres en crisis, en búsqueda, seres necesitados de los sueños y la ficción, pues conscientes de la naturaleza de los instantes como puntos perdidos en la nada, nos enfrentamos continuamente con el final, el cese de la sucesión, el punto que termina. En esta edición, Luvina indaga sobre los significados del día después, el instante que continúa a los finales transitorios: terreno abonado por la imaginación creadora.

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