La novela del futuro. Un recorrido por la obra de Jonathan Franzen / Juan Patricio Riveroll

Jonathan Franzen está bajo sospecha porque, antes que sólo un escritor, desde agosto de 2010 es, para muchos, más una figura pública que un novelista. La cantidad de gente que vio su fotografía en la portada del número del 23 de agosto de la revista Time excede a la que ha leído alguno de sus libros. Así funcionan la cultura global y los medios masivos, y aunque Time es una publicación semanal y no un canal de televisión, es una de las revistas más populares del mundo. Los periódicos y la televisión le hicieron eco a esta primera voz, que corrió como incendio en un árido pastizal cuando llegó a oídos de la prensa que el presidente Barack Obama recibió una copia de Freedom, la última novela de Franzen, días antes que saliera a la venta. Un circo que da pie al escepticismo.
     A pesar del eclipse que su popularidad pudiera engendrar, Jonathan Franzen es un gran escritor, y que su fama haya rebasado cualquier expectativa para un novelista joven con una bibliografía limitada es un buen augurio para la literatura.
     Su obra comienza con The Twenty–Seventh City en 1988, seis años después de que Franzen saliera de la universidad. Está situada en St. Louis, Missouri, ciudad en la que se crió, con un amplio mosaico de personajes que tejen la trama. Va de lo público a lo privado con naturalidad, de quienes guían las políticas públicas a la familia de éstos, de oficinas gubernamentales al club campestre para los ricos de la región y algunos de sus hijos, que huyen de casa o pelean con los padres. Hay una historia de conspiración que recubre la novela, la parte más fantástica de su obra hasta la fecha. Sólo en The Twenty-Seventh City lidia con una situación poco realista dentro de un cuadro anclado en la vida diaria del hombre común.
     La familia Probst, una de tantas participantes en este entramado narrativo, es la semilla de sus tres novelas posteriores, en las que sigue el proceso evolutivo de la familia nuclear. En lo sucesivo, pero sobre todo en The Corrections y Freedom, acompaña a cada miembro de la familia desde que están juntos en la adolescencia hasta la edad madura en que los hijos tienen a sus propios hijos y los padres devienen abuelos. En su primer esfuerzo como narrador diseña un mundo literario a la manera de Guerra y paz de Tolstoi, la novela más importante para él como lector —la menciona en The Corrections y la madre protagónica de Freedom la lee por sugerencia de su esposo, le fascina y ve su destino parecido al de Natasha, uno de los personajes más memorables de la novela rusa. No cabe duda de que el enorme lienzo de Guerra y paz es el plano arquitectónico de The Twenty-Seventh City, que aunque no puede competir con los casi 600 personajes de la novela de Tolstoi, echa mano de esa organización para contar una historia impersonal alrededor de la ciudad en que creció, alguna vez considerada como la cuarta más importante del país. Para el tiempo en que se desarrolla este primer libro, es la número veintisiete en uno de esos tabuladores pragmáticos que los vecinos del norte gustan disecar.
     En la contratapa de la primera edición de Strong Motion, su segunda novela, hay seis citas que aplauden la primera, al clásico estilo editorial estadounidense. Una de ellas es de David Foster Wallace, su contemporáneo, un escritor absolutamente genial que para cuando se suicidó a los 46 años de edad en septiembre de 2008 había escrito dos novelas y media —la última, que se acaba de publicar, quedó inconclusa—, tres libros de cuentos y ocho libros de ensayo. Su comentario sobre The Twenty-Seventh City es el siguiente: «Una inequívoca demostración de talento, una novela tan importante y prometedora como cualquiera desde The Floating Opera y The Poorhouse Fair. Esta sombría y graciosa mirada al presente americano es una obertura a lo que creo es un futuro virtualmente ilimitado para la escritura del Sr. Franzen». En mi opinión, la primera novela de Franzen no es ni tan buena ni tan importante; sin embargo, una declaración tan entusiasta en boca de un escritor de la talla de Foster Wallace significa mucho. Está más o menos bien escrita y bien estructurada, pero, sobre todo comparada con sus obras recientes, es una más del montón. No obstante, Foster Wallace atinó en cuanto al futuro Franzen.
     Tardó cuatro años en publicar la segunda, que aborda de lleno las andanzas de una familia. Escoge al hijo menor como personaje principal, mientras que su hermana, sus padres y su novia juegan roles secundarios. Se desarrolla en el área que circunda Boston y utiliza una serie de terremotos como trasfondo. Después de graduarse de la universidad, Franzen trabajó en el laboratorio de sismología de Harvard, nicho académico que retrata con éxito moderado. Sus descripciones son largas y en ocasiones tediosas, la trama fluye despacio con segmentos pantanosos que obstaculizan la lectura, una intromisión ausente en las otras tres novelas donde los hechos corren a una velocidad firme y constante. Al contrario del título, Strong Motion se mueve poco.
Si en The Twenty-Seventh City aprendió a apurar la trama impulsada por los personajes, en Strong Motion se dedicó a pulir la prosa como tal, deficiente en la primera y demasiado presente en la segunda. En una reinan los hechos y en la otra el excesivo lenguaje.
     How To Be Alone vio la luz en 2002, una recopilación de ensayos escritos entre su segunda y su tercera novela. De sus catorce textos destaca «Why Bother?», conocido en el ámbito literario estadounidense como «The Harper’s Essay», pues se editó originalmente en 1996 en dicha revista. El abismo literario que hay entre sus dos primeras novelas y The Corrections se comprende a partir de este ensayo, del que extraigo este segmento:

En el corazón de mi desesperanza en cuanto a la novela había un conflicto entre un sentimiento de tener que Referirme a la Cultura y Traer Noticias al Mainstream, y mi deseo de escribir sobre asuntos cercanos a mí, perderme en los personajes y los lugares que amaba. Escribir, y leer también, se había convertido en un lúgubre deber, y considerando la poca paga, en realidad no hay razón en hacer ambas actividades si no te estás divirtiendo. Tan pronto me deshice de mi percibida obligación al quimérico mainstream, mi tercer libro comenzó a moverse de nuevo.

     The Corrections es su obra cumbre. Una vez más cito la opinión de Foster Wallace, que junto con la de Don DeLillo y las de dos escritores más cubren la contratapa de la primera edición. «Divertida y profundamente triste, de un gran corazón e inmisericorde, The Corrections es un testamento del alcance y la profundidad que ofrecen los placeres de la gran ficción». En este caso su juicio es certero. Ganadora del National Book Award y el James Tait Black Memorial Prize en 2001, esta obra monumental es su verdadera entrada en la historia de la literatura. Emplea un lenguaje impecable para agilizar la trama, y va al grano. No le sobran palabras ni pierde tiempo en detalles abstractos. Se aboca a lo concreto, a las acciones de los personajes y no al paisaje que los rodea, a menos que éste venga a colación. A fin de cuentas, la ética se manifiesta a partir de hechos, de actos y no de pensamientos. La intención y los sueños carecen de importancia ante el suceso, y The Corrections está plagada de éstos, con la familia Lambert como protagonista: el padre, la madre y sus tres hijos, dos varones y una mujer.
     La lectura de los seis ensayos personales que aparecen en The Discomfort Zone, publicado en 2006, deja en evidencia el parecido entre los Lambert y la familia Franzen. Los achaques que vienen con la vejez son una constante en la novela, achaques que sufrió su padre en sus últimos años de vida. The Corrections es su novela más personal por el parecido que hay entre sus personajes y su propia familia: la manera en que la madre lidia con el padre y el trabajo de éste cuando era más joven; la familia del hermano que ya tiene hijos; y Chip, el profesor universitario que escribe un guión cinematográfico que fracasa, un personaje sin duda basado en el autor, en sus miedos y sus posibles habilidades como escritor. Es una familia del oeste medio de Estados Unidos. Los hijos, al crecer, se mudan a la costa este a pesar de los deseos de su madre, quien preferiría tenerlos cerca pero no está dispuesta a mudarse al límite del continente. El parecido es indiscutible y se manifiesta de una manera general y en los detalles. Algunos de los ensayos personales de How to Be Alone y otros tantos de The Discomfort Zone funcionan como puente biográfico entre Jonathan Franzen y The Corrections. Porque además de haberse convertido en un novelista de primer orden, es un magnífico ensayista.
     Freedom, el gran suceso editorial de 2010 en Estados Unidos, es una novela paralela a su predecesora. También gira alrededor de una familia que no necesariamente es disfuncional, sin embargo los problemas que la aquejan son suficientes para llenar las casi 600 páginas (sus cuatro novelas tienen aproximadamente la misma extensión). Si The Corrections se enfoca en los veinte y treinta de los hijos de la familia Lambert, Freedom comienza poco antes del nacimiento de Jessica y Joey y va hasta sus años universitarios, y en ambos libros la narración va y viene en el tiempo para dibujar con mayor precisión el devenir de las relaciones familiares. La familia Berglund de Freedom, de nuevo originaria del oeste medio, lucha por sobrevivir unida, por evitar que los obstáculos de la vida moderna se interpongan entre ellos, y al final es difícil saber con qué éxito lo logra. Hay más interrogantes que respuestas, más incógnitas que certidumbres, escritas por un hombre que ha superado con creces sus propios logros y se ha convertido en un maestro del género.
     El tema de «Why Bother?», como cité, es la desesperanza de Franzen ante el futuro de la novela, asunto al que regresaré en breve. Recupero su mención de la revista Time y los escritores que han desfilado en la portada: «La única familia Americana que conozco bien es en la que crecí, y puedo reportar que mi padre, que no era lector, no obstante conocía a James Baldwin y John Cheever, porque la revista Time los puso en la portada y Time, para mi padre, era la máxima autoridad cultural. En la última década, la revista cuyo borde rojo rodeó la cara de James Joyce ha dedicado portadas a Scott Turow y Stephen King.      Éstos son escritores honorables, pero nadie duda que fue el tamaño de sus contratos lo que les ganó la portada. El dólar es ahora el criterio de la autoridad cultural, y un órgano como Time, que no hace tanto aspiró a darle forma al gusto nacional, ahora sirve principalmente para reflejarlo». Günter Grass, Tom Wolfe, George Orwell y John Updike también posaron para ese espacio, y casi quince años después de escribir esas líneas es él quien se encuentra enclaustrado dentro del borde rojo de la revista, y justo por las razones que describe en ese párrafo se gana el prestigio de la mayoría de los lectores de Time y el desprestigio de otro gran sector que en efecto ve en ese gesto el tamaño de su contrato y no la importancia de su literatura. Creo que quienes creen que Franzen es un escritor menor glorificado por el sistema están equivocados. Que su cuenta de banco esté tan pachoncita como sus novelas no quiere decir que al menos dos de ellas y uno que otro ensayo no sean magistrales.
     Franzen y Foster Wallace mantuvieron una constante correspondencia con DeLillo, mayor que ellos por más de veinte años. Cito primero un fragmento de una carta de Foster Wallace a DeLillo: «No sé por qué la comparativa facilidad y el placer de escribir no-ficción siempre confirman mi intuición de que la ficción es realmente Lo Que Tengo Que Hacer, pero es así, y ahora estoy aquí de regreso azotando continuamente (en todos sentidos de la palabra) y alimentando mi bote de basura».
     Y finalmente, la respuesta de DeLillo a una carta de Franzen:

La novela es lo que sea que los novelistas estén haciendo en un momento dado. Si en quince años no estamos haciendo la gran novela social, probablemente significará que nuestras sensibilidades han cambiado en maneras que hacen un trabajo así menos imperioso para nosotros —no nos detendremos porque el mercado se secó. El escritor conduce, no sigue. La dinámica vive en la mente del escritor, no en el tamaño de la audiencia. Y si la novela social vive, pero sólo apenas, sobreviviendo en las grietas y las ranuras de la cultura, tal vez será tomada con mayor seriedad, como un espectáculo en peligro de extinción. Un contexto reducido pero uno más intenso.
Escribir es una forma de libertad personal. Nos libera de la identidad de masa que vemos construirse a nuestro alrededor. Al final, los escritores escriben no para ser héroes proscritos de alguna subcultura sino principalmente para salvarse a sí mismos, para sobrevivir como individuos.

     Creo que cualquier novelista en activo siente la desesperanza que articula Franzen en aquel ensayo y que DeLillo revira con su carta. Estamos conscientes del declive de la lectura de obras serias, de la proliferación del entretenimiento chatarra no sólo en la televisión o el cine sino también en los videojuegos e internet, vehículos que contienen de todo un poco pero en los que reina el contenido más básico, respuestas falsas que alejan al posible lector de un texto sensato y formal. Un buen novelista añora al lector del siglo xix, cuando la imagen-movimiento no oscurecía aún el horizonte de la novela. Jonathan Franzen es un novelista de influencia y estilo decimonónico que de alguna forma logró colarse en el flujo del mainstream y vender miles de copias de una novela larga, intensa, severa y reflexiva, que habla con honestidad poética sobre el mundo que habita, de problemas contemporáneos de una complejidad abrumadora. Sus dos últimas novelas son un prodigio, y el acontecimiento literario de la última una esplendorosa conquista, porque aunque es cierto que la revista Time y demás medios que lo mencionaron son quienes deben agradecerle a él, es imposible dejar de lado el poder persuasivo que tienen a gran escala.
Encuentro en el éxito de ventas que tuvo Freedom una esperanza frente a la desesperanza. Me queda claro que todavía hay suficientes lectores dispuestos a leer una Novela, y eso me reconforta.

        La traducción de las citas es mía. Creo que la palabra mainstream no se puede traducir sin faltar al significado original. Corriente dominante o línea central no ejemplifican lo que Franzen quiere decir con mainstream, término de uso común en Estados Unidos. Las mayúsculas a mitad de frase son del original.

        D. T. Max, «The Unfinished. David Foster Wallace’s Struggle To Surpass Infinite Jest», en The New Yorker, 9 de marzo de 2009.

        Jonathan Franzen, «Why Bother?», How To Be Alone, Nueva York, 2002.

 
 
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