Luvina_96 / Dionisiaca

El acto de creación artística ha sido siempre un enigma. Dimensionar hacia lo eterno un mundo finito y trasponer los límites del silencio para formar mundos alternos, tiene un origen dionisiaco. Umbral que conecta al escritor con las esferas divinas, mágicas o perversas. Un punto de partida después del cual no existe retorno. Seguramente se trata de una voluntad interior de concretar —construir— lo que el artista imagina. Pero las más de las veces se necesita un detonante externo. El momento preciso de la escritura es dionisiaco: hay una embriaguez creadora gracias a la cual la inspiración queda sin freno y puede llevar hasta el delirio místico.

Como Dioniso en su peregrinaje persecutorio, en su muerte y resurrección, Luvina 96 urde esas hierbas y hiedras desde las que renació el dios, para dar voz a experiencias límite y proyectar un camino tortuoso aunque certero, del renacimiento de la conciencia y la visión, tras incordiar el cuerpo y sus sentidos a través de sustancias narcóticas.
Una sustancia sutil, se ingiere y comienza un espectáculo asombroso. Se trata de un proceso alquímico, un fruto de la tierra que arrastra consigo el sabor de raíces y transmuta la realidad. El fruto o la planta inician un proceso de creación dentro del cuerpo. Los sentidos se afilan para escuchar el entorno y clavar las manos en la tierra. Las mejores palabras se vuelven materia prima. Cada una es importante, no el manojo, no las frases ya hechas, una por una, en su singularidad. Lo que da vigor al texto literario va a ser esa individualidad de cada vocablo. Una vez escogidas, las palabras se maceran, se deshacen, borran sus nombres y comienzan a tener otra vida. Se convocan una tras otra.
Surge un mosto, un nuevo comienzo que obedece en su textura, en la acción que cada palabra tiene sobre el todo, al poema que se está fraguando, a la depuración a la que fueron sometidas las palabras. Luego, interrelacionadas, se perfila una materia original. Quedará todavía fermentar ese todo, decantarlo, que se limpie lo burdo, que se desprenda la cáscara y permanezca en la oscuridad.
Tiempo después, cada objeto sale puro, fino, potente. Con carácter, una literatura original, visceral, que lleva en su entraña la tierra y la sangre, el sistema orgánico que le dio nacimiento. Como el buen vino, el texto es una constelación que se abre hacia todos los sentidos. A la hora de probarlo, leerlo, saborearlo, se transforma: es múltiple su resonancia, paulatina como un gran espectro de sensaciones que se hunde en nuestro cuerpo y nos forma un imaginario, una manera de mirar.
En Luvina Dionisiaca publicamos microuniversos que producen mezclas diferentes y sonoridades únicas. Textos que buscan asideros en la gran llanura de lo cotidiano y en la conquista de palabras que arrastran consigo aromas y colores. Y un paisaje diferente, nuevo y sin embargo lleno de resonancias de otros tiempos, logrando que los sentidos permanezcan en idilio con la transgresión y con un pie en el misterio.

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