Poemas / Édgar Rincón

Flores secas en la tumba de Bukowski

A los 16 años escuché la historia de un hombre
que todo lo hacía con cerveza
dormía y se despertaba con cerveza
se bañaba con cerveza
su desayuno era huevos con cerveza
a su carro en vez de gasolina
le echaba cerveza
cogía con cerveza, es más
algunos me dijeron que se cogía
a sus botellas de cerveza.
este hombre se llamaba Bukowski
y lo más decente que oí de él
es que siempre olía a cerveza
de sus trabajos lo corrieron por eso
todo eso y más me dijeron los que leyeron al viejo Bukowski
porque aparte de beber cerveza
este hombre era escritor
y por supuesto escribió que bebía mucha… bueno, ya saben

14 años después leí los poemas del hombre cerveza
amigos míos, déjenme les digo
que este tipo nos ha mentido
ese tal Bukowski es un farsante
nos ha engañado a todos se ha salido con la suya

el viejo Buk al morir dejó muchos borrachos
pero muy, muy pocos poetas.

 

Avenida Juárez

aquella muchacha recostada como paisaje
está ebria sobre el metal de la noche
extensa
sus piernas frías muestran el descenso
del verano
alcohol y sílabas dice Gonzalo
alcohol y tobillos enrojeciendo
tacones azulados sobre el piso

qué hora es me pregunto
entre el murmullo de cachorros embriagados
alcohol y párpados en el centro del acuario
qué hora es pregunta

es hora de largarse

 

De lo que pasa en El Recreo seguidamente y no sucede
en otros lares según recuerdo

Déjame decirte algo —me dijo el viejo—
el bar olía  a gas consumiéndose
era invierno y afuera los hombres
cubrían sus huesos hasta el cuello

ataúdes negros pasaban por la ventana
los tragos perdían su sabor en la tibieza del bar

el viejo pidió que le cambiaran el tarro
un muchacho con las orejas rojas, la cara blanca
dejó sus guantes en la barra
se frotó las manos y pidió una cerveza fría

—así jamás saldrá el invierno de nuestros cuerpos— pensé
en el espejo sólo había tres fantasmas
—los tres fantasmas de la navidad— dije
dirigiéndome a nadie

el cantinero sólo sonrió
el viejo nunca dijo nada

 

DerrumBar

i
En este lugar cantó mi sombra mientras yo hablaba solo
afuera la lluvia no existía y el invierno siempre amigo
me arrojaba amable a sus gastadas puertas de madera

ii
Algo buscan mis manos
un objeto del tamaño de mi bolsillo
algo menos dócil que este pedazo de adobe
que lentamente es devorado por la lluvia y por el sol
tal vez este trozo de yeso donde descubro
todos los colores que han cubierto estas paredes
las capas de pintura parecen las páginas de un libro incendiado por el tiempo
puedo leer en ellas los años y lo absurdo que es pintar
los muros que le pertenecen a la noche

iii
mejor este pequeño espejo que me regresa mi mano encalada
en él sólo soy un vestigio que avanza entre las ruinas
alguien buscando los restos de una noche perdida
entre los escombros de un bar
que ya había olvidado.

 

Inventario de fantasmas i: Una rubia triste en la ciudad

Norma Jean Harlow bebe margaritas en el Bar Kentucky
no se fija en la barra no ve el árbol de roble donde posa sus brazos
no le interesa el triste pedazo de bosque que viajó desde Nueva Orleáns
sólo  para estar aquí sosteniendo la celebración de cada noche

hace frío afuera y ella recuerda un avión atravesando nubes grises
ha sido largo el invierno y su abrigo blanco
le queda corto al hielo y a la indiferencia de esta ciudad
la rubia de raíces rojas invita una ronda a todos
los que hoy 20 de enero de 1961 beben en este bar
ella insiste en disfrazar de fiesta su tercer divorcio
tiene el corazón helado y exige al cantinero
y a los meseros que le digan una broma en inglés
algo que le entibie de nuevo sus bellas piernas de porcelana
algo que mueva de nuevo ese lunar entre las luces
que lo haga brillar bajo los cables de un tranvía que ya no existe

Norma Jean Harlow brinda por todos los que no la reconocen
quienes lo han hecho, terminan arrepentidos
—estoy  harta de atarme al corazón de los que están hundiéndose
de sólo abrazar cajas de madera en mis pesadillas—

Esa noche Arthur Miller mira una fotografía
Marilyn Monroe no está en ella.

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