Dhigavostov, de Luis Eduardo Garcí­a / Ví­ctor Ortiz Partida

Quiero dejar claro, desde el principio, que estamos aquí porque existe la música en la poesía de Luis Eduardo García. La poesía es sonido, ritmo, música, y en Dhigavostov hay todo eso, y más, pero de entrada ésa es la base: la música.

      Digo esto para ser nítido: el título del libro es extraño, pero suena muy bien: Dhigavostov; la portada es rara, pero atractiva, digamos que rima con la extrañeza del nombre. No vayan a creer que soy fanático de contar sílabas, pero al ir leyendo Dhigavostov comencé a notar un ritmo y descubrí algunos versos alejandrinos —las catorce sílabas, la cesura, los acentos y todo—, y luego combinaciones de versos que van creando un ritmo especial.
      Encontré música en este libro de Luis Eduardo García y la música es poesía y la poesía es música. Así pues, con fanfarrias, bienvenidos a Dhigavostov, ciudad de la que Luis Eduardo no es el único habitante: hay niñas, mujeres y hombres, en apariencia, felices, pero no nos dejemos engañar: estamos entrando a un paraíso dislocado, falso, un paraíso aparente sobre el que flota la tragedia, en el que es inminente la destrucción —una destrucción con música, claro.
      Luis Eduardo no va diciendo lo que sucede en Dhigavostov, lo va cantando, usa el verbo decir, pero aquí equivale a cantar, y eso se va sintiendo como una forma amable de decirnos que no somos visitantes de la ciudad, sino que somos sus habitantes, que aquí hablan nuestro idioma y entendemos. Quizá seamos habitantes que regresamos, paisanos que volvemos, y la ciudad está tan transformada que por eso necesitamos guía: porque el paraíso se convirtió en infierno.
      Luis Eduardo es nuestro guía por los círculos de este cielo transfigurado en infierno: él nos va mostrando escenas, imágenes, en las que notamos la transformación de lo bello en feo, de lo positivo en negativo, tanto, que incluso puede atacar:

Un himno suena y es colmillo

El canto está listo para atacarnos. Poco a poco nos queda más claro: sí, estamos en el infierno, y Luis Eduardo nos lo va mostrando. Con fanfarrias, bienvenidos al infierno musical. Un infierno musical como el que quería la loca Pizarnik, imágenes y sonidos ideales para descubrir Dhigavostov, porque aquí hay locos tristes, tibios, alegres, que confunden a los muertos con nieve, con masa blanca, con un animal.
      Bienvenidos al infierno musical, dantesco, es decir, frío, es decir, brillante, de brillo peligroso, porque el brillo no nos permite ver lo que sucede en el recorrido, no nos permite ver la realidad; por eso Luis Eduardo intercala una oración para cuidarnos del brillo, de la enajenación:

Aléjanos de él, oh Tundra
      Tú que lo puedes todo
      no permitas sus tentáculos
      suavizando las cabezas

Luis Eduardo nos advierte y nos sigue mostrando los círculos del infierno musical: imágenes, personajes, escenas, todo lo positivo que se transformó en negativo. Pero en este infierno siempre hay algo que cubre las cosas, como si no pudieran verse nunca directamente; sin embargo las percibimos porque las escuchamos:

Peces dragón, líquido uranio.
      En cielo musgos
      adiposos

cráter rosa

yaks enamorados

Este poema se puede leer en el capítulo más musical, el tercero, cuyo título, «Meidei, piraña nieve » , es un verso de siete sílabas, y también es una petición de ayuda cerca del final.
      Llegamos al cuarto capítulo, en el que Luis Eduardo dice cuál es el «Significado de las flores fantasma » y lo explica todo, da una resolución a su propio libro, aunque no diré aquí cuál es esa resolución, sólo adelanto que, gracias a Luis Eduardo García, la patria no se destruirá.

***

Epílogo:
      Una ciudad de la Unión Soviética, o una ciudad rusa o con nombre ruso, latió en mis lecturas de Dhigavostov. Resistí los deseos de investigar sobre esa ciudad a lo largo de mis reflexiones. Las respuestas se intuyen en los poemas finales del último capítulo de Dhigavostov. Después de escribir mi texto principal de esta presentación, por fin investigué. No les comentaré mis hallazgos. Nada más diré que mis intuiciones se reforzaron. Ustedes lleguen al final e investiguen también, se divertirán. Sólo quiero hacer un último comentario: el poema final de Dhigavostov es uno de los mejores poemas finales que he leído.

l  Dhigavostov, de Luis Eduardo García. Luzzeta, Guadalajara, 2018

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