Rocío / Luke Davies

(Sydney, 1962). Autor, entre otros títulos, de God of Speed (Rare Bird Books, 2008).

Años atrás, el innovador geofísico Teddy Bullard me dijo que tratar de comprender la estructura de la tierra analizando terremotos era como intentar comprender la estructura de un piano escuchando el ruido que hace cuando se lo empuja por unas escaleras. Desde entonces, el tema me fascina.

John Gribbin

La tierra enorme, más grande de lo que
podemos imaginar, atada como
con un piolín o magia. La tierra enorme con olor
a jazmín y a panal, a polvo de amapola
y diesel, todo para siempre una tromba
sobre el horizonte glacial hacia
nuestras fosas nasales saturadas, hacia la mitad
del momento y el hecho tropical
del latido de la sangre, ahora. La tierra enorme
de un cuarto de la edad del universo.
La tierra. De madrugada y en silencio
oímos el retumbar y el traqueteo
de su órbita casi imposible
por el sistema solar. Se esfuerza por
quebrar la circunferencia. Y confundimos
esa ferocidad con el lejano
ruido de la industria. Pero el sol
reúne sus planetas y todos nosotros
nos lanzamos por los confines espiralados
de la galaxia, donde la distancia
es tan grande que arrojar podría parecer a todas luces
la palabra equivocada. Retumbamos entonces. Retumbamos
por los confines. La galaxia misma
en una desolada serenidad arando
por años luz de vacío a años luz
de todas partes. Nada más que neutrinos
ahí: sin masa y silenciosos nos atraviesan
a raudales, por los vastos vacíos
de nuestras moléculas. Nada más que fotones,
que hacen llover la luz por el espacio hasta nosotros,
para que el universo se despliegue ante nuestros ojos
como el Cine de la Gracia Brutal que explota
cuadro por cuadro. Una gran
belleza inestimable. Esto puede
ser demasiado o todo lo que siempre
quisiste. Y porque sólo lo que se puede
contener es infinito (o infinitamente
memorable) lo rebobinamos, del espacio
a los espacios locales. La tierra enorme se estremece.
Las viejas rocas gruñen y un viento negro aúlla
pero en las grietas no se puede sentir
más que quietud. En Foxground
quietud en la hora antes del amanecer, como si
fuéramos todo lo que hay. La niebla colgada
como una hamaca por el valle
y meciéndose en los gruesos rayos amarillos
de la luna. La yegua apareció
de entre las sombras, resopló, pateó dos veces,
queriendo frenar el silencio
monolítico. Ah, ruido, noche, suelo. Nuestros pies
y sus cascos. La luna como un mensaje,
«Usted está aquí». En la luz reside la memoria,
en el ruido el gran rechinar de las piedras
de la tierra, que arrastran sus tristes almas
por la oscuridad del calor tectónico. Tan
fácil el poder de las rocas y el aire,
que brotan y que aguantan y nosotros
en el medio. Alegría en la sacudida del rocío
en las plantas de nuestros pies en la cuchilla
afilada del amanecer. En la paz del latido de la sangre.

Versión del inglés de Ezequiel Zeidenwerg.

Dew

Years ago, the pioneering geophysicist Teddy Bullard told me that trying to understand the structure of the Earth by analizing earthquakes was like trying to understand the structure of a grand piano by listening to the noise it made when pushed down a staircase. Ever since, I have been fascinated by the subject.

John Gribbin

The huge earth, bigger than we can / possibly imagine, held together as if by / string or magic. The huge earth smelling / of jasmine and honeycomb, poppy dust / and diesel, everything forever speeding / over the glacial horizon towards / our saturated nostrils, to the middle / of the moment and the tropical fact / of the blood’s beat now. The huge earth / a quarter of the age of the universe. / Earth. Late at night in the silence / we can hear the rumble and clack / of it almost impossible orbit / through the solar system. It strains / to shatter circumference. And we / mistake such ferocity for the distant / noise of industry. But the sun / gathers its planets and all of us / hurtle through the spiral fringes / of the galaxy, out here where distance / is so great that hurtle can seem entirely / the wrong word. Rumble then. Rumble / through the fringes. The galaxy itself / in desolate serenity ploughing across / lighth years of emptiness light years / from anywhere. Nothing but neutrinos / there: massless and silent they stream / through us, through the vast empty spaces / in our molecules. Nothing but photons, / raining light through space to us / so the universe unfolds upon our eyes / like the Cinema of Brutal Grace exploding / frame by frame. Pop Pop. A great / unassessable beauty. This can be / too much or everything you’ve ever / desired. And because only what is / containable is infinite (or infinitely / memorable) we reel it in, from space / to local spaces. The huge earth shudders. / The old rocks groan and a black wind howls / but in the cracks it is possible to feel / nothing but stillness. At Foxground / stillness in the hour before dawn, as if / we were all there is. The mist hung / like a hammock across the valley / and swayed in the thick yellow rays / of the moon. The horse emerged / from shadow, snorted, stamped twice, / desiring to break the monolithic / silence. Ah noise, night, ground. Our feet / and her hooves. The moon like a message, / «You are here.» In light resides memory, / in sound the great grind of the stones / of the earth, hauling their sad souls / through the dark tectonic heat. Such / easy power in the rocks and in the air, / welling up and bearing down and us / in-between. Joy in the shock of the dew / on the soles of our feet in the knife— / edge of dawn. In the blood’s beat peace.

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