Tal Nitzan / Una breve historia

     Ya no hay quien recuerde entre nosotros

     cuánto tiempo estamos esperando

     una blanca ola ciega que arrase con eso

     cuya mera memoria basta

     para oprimir el pecho en la mañana,

     la tráquea en la noche

    

     porque los enjambres de hormigas expulsados

     vuelven a ennegrecer nuestras casas,

     y el agua hirviente salta de las tazas de porcelana

     a nuestras caras

     y cuchillos hartos de la carne de fresas

     buscan nuestros dedos.

    

     ¿Cuándo se calmarán los pedazos de papel

     que revolotean por el aire, bajarán al polvo

     los trozos del hechizo inútil?

    

     Lo que sonaba a lluvia eran escombros

     apilándose en un montón.

     Lo que sonaba a llanto era llanto.

     Hace ya tiempo que necesitamos un nuevo desastre

     que arrase con los restos de nuestro desastre.

    

    

     Así

    

     El gato que escapa en un arco perfecto

     saltando por encima del seto,

     los niños, riéndose tras la pared,

     no sabrán cómo ataca la pena

     como una voz cuyo lamento incesante

     se oye de repente.

     Qué heroica paciencia

     tuvo aquel frágil profesor de piano,

     cómo, cuando todos los demás se marcharon

     uno por uno, desviando la mirada,

     me quedé la última, a causa de la música,

     o de la fragilidad. Las manos

     todavía sujetan el libro

     cuando se cierran los ojos, así

     deberíamos aferrarnos al amor

     porque al igual que una estrella

     nos acoge de noche

     aun después de muertos.

    

    

     Nana

    

     Imagínate, cada vez

     que cierras los ojos

     eres olvidada.

    

     Imagínate, cada vez

     que te duermes, cándida como un niño,

     eres olvidada por algún alma.

    

     Imagínate, cada vez

     que te duermes sin duda sin miedos

     sin guardia, eres olvidada por esa alma

     en la cual quisiste ser recordada.

    

    

     Cada vez que me es posible salir

     me dedico a mirar las nubes

     porque su color no tiene un nombre que debería recordar

     porque no les importa quién comete qué cosa ahí abajo

     porque me hacen inclinar la cabeza hacia atrás

     y acarician mis sienes con sus bordes

     porque se desprenden una de otra

     sin culpa ni dolor

     porque no respetan sus propios límites

     o la ficción del cielo

     porque no se puede mirar la misma nube dos veces

     por tanto

    

     miro las nubes

     cada vez que me es permitido

     salir al patio

     de la gran, gran institución

     que se extiende, según dicen,

     hasta los confines de la tierra.

    

    

     Posibilidades

    

     —Supongamos que estás acostado sobre un lado mucho tiempo, ya es casi noviembre y todavía estás sobre el mismo lado, la mejilla ya te duele, la oreja te duele también, tu cuello está torcido, tus costillas aplastadas y todo tu cuerpo grita «basta».

     —Me volveré al otro lado.

     —Supongamos que no tienes otro lado.

    

    

     Versiones del hebreo de Tal Nitzan

 

 

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