Mi primer Sony [fragmento] / Benny Barbash

También esa noche me desperté porque oí que mamá y papá discutían. Mamá le decía a papá que le estaba jodiendo la vida con todos esos polvos que echaba por ahí, su dejadez y su mal humor, que estaba harta, hartísima; y él le respondió que él también lo estaba pasando muy mal, que se sentía asfixiado, estancado, que el tiempo se le iba sin que fuera capaz de hacer nada; entonces ella le dijo que si lloriqueara un poco menos por el tiempo que perdía no perdería tanto el tiempo; y él le pidió que no fuera tan perversa. Después se quedaron callados y de repente papá dijo que no sabía lo que le pasaba. Que hacía meses que no era capaz de escribir. Y eso es verdad, porque no se le puede negar que no lo intente. A veces, cuando me voy a dormir, está sentado frente al ordenador; si me despierto a media noche, sigue ahí sentado, y por la mañana tiene la cabeza apoyada en el teclado, porque seguro que se ha quedado dormido intentando escribir algo, pero la pantalla está vacía, o llena de líneas y más líneas de dos puntos, o de la letra t tecleada un millón de veces. Una vez llenó diez páginas con sos, sos, en inglés, claro está, pero no conseguí saber a quién se los enviaba, porque esa llamada suele hacerse hacia fuera, para que alguien la capte y venga a ayudar, mientras que papá la enviaba hacia dentro, hacia la memoria del ordenador, y lo que no pude es preguntárselo, porque entonces habría descubierto que entro en su disco duro y leo todas sus cosas privadas, esas que ni siquiera le deja leer a mamá.

     El problema que tenía, por lo visto, era que se le habían acabado las historias, y por eso sufría tanto. Ojalá yo supiera de dónde vienen las historias, porque entonces quizá habría podido ayudarlo un poco y él sería feliz, y es que cuando él es feliz también mamá está contenta. Pero esa noche, mientras papá seguía hablando, mamá gritó: ¡Caramba![1] ¿Eso también es culpa mía? ¿Ahora también voy a ser yo la culpable de que no puedas escribir?

     Dijo «caramba», y es que cuando se enfada se le escapan palabras en castellano, porque mi madre es de Argentina y ese idioma es el que primero le viene a la cabeza cuando no piensa. Todo le toca a ella, le dijo, siempre se siente sola, como si todo estuviera en el aire, porque no sabe cuándo va a ser la próxima vez que papá se marche de repente, y en eso le doy toda la razón a mi madre, porque también nosotros sabemos que papá es de ese tipo de persona que desaparece en cualquier momento, y lo digo por experiencia, porque ya se ha largado de casa unas cuantas veces. Luego miré por la rendija de la puerta —hasta ahora sólo había estado grabando— y la vi intentando encender un cigarrillo. Pero como le temblaban tanto las manos no lo consiguió hasta la cuarta o la quinta cerilla, y papá le dijo Alma, porque así se llama mi madre, Alma, no con ayin[2] sino con alef, que es un nombre español que significa eso, alma, espíritu, ¿no es una pena que fumes cuando acabas de terminar el curso para dejar de fumar?, le dijo mi padre, y ella le contestó con un «mierda»[3] y añadió, ¿ahora va a resultar que te importa mucho?, y tiró al suelo una taza con todas sus fuerzas. Después se sentó en el sofá y se puso a llorar muy bajito, sin voz y sin lágrimas, sólo le temblaba el cuerpo, mientras estrujaba el cigarrillo entre los dedos sin darse cuenta. Mi padre se quedó allí de pie mirándola, hasta que ya no fue capaz de seguir así y se agachó y se puso a recoger del suelo los trozos de la taza, pero entonces ella le dijo con una voz muy temblorosa, déjalo. Déjalo. Mañana viene la asistenta. Pero mi padre, sin volver la cara hacia ella, porque se sentía incómodo, dijo que no pasaba nada, y entonces ella volvió a decirle, déjalo ya, déjalo, que no es tan difícil lo que te estoy pidiendo, ¡déjalo ya de una vez! Él dijo que sólo iba a traer una bayeta para limpiarlo, para que la mancha no se secara, porque si no a la asistenta le iba a costar mucho quitarla al día siguiente. Y entonces mi madre se puso a gritar, ¡deja de una vez la puta mancha, déjala ya!, ¿tanto te cuesta hacerme caso? Él, entonces, dejó encima de la mesa los pedazos que ya había recogido y se sentó en el otro extremo del sofá, y la mano que se le había ensuciado con los restos del café se la limpió en los pantalones, y después de comprobar que estuviera bien limpia, la estiró hacia ella con cuidadito, porque por lo visto quería acariciarle la mejilla, pero ella apartó la cara y dijo, ¡por favor!, déjame, déjame en paz de una vez, me estás matando, no aguanto más, y en ese momento sus temblorosos dedos llegaron a la punta encendida del cigarrillo, porque lo seguían estrujando, y como se quemó, gritó «¡mierda!», y tiró espantada el cigarrillo para enseguida ponerse a hurgar entre los cojines y encontrar lo antes posible la colilla, antes de que quemara el sofá, y cuando la encontró la apagó en el cenicero mientras le decía a mi padre, mira lo que has hecho, y se metió el dedo quemado en la boca; los dos se quedaron allí sentados mirando hacia el frente, sin mirarse el uno al otro, y era como si estuvieran muy lejos aunque el sofá es bastante pequeño, y entonces yo susurré, y se puede oír en la grabación, ¡que no se vuelvan a separar, Dios mío!, aunque mi padre me había dicho que, en su opinión, Dios no existe. Pero si Dios no existe, ¿a quién vamos a poder pedirle todas estas cosas?

    

    

     La primera vez que papá se fue de casa estuvo viviendo con una putita del teatro. Eso es lo que dijo de ella Amalia, cuando mamá la interrogó sobre Yael. Y Amalia, que es la mejor amiga de mamá y la mayor enemiga de papá, y que se pasa el día malmetiendo a mamá en contra de él preguntándole cuánta mierda puede llegar a tragar una mujer de un solo hombre —porque por lo menos ella come mucha mierda, pero de muchos hombres—, le contó con todo detalle lo que hacían papá y Yael, porque ella es la relaciones públicas del teatro y sabe todo lo que allí pasa, pero por muchos detalles que le diera, a mi madre parecían no bastarle, porque le preguntaba más y más, como si intentara descubrir algún secreto que la ayudara a comprender cómo me ha podido pasar esto a mí. «A mí» era a mi madre, y «esto» era que papá se hubiera ido, y sobre eso también pensábamos mucho Shaul y yo, y Shaul dijo que quizá lo molestábamos demasiado con tanto grito y tantas tonterías y que por nuestra culpa papá no conseguía escribir nada, así es que le escribió una carta a papá con los diez mandamientos que nos habíamos jurado cumplir, y todos la firmamos, Shaul y yo con nuestro nombre y Naama, que todavía no sabía escribir, estampando el pulgar, y todos esos mandamientos eran a favor de papá, como por ejemplo, que no lo molestaríamos, que no le pediríamos que nos comprara nada, que no dejaríamos a mamá que comentara que no había dinero para ponerlo todavía más nervioso, todo con tal de que volviera a casa, pero papá nos explicó que no tenía nada que ver con todo lo que habíamos escrito, y cuando Shaul le preguntó con qué tenía que ver entonces, papá empezó a tartamudear hasta que se calló, porque por lo visto ni él sabía muy bien por qué se había ido, y sólo dijo que era muy difícil de explicar, que quizá cuando fuéramos más mayores llegaríamos a entenderlo un poco mejor, y eso es lo que también mamá intentaba entender, y por eso le hacía más y más preguntas a Amalia que al final dijo que no veía dónde estaba la complicación. Eso es lo que suelen hacer los hombres de cuarenta años que empiezan a olerse el principio del fin. Cualquier par de tetas les pone bien recta la polla, y Yael, eso sí que no se le puede negar, tiene un par de tetas bien puestas, frescas, tersas, levantadas, porque es más joven que mamá y que Amalia, por lo menos doce años, y cuando lo dijo suspiró, porque las mujeres más jóvenes que ella siempre la ponen triste, aunque enseguida añadió con una sonrisa que no importaba, que muy pronto los años también le estropearían las tetas a Yael y que un pecho tan grande tendría una caída igual de grande, así que mamá no tenía por qué preocuparse porque esa pequeña furcia acabaría por echar a papá como los echaba a todos y que entonces papá volvería de rodillas, a lo que mamá dijo que aunque volviera a rastras ya no le iba a dejar entrar más en casa, y entonces me vieron y Amalia dijo, mmmm, qué rica está la tarta, tienes que darme la receta, pero mamá se sintió muy incómoda y no sabía qué hacer porque tenía miedo de que yo hubiera podido oír la conversación que acababan de tener, y cuando Amalia se fue me preguntó si había oído algo y yo, claro está, le dije que no, porque no la quería poner triste, pero por si acaso ella empezó a explicarme que papá sólo se había ido de casa pero que no nos había dejado, que nos seguía queriendo —no dijo «nos quiere», sino «os quiere», como si hubiera decidido que a ella ya no la quería y que por eso ya no podía seguir usando la primera persona del plural— y eso era lo mismo que él siempre nos decía cuando iba a buscarnos cuando le tocaba a él tenernos después de que hubiera arreglado con mamá cómo se repartían la semana.

     Por mucho que esperábamos ilusionados los días que nos tocaba estar con él, al final no lo pasábamos demasiado bien, puede que porque todos intentábamos ser muy educados, portarnos bien, y como nadie decía realmente lo que pensaba, a papá se le notaba incómodo y aunque decía soy todo oídos, sigue contando, se le veía en los ojos que no entendía nada de lo que le decíamos, además de que no tenía una casa a la que llevarnos, y si la tenía no quería llevarnos con esas putas porque seguro que le daba vergüenza que viéramos que vivía en una casa de putas, porque ése no es que sea un sitio muy adecuado para unos niños.

     Mamá nos preguntaba disimuladamente por el sitio nuevo en el que vivía papá, y se le notaba que se moría de curiosidad por saber cómo era. A Shaul no le gustaba contestar ni a mí tampoco, porque cuando yo le contestaba, Shaul me daba patadas por debajo de la mesa, así que la única que contaba algo era Naama, aunque era imposible entender nada de lo que decía porque la imaginación y la realidad se le mezclaban por completo y además aunque le hubiéramos querido contar algo a mamá tampoco habríamos podido porque como ya he dicho antes papá no nos llevaba al sitio nuevo en el que vivía, sino que dábamos vueltas por la cuidad como unos beduinos o íbamos a las camas elásticas del parque Ha-Yarkon adonde van todos los padres divorciados que no saben qué hacer con su hijos, y a veces también van algunas madres divorciadas, pero no porque no tengan casa, sino como nos explicó Ido, el amigo de Shaul, para cazar a algún divorciado, porque lo que más le pega a una divorciada es un divorciado, y es que eso se nota hasta en cómo suenan esas dos palabras, divorciada-divorciado, porque un soltero nunca se irá con una divorciada, porque ya está usada, mientras que a un divorciado, que ya está acostumbrado a las usadas, no le importa. Y la verdad es que había allí siempre una que no dejaba de mirar a papá, y su hija, que saltaba muy bien y que hacía unas piruetas increíbles para adelante y para atrás, le tenía que estar diciendo todo el rato que la mirara a ella, y entonces su madre le decía, muy bien, muy bien, aunque ni la miraba, porque sólo le preocupaba dónde estaba papá, que ni siquiera se había fijado en ella porque estaba cansado y triste y se le había puesto una cara muy delgada y muy pálida con los ojos muy rojos, y además, en cuanto se sentaba los cerraba, y muchas veces ni siquiera se había afeitado, si hasta casi parecía un terrorista, y cuando de repente se despertaba se abrazaba al primero que tuviera al lado, y susurraba Shaul, o Naama o Yotam, que así es como yo me llamo, dependiendo de a quién abrazara, y decía, cuánto os quiero; y a Naama, además, le decía cuánto exactamente, porque ella se lo preguntaba, y papá le decía que hasta las estrellas, o hasta el sol, o hasta el infinito, y en esos momentos me habría gustado preguntarle directamente a la cara, ¿pues cómo es que te has ido de casa si tanto nos quieres? ¿Sabes cómo llora mamá cuando cree que ya estamos dormidos y cómo se le caen las cosas de las manos en medio de la cena? Además de que ha vuelto a fumar como un carretero y se enfada por cualquier cosa, y ayer hasta le dio una bofetada a Shaul porque se puso a discutir con ella diciéndole que no podía llevar a casa a ningún otro hombre.

     No es que le diera el tortazo de buenas a primeras. Al principio intentó hablar con él muy bien y explicarle que ella también tenía derecho a tener su vida y que no estaba de acuerdo con que Shaul hiciera de policía, pero Shaul le dijo que si llevaba a alguien a casa por la noche para él sería una puta y fue entonces cuando le dio la bofetada que le dejó a Shaul unas marcas muy rojas en la mejilla, pero él ni se llevó ahí la mano, ni lloró ni dijo nada, sino que se quedó mirando a mamá con esa mirada tan horrible que tiene que asusta hasta a los profesores del instituto, y mamá enseguida se arrepintió, no porque se asustara, y toda la noche intentó hacer las paces con él y explicarle que la situación no era difícil solamente para nosotros, sino también para ella, porque seguro que se acordaba de las cosas horribles que le habían pasado en Argentina y que nunca nos cuenta y de las que le ha quedado la foto de su primer marido al que los militares secuestraron y torturaron, aunque en la foto no se ve nada de todo eso porque se la hicieron antes de lo de los militares; sino que sólo se ve a mamá sentada en un pequeño escenario y a él al otro lado con una marioneta, porque trabajaba en un teatro de títeres de San Telmo, que es una zona de teatros de Buenos Aires, y allí se conocieron, porque mamá era tramoyista cuando estudiaba arquitectura en la universidad; los dos son tan jóvenes, y él está muy sonriente, con bigote y con barba, el pelo largo y los ojos negros y muy brillantes, y se llamaba Raúl —el nombre que mamá le quería poner a Shaul cuando nació, pero papá la convenció para que no lo hiciera porque tenía miedo de que con ese nombre todos los niños se iban a reír de él,[4] y por eso le propuso el nombre de Shaul, que es un nombre muy bonito que tiene casi las mismas letras, menos la erre, pero que se le parece mucho: Shaul-Raúl.

     Yo nunca habría dejado a mamá, pienso, mientras papá nos compra unos polos cuando ya nos hemos hartado de tanto saltar en las camas elásticas y ya todo nos da lo mismo y estamos hasta tristes, y Shaul y yo tiramos los polos que nos acaba de comprar y le decimos que no están buenos, así que papá nos pregunta si los queremos de otro sabor, pero Shaul apenas toca el nuevo polo y también lo tira a la papelera diciendo que tampoco está bueno, y entonces Naama y yo hacemos lo mismo que él, así que papá se enfada y dice que eso es tirar el dinero, pero Shaul le dice que irse a Eilat de fin de semana con su novia es todavía más derroche, y papá le pregunta que de dónde se ha sacado eso, y Shaul le dice que qué importa cómo lo sepa, que lo principal es que es verdad; porque no le cuenta que el jueves Amalia ha ido a verlos con el periódico del viernes y le ha enseñado a mamá que la historia de su estúpido marido ha llegado hasta Tsipora; y papá le dice que no es tan sencillo —que es la manera que tienen los mayores de justificar algo feo que hayan hecho—, y Shaul le dice que puede que no sea tan sencillo pero que es lo que es, así es que que no nos hable de tirar el dinero, y papá le advierte que cuide la lengua, pero Shaul le contesta que ahora que papá se ha ido de casa ya no nos puede mandar, pero papá le dice, todavía soy tu padre, Shauli, y Shauli se enfada, no me vuelvas a llamar Shauli, y entonces papá ya se calla y nos lleva a la pizzería de siempre, pero nosotros estamos hartos de comer triángulos de pizza con sabor a cartón, porque eso es lo que comemos cuando estamos con él, y Naama se echa a llorar y dice que se quiere ir a casa con mamá, y Shaul está de acuerdo, sí, puede que ya sea hora de irnos, y Naama se baja de las rodillas de papá y se sienta encima de Shaul, que es como su segundo padre, y ahora yo también estoy en contra de él y me digo, no tengas pena de él, no te tiene que dar pena, no lo merece, aunque tiene una cara que da mucha pena; pero lo odio, y odio a Shaul, que lo castiga, y a Naama que sigue llorando y sorbiéndose los mocos, y al mundo entero, y las películas a las que nos lleva, porque ya se han acabado todas las películas para niños que dan en la ciudad, pero como no sabe cómo pasar el rato que tenemos que estar con él, nos ha empezado a llevar a películas de mayores, que son aburridísimas, además de que la gente no hace más que pedirle que haga callar a su hija y que qué hace llevando a unos niños a una película como ésa, y él, encima, se pone a discutir con ellos, aunque tienen toda la razón del mundo, y una vez hasta vino el acomodador y se pusieron a gritar, y Naama empezó a llorar, y Shaul a gritarles a todos que no le gritaran a su padre, hasta que al final el acomodador nos echó de la sala, pero papá no se movió de la entrada hasta que no nos devolvieron el dinero, y entonces salimos a la calle, Naama en brazos de papá, yo a su lado y Shaul un poco detrás, y como llovía mucho nos mojamos todos porque no encontrábamos un taxi, ni las ratas hubieran salido a la calle con una tormenta como ésa, como dijo mamá cuando llegamos a casa y nos vio tan empapados que nos preguntó qué es lo que había pasado. Papá se puso a tartamudear, pero Shaul enseguida se inventó una historia para salvar a papá de tener que pasar tanta vergüenza y para ahorrarle a mamá los cuentos de papá y también para que mamá no se enterara de la película a la que habíamos ido y le dijera a papá, ¿pero te has vuelto loco, o qué?, ¿a qué películas se te ocurre llevar a los niños?, aunque papá le habría dicho que en la tele veían la misma basura, y ya se habrían puesto a discutir, y yo me habría preguntado para qué se habían separado si seguían discutiendo por lo mismo por lo que discutían cuando estaban juntos; pero para ahorrarnos todo eso, Shaul se inventó un cuento y seguro que luego no pudo pegar ojo en toda la noche de los remordimientos de conciencia por haberle mentido a mamá […]

    

    

     Traducción del hebreo de Ana María Bejarano


[1]
    [1] Caramba: en español en el texto hebreo original. (Todas las notas son de la traductora).

[2]
    [2] Alma, escrito con la letra ‘ayin, es un vocablo hebreo que significa «doncella», «muchacha». Escrito con la letra alef es el nombre propio Alma. ‘Ayin y alef han perdido su valor como fonemas guturales en el hebreo israelí y son fonema cero en el habla coloquial, por lo que el oído ya no las diferencia.

[3]
    [3] En español en el texto hebreo original.

[4]
    [4] Raúl no es un nombre hebreo, pero resulta homónimo de un vocablo hebreo que significa «enmascarado».

 

 

 

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