Módica, Italia, 1901 – Nápoles, Italia, 1968. Uno de sus libros más célebres es «La vida no es sueño». (1949).
De 1936 a 1959, el poeta siciliano Salvatore Quasimodo (1901-1968) intercambió correspondencia con la bailarina milanesa María Cumani (1908-1995), con quien mantuvo, durante un par de años, una relación clandestina.
En esta breve selección podrá constatarse que no son cartas concebidas para la posteridad sino el testimonio de un vínculo de admiración, celos, incertidumbre, añoranza y reclamos. Durante este largo epistolario que se mantuvo durante veintitrés años (de 1923 a 1959) también se registra la actividad intelectual del poeta en pleno ejercicio de sobrevivencia durante los difíciles años de la guerra. Las cartas están fechadas de manera irregular, ya sea según el calendario convencional o en aquel que se llevaba durante la era fascista en Italia con números romanos. También su firma se modifica caprichosamente.
Traducir a Salvatore Quasimodo es lidiar con cierto desenfoque del lenguaje, notorio en la ruptura de la sintaxis, donde verbos y artículos con frecuencia se suprimen. Su fraseo nervioso, su peculiar modo de puntuar, implicó un desafío en la toma de decisiones. Al ser un conjunto de cartas casi todas autógrafas, el autor usaba comillas en vez de itálicas para citar un título, literario o no, pero el uso exagerado de comillas iba más lejos, era su forma de acentuar ciertas expresiones. En la mayoría de los casos, las conservamos.
Quasimodo recibió el Premio Nobel de Literatura en 1959 y, aunque su poesía no goza de la misma trascendencia que la de Ungaretti, o la de Montale, es un exponente insoslayable del Novecento. Su poesía, cercana durante un largo periodo al simbolismo, mantiene un admirable espíritu de libertad y de belleza.
27.vi.xiv
Pucci:
Con la voz, quizá nosotros sabemos crear ritmos, detenernos en ciertos tonos y escuchar los ecos, consternados, pero nunca sabremos decirnos nada de nuestra historia de criaturas que transitan por la tierra y sufren con doble corazón. Y nos ayudó la noche con una profunda quietud, casi como aquella que nos asalta antes de entrar al sueño. Sin embargo, al mirar tu rostro cambiante, al sentir en ti las figuras del sonido que nunca te abandonan, ni siquiera cuando habríamos podido tenerlo todo, volviéndonos leves por el movimiento improvisado de una mano, de los labios, al buscar tus ojos, también destinados a cambios repentinos, ¿quién no sentiría la miseria de las palabras? No obstante, todo está dicho. Después de superar el tiempo gris, ¿qué nos espera? Vuelvo a oír en la noche de los tilos el rugido del león. Su signo zodiacal está cercano. Y será mi destino que empiece la vida intensa en este cielo celeste. Aun si tuviera que destruirme quiero pensar en tu corazón, en el corazón que tienes mientras bailas y desatas los brazos y levantas la cabeza como para entregarte de lleno al aire. Ese corazón es lo que busco, con él podrás alcanzar la expresión precisa que te hará destacar en el arte que amas y por el cual, como yo, lo apuestas todo. ¡Pero cómo estás distante en el tiempo! Sospecho a veces, y temo hasta la angustia en mi soledad de hombre, que puedas desaparecer tal como llegaste de improviso aquella noche con un poco de fuego sobre la frente y el pelo. Pienso también que ahora te irás a donde no pueda verte, aún más apartada de mí. La memoria me ayudará a sufrir todavía más porque en el fondo somos de aquella raza que tiene por ley la angustia constante de buscar la armonía conquistando el dolor. Te podría decir más cosas si quieres, Pucci. Y también háblame tú, así, en secreto. Tuyo,
Quasimodo
15.viii.xiv
Milán
Mi Pucci:
El alba me sorprendió por las calles hace poco. Triste su luz, casi repentina, llega por la espalda cuando se cree que aún la noche es profundísima. Y entonces, se busca refugio como al estallido del rayo previo al aluvión. Estoy ahora en mi estudio escribiéndote con los primeros rumores de la mañana: son máquinas que aplanan la grava de una calle en obra cerca de la estación (¿cuál? Nunca he tenido curiosidad de saberlo), tranvías que comienzan su monótono giro de carrusel alrededor de la ciudad todavía desierta. Pero esta es mi hora, la hora más secreta que conquisto con fatiga. Antes estaba solo, ahora advierto tu presencia como la única fuerza que regula mi mundo. Pienso en ti con intensidad, te reconstruyo de la cabeza al hueso del tobillo, viviente. Nada olvido, estoy seguro de tus gestos, es más, de la armonía de tus gestos. Tu boca está levemente abierta, como cuando «los sentidos» la tocan; tu cabeza, apenas inclinada, como si quisieras escuchar un gran secreto. Querida. Tengo aquí tu última carta (con esta ira reprimida, con este acto de rebelión, la había sentido) también rica de movimientos suaves. La tristeza que me queda de aquella noche reside, tal vez, toda en «vernos» en la entrada de la estación como dos seres cualesquiera, dominados por un juego banal preparado con mucha destreza e ironía. Nada mueve mi deseo de «desaparecer» como aquello que pueda hacernos sentir viles e impotentes. Nunca lograremos vencer ciertos pudores. Además, me causó mucho dolor encontrarme solo en una ciudad a la que había vuelto para estar pocas horas junto a tu aliento. Ahora me dices con dulzura que te confesaste con otra mujer enamorada. Quizás haga bien contarle a alguien esos grandes «temblores» que cambian desde las raíces nuestra vida. Claro, da fuerza. Pienso en ustedes bajo el sol de la ribera soñando cambios en la historia cotidiana de quienes las quisieran encadenadas, perezosamente dóciles. Pero aquello que «se pierde», ¿quién nos lo podría devolver? ¿Quién podría hacernos renunciar al bien o al mal que un hecho, nuestro, necesario, llegara a desatar? Pienso en Esquilo: «Lo sabía todo y quise pecar» (Prometeo). Supe, cuando comencé a amar la poesía, que por ella iba a sufrir hambre, los padecimientos de la carne, los huracanes del espíritu. Las mujeres sirvieron como un «espejo de tristeza» (lo digo en uno de mis poemas más conocidos), pero no eran la mujer. Aquella era el sonido mismo, «soñado». Ahora, aquí, estoy seguro de que serás capaz de expresarte en la danza con una potencia y una claridad lírica que ninguna bailarina ha logrado jamás. Y tú lo sabes, eres la Mujer, la que todo hombre (aun si hay pocos hombres sobre la Tierra) construye con sus extravíos de celos, aquella a la que no se puede renunciar sin morir. Sueño con la calle de Liggia, la noche fluye silenciosa en la casa que te abraza en el amor. Espero ir a Liguria la próxima semana, pero quiero estar mucho tiempo contigo. Y las cartas ¿las envío a Génova? Y el número de teléfono de Génova (el 27442), ¿en qué caso podría servirme? El sol ya está aquí, sobre mis manos. Cierro los postigos y me echo algunas horas en mi precioso diván de la «deserción». Pero te quisiera conmigo. ¿Cómo te besaría? Tuyo,
Virgilio
8 de enero de 37
Adorada:
Ayer fue un día lejano. Tenía tu sueño en mí y en él buscaba las señales que se habían cumplido y aquellas que pudieran indicar vivencias futuras. Incluso aquí tus palabras llegan como vibraciones musicales, pero el aura es de grandeza. Wagner, mejor dicho, su imagen, salió de la figuración de la selva, pero quizá su verdadero héroe no es Sigfrido. En nuestro espíritu hemos encontrado nuestra humanidad, los héroes románticos amaban la superficie, todavía estaban demasiado «atados» para llegar al loco vuelo. Y también pensaba en tus miedos. En mí no hay duda alguna: tú lo tendrás todo en la vida. Es imposible que Dios piense en el fruto y lo haga nacer directamente de la rama. Tendrás tu flor y la flor su miel. Llego a ser solemne y literario sin proponérmelo. ¡Pero si supieras cómo a veces me siento sin capacidad de «consuelo» frente a tu silencio! Así es como nace la tristeza.
[Salvatore Quasimodo]
12.i.xv
Amor:
Aquella carta que interrumpí terminaba en el origen de la tristeza.
[Salvatore Quasimodo]
8.2.xv
Pucci adorada:
Hubo silencio en mí en estos días de dolor constante. Silencio que me sirvió para estar más pendiente de los ecos de tu voz tan resuelta a destruir, tan inmediata a recrear. Y me dije, con insistencia, que vanas habían sido las fuerzas del espíritu, vanos los inmensos abandonos en los que entregué lo mejor de mí; esa misma sustancia que me da el alivio del canto, la superación de los días monótonos en el extraño fluir de esta vida que me volvió áspero y melodioso al mismo tiempo. ¿Qué quería de mí la Délfica si nada la satisface? ¡No la luz sonora que surge de sus brazos cuando se pierde en la danza con el amor que hace felices a los adolescentes, no aquello que consume la tristeza de los adultos, no el arte ni la gloria que la nutre en los confines de la juventud, ni las horas de sueños, ni los «arrebatos» por los que hermosa entre todas las muchachas abre sus grandes ojos verdes, celestiales, ojos como si el mundo naciera a cada instante con sus ríos, sus árboles, sus animales inermes y aquellos de sangre oscura! Me preguntaba todo esto y me sentí lleno de dolor. Medía mi incapacidad de comunicar cualquier ímpetu, un profundo lamento de los sentidos, la felicidad absoluta que se experimenta sometiéndose a la materia, pero hoy tu palabra era todavía «marina», era siempre el dulcísimo sonido esperado en la distancia. Todo esto ya es historia. Nos queda escuchar a nuestro corazón vivo. Te beso. Tuyo,
Virgilio
28 de julio de 1943
Amor mío: La tarde transcurrió con bastante calma. Apenas ahora, hacia la noche, se escucha el rumor de las metralletas y las bombas. Pero hay cierta claridad en el aire. Habrá un periodo de calma, estoy seguro de que durará algunos días. Tú sabes lo que quiere el pueblo. Quédate tranquila y goza el sol y el agua. Sigue los acontecimientos y procede según su curso, pero no escuches las voces de alarma que los fascistas circulan para intimidar la península. Ahora es el ejército quien defiende la libertad conquistada por los últimos «perseguidos» del nefasto régimen. Te amo. Te beso fuerte. Tuyo,
Salvatore
23 de sept. de 49
Amor mío:
«quizás es otoño» y el deseo de apoyar mi cabeza atormentada por los sueños sobre tu hombro se hace más vivo. Será dentro de algunos días. Y quisiera que estuvieras más serena, más atenta a tus reclamos internos y no a las astucias malvadas de quien tiene un destino mediocre y alma de merolico. A mi regreso de Venecia (espectáculo aburrido y académico), escribí el artículo y comencé a traducir Ricardo III. Mondadori me escribió y dijo que debido a la crisis no puede comprometerse con la traducción de Shakespeare. Ya veremos si Einaudi tiene intenciones de que trabaje en las mismas condiciones que me había planteado Mondadori; de lo contario pensaré en Bompiani para La Tempestad y Ricardo III.
Para el premio San Vincent (que se define el 1º de octubre y si gano tendría que ir a presentarme ante público y jurado) sigo teniendo esperanzas;[1] pero sé que Ungaretti[2] lucha como «presidente» para desviar la atención y la tensión que se ha creado en torno a mi último libro de poesía.[3] Presentó unos versos inéditos de Barilli y a toda costa querrá premiarlos. Luchar, siempre luchar; pero es bueno conocer los humores subterráneos de quien te sonríe y te estrecha la mano cordialmente. Te veo citada en Avanti desde hace unos días (para la comidilla de los críticos) y en El Europeo, en la crónica social de Venecia.
Ayer, hoy y mañana, exámenes. Estoy un poco cansado, te beso con muchísimo amor,
Tuyo,
Salvatore
Saludos a todos, besos a Sandro.
Moscú, 11 de septiembre de 1958 (telegrama vía Italcable)
Nada de qué preocuparse. Me atacó un leve malestar — Internado en Hospital Botkin de Moscú — Pabellón 5 — por algún tiempo — te informaré — Afectuosamente —
Salvatore
Gardone, 25 – 7 – ’59 (postal en sobre cerrado)
Querida Pucci:
No es tiempo ahora de diálogos. Mejor esperar hasta septiembre. No odio a nadie. Hubo errores más que mentiras. Errores graves que despedazaron mi sistema nervioso. No estoy en paz ni conmigo ni con los otros. ¿Cómo podría estarlo? Mi salud es todavía oscilante, no me engaño.
Son días «condicionados» y no sé si mañana estará peor. No vengas a Gardone. Es mejor, por ahora, saludarnos desde lejos.
Salvatore
Gardone, 3 – 8 – ’59 (postal en sobre cerrado)
Recibí. Difícil, muy difícil, ahora.
El tiempo para mí se precipitó de golpe. Me llegó la foto de Sandro.
Dale las gracias. Trata de sacar el alma al sol — no los nervios.
Cariños a Sandro,
Salvatore
Selección, versión y nota de Guadalupe Alonso y Myriam Moscona
[1] En el último momento, la situación dio un giro y Quasimodo no fue premiado.
[2] Muchos años después, Quasimodo, y vale decirlo por quienes lo acusaron de ser un espíritu polémico o faccioso, «luchó como presidente» para que le otorgaran el premio Etna-Taormina al propio Ungaretti».
[3] La vida no es sueño.