«Nadia Comăneci y la policía secreta». Historias de la Guerra Fría

Stejărel Olaru

(Aldeni, Rumanía, 1973). Éste es un fragmento de «Nadia Comăneci y la policía secreta» (Oberon, Madrid, 2023), su noveno libro y el primero en español.

Un salto en la oscuridad

EN LA NOCHE DEL 27 AL 28 DE NOVIEMBRE DE 1989, siete personas se encaminaron apresurada pero cautelosamente hacia la frontera entre Rumanía y Hungría. Bajo sus pies, la tierra congelada crujía ruidosamente o eso les parecía mientras avanzaban sobre los profundos surcos de un campo arado. A intervalos, escuchaban ladridos a la distancia desde las aldeas circundantes y se asustaban pensando que tal vez serían los causantes de la molestia de los perros. Ahora, pasada la medianoche, la temperatura había bajado tanto que el frío se había convertido en un verdadero peligro, aunque no era el único, ni siquiera el más importante, pues los siete se habían embarcado en la aventura más peligrosa de sus vidas: estaban a punto de cruzar de forma ilegal la frontera entre dos estados comunistas.

Habían partido en la oscuridad de la noche con la esperanza de reducir el peligro de ser descubiertos, pero la oscuridad obstaculizó su avance y puso a prueba su sentido de la orientación. Durante su viaje de seis horas, subieron y bajaron colinas, cruzaron barrancos (intentando no perder el equilibrio) e incluso llegaron a correr, cuando el terreno lo permitía. Durante los pocos descansos que hicieron, apenas susurraban y no encendieron ni una cerilla, temerosos de que la guardia fronteriza rumana pudiera verlos o escucharlos. El hombre que había asumido el arriesgado trabajo de guía era Gheorghe Talpoș (conocido como Ghiță), un pastor bastante conocido de la zona. Vestido con un abrigo y una gorra negros de piel de cordero, iba delante, no sólo para mostrar el camino, sino también para indicar que asumía la responsabilidad del resto del grupo, que caminaba detrás de él de dos en dos.

La frontera entre Rumanía y Hungría se extiende a lo largo de casi 450 kilómetros. Talpoș estaba familiarizado con la zona cercana al cruce fronterizo de Cenad, entre Timișoara y Arad. Daba la casualidad de que ésta era la ruta más adecuada, porque en esa zona la línea fronteriza es recta; al no ser sinuosa se elimina el riesgo de regresar a Rumanía sin darse cuenta si por algún motivo llegaban a perder el rumbo. Talpoș sabía que tenían que moverse siempre hacia el norte, sin desviarse hacia el noreste, donde la 10. Un salto en la oscuridad frontera queda más lejos (coincide con el curso del río Mureș), ni hacia el oeste, hacia los campos de Pordeanu y Beba Veche, donde convergen las fronteras de tres países, en el conocido Triplex Confinium.1

Si una patrulla del ejército rumano sorprendiera a Talpoș solo cerca de la franja fronteriza, éste habría podido proporcionar varias razones plausibles sobre su presencia en la zona, además conocía personalmente a algunos de los guardias fronterizos. Pero las cosas serían mucho más complicadas en la situación actual, pues ninguno de sus acompañantes vivía en los alrededores, sino en otros condados e incluso en Bucarest. El riesgo que corría Talpoș se veía agravado por el hecho de que uno de los fugitivos era Nadia Comăneci, la gimnasta campeona olímpica, mundial y europea, a quien el dictador Nicolae Ceaușescu había promocionado por todo el mundo como símbolo de orgullo nacional. La gimnasta más famosa del mundo huía de su propio país, que había estado bajo el control de un feroz régimen totalitario durante más de cuatro décadas. El pastor no habría tenido ninguna excusa, ningún argumento lo habría exonerado si lo hubieran atrapado junto a Nadia.

Talpoș afirma que sólo descubrió que Nadia formaría parte del grupo esa misma noche, antes de salir, algo que lo sorprendió e intimidó. «¿Cómo diablos puede Nadia cruzar la frontera de noche como una delincuente? Si ha estado tantas veces fuera del país, ¿no se podría haber quedado entonces?», fue su reacción al enterarse de la decisión de la deportista. Luego bajó a su bodega para beber un par de copas de vino: «Quiero estar borracho si me atrapan. Así al menos podré decir que estaba ebrio».2 Pero las dos copas de vino no fueron suficientes, tal vez porque era un bebedor empedernido o tal vez porque el viento frío y recio de esa noche le despejó la cabeza enseguida. Cautelosos y asustados, todos escuchaban sus indicaciones, obedeciendo sus instrucciones cuando indicaba hacia dónde ir o dónde detenerse a descansar, o cuando les advertía de posibles peligros.

Hacía unas dos semanas que Nadia Comăneci se había unido a este grupo de desertores, creado de forma espontánea. Incluía gente sencilla de todas las categorías sociales y provenientes tanto de la zona como de Bucarest, ninguno de ellos era una figura pública. Todos perseguían el sueño de vivir en un mundo mejor: Dumitru y Gabriela Talpoș, hermano y cuñada del guía, también originarios de Cenad; Aurel-Adrian Biaș, de Sânnicolau Mare, localidad cercana a Cenad; Monica-María Marcu, una joven ingeniera nacida en Sînnicolau Mare, que trabajaba en una fábrica del condado de Bihor; y George Paraschiv, un pintor que se ganaba la vida como electricista en una fábrica de Bucarest.

Años más tarde, sus recuerdos sobre esas largas y opresivas horas son similares, aunque difieren en los detalles. A George Paraschiv le sorprendió el hecho de que había «una gran luna llena»3 esa noche y se sintió amenazado por la luz que proyectaba. Nadia recordó la belleza de la oscuridad, que le pareció francamente vertiginosa: «Cuando salimos a la noche, colocamos nuestra mano sobre el hombro de la persona que iba delante porque una vez que nos alejamos de la casa, no se veía nada. De no haberlo hecho, me habría separado del grupo y me habría perdido».4

No todos los miembros del grupo veían a Gheorghe Talpoș de la misma manera. A diferencia del resto, a Nadia le pareció indeciso y desaprobaba sus decisiones, aunque no lo dijo ni se opuso abiertamente a él:

Muchas veces perdí la fe en nuestro guía. Dijo que si no «nos manteníamos a la izquierda», acabaríamos de nuevo en Rumanía. ¿Qué dirección es mantenerse a la izquierda? Me habría gustado ver una brújula, un mapa o algo así. Pero en aquella oscuridad, sólo podía seguir al guía y esperar que supiera a dónde iba.

Nos dijo que después de unos cinco metros de terreno labrado llegaríamos a la frontera. Pero después de recorrer mucho terreno aún no habíamos llegado. Recuerdo haber pensado para mis adentros que ésta era una situación estúpida: me van a matar y todo por seguir a un hombre sin sentido de la orientación. Sin embargo, no dije nada, porque no podíamos romper el silencio y me concentré en evitar que mis dientes castañearan.5

Paraschiv creía que Nadia no sabía cómo actuar en tales circunstancias. Él había dicho que la franja cubierta de yerba que delimitaba los dos territorios era un camino que les tomaría alrededor de una hora y Nadia le había creído sin saber que una frontera estatal es un territorio demarcado y vigilado.

Pero dada la tensión a la que estaban sometidos, no es de extrañar que las instrucciones de Talpoș de mantenerse unas veces «a la izquierda» y otras «a la derecha» no siempre parecieran convincentes, sobre todo cuando se encontraban con obstáculos naturales que no eran fáciles de superar, como un estanque congelado en el que Nadia se hundió hasta las rodillas, rezando para que no se hiciera demasiado profundo antes de terminar de cruzarlo.

Sin embargo, el mayor y más apremiante peligro llegó cuando, a unos doscientos metros delante de ellos, vieron la silueta de unos guardias fronterizos rumanos que empujaban a un hombre y a una mujer, a quienes acababan de sorprender intentando cruzar la frontera ilegalmente.

Talpoș les indicó que se tumbaran en el suelo y se refugiaran en una zanja. En perfecto silencio, escucharon mientras las voces de los guardias ahogadas por los ladridos de los perros se desvanecían en la distancia. Pudieron distinguir los juramentos de los centinelas y el llanto de la mujer capturada. «Si no hubieran estado ocupados con esas personas, tal vez nos habrían atrapado»,6 se dijo Nadia mientras un pensamiento similar cruzaba por la mente de Paraschiv: «Si hubiéramos llegado antes, habríamos sido nosotros quienes habríamos tenido problemas».7

Era casi de mañana cuando llegaron a Hungría, aliviados, porque el viaje más difícil de sus vidas había llegado a su fin. Se dieron cuenta de que habían pasado cuando descubrieron el hito que indicaba el final del territorio rumano, pues, a diferencia de lo que pensaba Nadia, no había cercas de alambre de púas a lo largo de la línea divisoria. Continuaron su camino y sólo después de unos kilómetros se detuvieron para besarse y abrazarse, pues no habían podido celebrarlo en el momento de cruzar la frontera. Ahora estaban de buen humor y muy agradecidos con Talpoș, después de dejar atrás su miedo a ser perseguidos por perros o a verse rodeados por soldados alertados de su posición por bengalas.

Pronto se encontraron cara a cara con dos guardias fronterizos húngaros que parecieron surgir de la nada frente a ellos. Sin darse cuenta, habían estado caminando hacia la torre de vigilancia desde donde se vigilaba la zona y desde la que salieron a su encuentro, para recogerlos y transportarlos a Kiszombor, una ciudad cerca de la frontera, donde fueron sometidos a su primer interrogatorio.

De conformidad con los procedimientos establecidos, antes de tomar cualquier decisión sobre ellos, los desertores fueron interrogados por separado, se les ordenó declarar su identidad, explicar las razones por las que habían optado por infringir la ley cruzando la frontera clandestinamente, explicar si habían recibido ayuda de algún guía y, sobre todo, dar una descripción detallada de la ruta que habían seguido. Por regla general, las razones aducidas por los fugitivos eran plausibles, porque ya era bien sabido que las condiciones de vida en el país eran pésimas y que el régimen pisoteaba los derechos humanos fundamentales.

En los años transcurridos desde entonces, de los siete fugitivos capturados por los guardias fronterizos húngaros en la mañana del 28 de noviembre, sólo Nadia Comăneci, George Paraschiv y Gheorghe Talpoș proporcionaron información en libros o entrevistas, sobre la forma en que fueron tratados e interrogados por las autoridades húngaras del puesto fronterizo de Kiszombor. Como suele suceder en tales casos, los detalles proporcionados difieren en función de la actitud de cada uno, su capacidad para observar y recordar, incluso de su deseo de ocultar hechos que pudieran resultar embarazosos. Por ejemplo, el guía del grupo recuerda: «En el puesto fronterizo, los húngaros nos interrogaron a todos, nos preguntaron quiénes éramos y qué queríamos; la traductora era una rumana desertora como nosotros», mientras que según Paraschiv, el oficial húngaro que los interrogó hablaba un rumano perfecto. Nadia, por su parte, afirma que cada uno fue interrogado por separado, pero Paraschiv relata que la gimnasta fue llevada a otra habitación mientras que el resto permanecieron juntos.

Sin embargo, todos recuerdan un detalle crucial sobre la conducta de Nadia, que probablemente cambió su destino, teniendo en cuenta que algunos miembros del grupo iban a ser devueltos a las autoridades rumanas por habérseles negado el permiso para permanecer en Hungría. Al escuchar la decisión de los guardias fronterizos húngaros, Nadia tuvo una reacción rápida y sorprendente, afirmando que en tal situación ella regresaría con ellos a Rumanía. «Admiré a Nadia: ¡había que tener agallas para hacer eso!»,8 recuerda Talpoș, quien en ese momento probablemente no se daba cuenta de lo que habría podido sucederle de caer en manos de la Securitate.9

En ese momento, el Código Penal rumano trataba los cruces fronterizos ilegales como delitos contra la seguridad del Estado, y los culpables de tal acto eran condenados a penas de prisión de entre seis meses y tres años. Habiendo actuado como guía, Talpoș habría recibido la sentencia más dura, aunque es difícil creer que habría sobrevivido para comparecer ante el tribunal, pues habría sido sometido a torturas inimaginables durante el interrogatorio por haber tenido la audacia de ayudar a Nadia Comăneci a escapar de Rumanía. Por tanto, aunque la gimnasta subió la apuesta de forma exagerada, más de lo que probablemente hubiera estado dispuesta a hacer, su generoso gesto eliminó el peligro como por arte de magia.

Con la excepción de este detalle que la honra, Nadia nunca ha hecho públicas sus conversaciones con los húngaros. Por tanto, no tenemos conocimiento exacto de con quiénes habló durante tanto tiempo en el puesto fronterizo. Ofreció sólo algunos fragmentos neutrales y extremadamente breves, en el libro Cartas a una joven gimnasta, preservando así el misterio durante décadas:

Cada uno de los posibles desertores fue entrevistado por separado. Cuando la policía vio mi documento de identidad, inmediatamente me ofrecieron la oportunidad de quedarme en Hungría. Yo era una gimnasta famosa y eso les resultaba muy atractivo. Cuando pienso en ello me pregunto por qué era tan valiosa para ellos. Mi carrera había terminado y, aunque ahora me consideran una buena entrenadora, ¿qué podría haber aportado a Hungría? A otros dos miembros de nuestro grupo también se les ofreció asilo. Al resto les dijeron que al día siguiente serían devueltos a Rumanía y rompieron a llorar.

—Mirad —le dije a la policía—, sólo me quedaré si se permite que todo el grupo permanezca en el país—. Las palabras salieron de mi boca incluso antes de pensar en las consecuencias. La gimnasia me había enseñado a jugar en equipo y, en aquel momento, mi equipo estaba formado por mis compañeros de viaje. Simplemente pensé que la situación no era justa. Juntos habíamos corrido los mismos riesgos para cruzar la frontera y a todos nos deberían permitir quedarnos.

—¡Llegamos juntos y juntos nos mantendremos! —para mi total sorpresa, la policía estuvo de acuerdo.10

George Paraschiv entra en más detalles para describir lo que recuerda de aquel interrogatorio. Le sorprendió la emoción de los guardias fronterizos húngaros cuando descubrieron quién era Nadia:

Encendí un cigarrillo, que me ofreció un soldado que nos miraba con curiosidad. No podía entender lo que decíamos.

—Hola —dice una voz.

Me doy la vuelta, un oficial elegante entra con una agenda en la mano. Se sienta ante un escritorio. El soldado sale y cierra la puerta. El oficial nos mira a través de unas gafas redondas con monturas metálicas. Tiene el pelo recortado y aspecto nazi. «Allá vamos», me digo.

La cosa se complica, en un rumano impecable nos dice:

—Sus papeles, por favor.

Uno a uno, damos un paso adelante para entregarle nuestros papeles. Nos observa de cerca. Mientras le entregamos nuestros papeles, los coloca en fila sobre el escritorio. Nos estudia sin abrirlos mientras un silencio opresivo se instala en la habitación.

Me doy cuenta de que es el comandante de la unidad. Presto atención a su rango: capitán. «Tiene la edad adecuada», pienso para mis adentros.

Comienza a leer los nombres, como si pasara lista:

—Talpoș Gheorghe —se pone de pie, se quita su rara gorra de piel de oveja.

—Biaș Talpoș, Gabriela, Talpoș Dumitru, Mónica… Comăneci Nadia…

Está a punto de continuar, pero se detiene. La mira a través de sus extrañas gafas y, entrecerrando los ojos, intenta una broma:

—Creo que este documento de identidad es robado. ¿O es una falsificación? —Sonríe con las comisuras de los labios, como si esperara una respuesta positiva. ¡Está exultante!

Nadia se pone de pie con una sonrisa y dice:

—Soy yo, la gimnasta, la campeona de Rumanía, la campeona mundial.

La cara del capitán se contorsiona, se pone rojo, se pone pálido, comienza a temblar. […] Sale de la habitación a toda prisa.

Se escuchan voces en el pasillo. No entiendo lo que dicen. Tres soldados irrumpen en la sala y se colocan delante de la puerta, sosteniendo sus rifles. […]

Miro mi reloj. Han transcurrido más de cuarenta minutos desde que salió el capitán. […] Se escucha un ruido trepidante, que se va acercando y haciéndose más fuerte, como si se acercara un tanque. Las ventanas traquetean y da la impresión de que están a punto de romperse, las mesas comienzan a moverse levemente debido a las fuertes vibraciones y rápidamente me doy cuenta de lo que está pasando: es el estruendo de un gran helicóptero militar. […] La puerta se abre de par en par y los soldados salen. El oficial entra seguido por dos generales con uniformes inmaculados, y detrás de ellos llegan ocho civiles. Son diez personas en total, aparte del oficial. ¡Estoy estupefacto!

[…] Pasa un tiempo que parece una eternidad, antes de que por fin un hombre alto y fornido se separe del grupo y se acerque a Nadia. Se miran unos segundos y Nadia le echa los brazos al cuello, se abrazan. Habla algo de rumano. Es el presidente de la Federación Húngara de Gimnasia.11 Después de intercambiar unas cálidas palabras, la saca de la habitación. Son los primeros en irse. La delegación ad hoc asiente con la cabeza y sale de la sala.

[…] Un soldado cuelga un mapa detallado de la frontera rumano-húngara en la pared de la oficina, el área precisa que habíamos atravesado.

Como Ghiță era el guía, le piden que se acerque al mapa. Le dan un puntero de madera y se mueve como un colegial que no ha hecho sus deberes. Escucho con atención. El oficial le pide que cuente exactamente lo que vio, que señale todos los puntos en el mapa y proporcione los detalles completos. Mientras toma notas, Ghiță lo explica todo, está sudando a mares, pero finalmente logra pasar la prueba y le indican que se siente de nuevo. El oficial con gafas escribe algunas notas en el mapa (un mapa militar de alto secreto).

[…] La puerta se abre y Nadia entra, sola. Se sienta a mi lado, feliz y radiante. El oficial continúa después de una breve pausa. Es como si estuviéramos en un juzgado. Lee algunos artículos de la Constitución húngara.

Empiezo a entender a qué se refiere. Estoy nervioso. Comienza sin rodeos:

—Talpoș Gheorghe, Talpoș Dumitru, Talpoș Gabriela Biaș, de conformidad con el artículo número tal y tal, debo entregarlos a las autoridades rumanas.

Mi cara palidece. Miro a Nadia y ella me mira a mí. Mónica también la mira. Nadia salta, como impulsada por un resorte.

—Si ésa es su decisión, entonces todos regresaremos, todos hemos sufrido lo mismo y juntos enfrentaremos las consecuencias — dice con solemnidad.

El oficial la mira con asombro y sale de la habitación, esta vez con tranquilidad. Esperamos el veredicto. Reina el silencio. Algunos lloramos, entendemos cuál es la alternativa. Miro a Nadia, creo que apostó tan alto porque tenía un as bajo la manga.

La puerta se vuelve a abrir, entra el oficial húngaro. Trae un montón de papeles en las manos, nos entrega unos formularios que rellenamos. Luego recibimos tarjetas de identidad temporales, que sellan en el acto. «Todos hemos permanecido juntos», me digo, «tuvimos mucha suerte».12

Aunque fueron capturados por las autoridades húngaras y temían por la suerte que podrían correr, el contexto político les resultaba favorable. En 1989, el número de cruces fronterizos ilegales había aumentado de forma alarmante, con alrededor de 19 000 personas entrando clandestinamente en Hungría desde Rumanía,13 poniendo en peligro no sólo su libertad sino también sus vidas. Para combatir este fenómeno, los dos Estados habían negociado acuerdos bilaterales sobre la vigilancia de la frontera compartida, el último de los cuales se firmó en 1983 y se ratificó en 1986. Era Rumanía y no Hungría la interesada en una frontera impenetrable, pues eran los ciudadanos rumanos quienes la cruzaban ilegalmente. Ésta es la razón por la cual dicha frontera estaba custodiada en realidad por el ejército rumano, mientras que los guardias fronterizos húngaros se limitaban a supervisar el área y no la frontera real.

Entre otras cosas, el acuerdo sobre la vigilancia de la frontera estipulaba que los dos Estados debían «informarse mutuamente de los intentos o cruces fronterizos ilegales y de la captura de las personas que infringieran la legislación fronteriza», y los fugitivos capturados debían ser devueltos «a la mayor brevedad posible y, a más tardar, a las cuarenta y ocho horas».14 En realidad, incluso antes de ratificar el acuerdo, los húngaros no tenían intención de respetarlo, aunque corrieran el riesgo de infringir artículos del derecho internacional y sufrir graves repercusiones, puesto que el acuerdo se regía por el principio pacta sunt servanda.15 Así lo demuestra un documento reservado, la Circular 0001/1985, emitida por el Ministerio del Interior húngaro en julio de 1985, que establecía que «la información relativa a los ciudadanos rumanos detenidos en territorio húngaro por cruzar ilegalmente la frontera compartida sólo se transmitirá a petición expresa de las autoridades rumanas y a un ritmo lento».16

Las razones por las que Hungría ya no tenía ninguna intención de aplicar medidas drásticas a los «fronterizos» de Rumanía tenían que ver con la buena voluntad política. Ambos Estados eran regímenes comunistas, pero las relaciones entre ellos habían dejado de ser «fraternales» y se habían deteriorado y llegado a su nivel más bajo en la segunda mitad de los ochenta. Esto se veía con preocupación tanto dentro como fuera del bloque comunista. Por último, pero no menos importante, Rumanía y Hungría tenían relaciones muy diferentes con la Unión Soviética: las relaciones soviético-húngaras eran muy buenas, mientras que las relaciones soviético-rumanas eran muy malas.17

A diferencia de Bucarest, Budapest se había adaptado rápidamente a las reformas puestas en marcha por Mijaíl Gorbachov en la Unión Soviética, y había comenzado un proceso político, económico y social destinado a salvar el «comunismo con rostro humano». Hungría también había lanzado una ofensiva propagandística cuyo objetivo era demostrar la pertenencia de Transilvania al espacio húngaro, al tiempo que adoptaba medidas para apoyar a la comunidad húngara en Rumanía, cuyos derechos a una identidad nacional estaban restringidos, según afirmaba.

En Bucarest, las acusaciones contra Hungría eran igualmente vehementes, pues se creía que las reformas emprendidas por el Gobierno de Budapest eran inaceptables para un régimen comunista, mientras que la postura hacia la comunidad húngara en Transilvania suponía una grave violación del principio de no intervención en los asuntos internos de los estados. Pero Rumanía estaba gobernada por Nicolae Ceaușescu, un dictador carente de toda credibilidad, atrapado en el proyecto de construir una «sociedad socialista desarrollada multilateralmente» y aislado internacionalmente. Los políticos húngaros consideraban (con bastante certeza) que cualquier normalización de las relaciones entre Hungría y Rumanía sería imposible mientras Ceaușescu estuviera en el poder.

Por supuesto, los ciudadanos rumanos de etnia húngara se beneficiaron del trato preferencial de Hungría. En cualquier caso, representaban la categoría más numerosa de los que cruzaban la frontera y podían considerarse salvados una vez llegados a Hungría, donde recibían asilo político, permiso de residencia temporal e incluso el derecho a continuar su viaje hacia Occidente, si obtenían los documentos necesarios. La Circular 0001/1985 había sido concebida para ayudar a los ciudadanos rumanos de etnia húngara, independientemente de cómo llegaran a Hungría (legal o ilegalmente). Este hecho puede interpretarse por el título del documento reservado, que hace referencia velada a los procedimientos que deberían aplicarse a «ciertos» ciudadanos rumanos. Las instrucciones verbales dejaban claro que los ciudadanos en cuestión eran húngaros de Transilvania, pero con el tiempo dichos procedimientos también se aplicaron a los rumanos.

Sin embargo, no era una regla general. Algunos «fronterizos» de etnia rumana fueron devueltos en virtud del acuerdo entre ambos Estados. No se conoce el número exacto, pero se considera que en 1989 sólo representaban un pequeño porcentaje del número total de desertores.18 Las razones registradas en los documentos oficiales eran varias, algunas de ellas carentes de seriedad, como el hecho de que los desertores no hablaban húngaro o no tenían familiares en Hungría y, por tanto, no tenían medios de apoyo en el país, o que habían cruzado la frontera por tener espíritu aventurero; mientras que otros fugitivos devueltos tenían antecedentes penales.19 La mayoría de las veces, no se daba ninguna razón, y si se sospechaba que eran informantes de la Securitate, el procedimiento de deportación se aceleraba, sin que se diera ninguna explicación. Ni Nadia ni ninguno de sus compañeros podían reclamar la ventaja de la etnia húngara porque todos eran rumanos. Es cierto que las autoridades húngaras lanzaron en cierto momento el rumor de que Nadia Comăneci era de Transilvania con ascendencia húngara y que el régimen comunista había romanizado su nombre de forma abusiva. Se suponía que el régimen la había obligado a cambiar su nombre de Anna Kemenes al más rumano Nadia Comăneci. Pero esta medida, que pretendía reforzar la idea de que la etnia húngara en Rumanía estaba pasando por un severo proceso de desnacionalización, no tenía ningún fundamento real, no convencía a casi nadie y se había llevado a cabo mucho tiempo atrás, en 1976, cuando la gimnasta había destacado a nivel internacional, para envidia de la vecina Hungría.20

Sin acceso a los informes presentados por la policía de fronteras húngara, es difícil determinar por qué en un inicio se tomó la decisión de conceder el permiso de permanencia en Hungría sólo a algunos de los siete. Podemos suponer, por ejemplo, que Gheorghe Talpoș debía pagar por el hecho de haber actuado como guía. Del mismo modo, la razón en el caso de Aurel Biaș podría haber sido que unos años antes había sido atrapado intentando cruzar ilegalmente la frontera entre Rumanía y Yugoslavia.

Ni siquiera los interesados en averiguar cómo se desarrolló el interrogatorio de Nadia Comăneci (o mejor dicho, la conversación amistosa) tienen todos los detalles, mientras que los funcionarios, políticos y oficiales de inteligencia húngaros por igual deben haberle ofrecido algo más que los documentos necesarios para establecerse en el país. Esto se confirmó unas horas más tarde, el 29 de noviembre, cuando Paul Schmitt, presidente del Comité Olímpico húngaro, declaró a la prensa que Nadia Comăneci era bienvenida en Hungría si deseaba establecerse allí y que su organización le proporcionaría todo su apoyo. Además, de las primeras noticias publicadas por periodistas húngaros (unas horas más tarde, que reportaban sobre información obtenida de las autoridades) se desprende que, durante el debate en cuestión, Nadia se quejó de que en Rumanía se sentía marginada y privada de la libertad de circulación que necesitaba para continuar su carrera internacional. Por esta razón, había renunciado a su bienestar material en Bucarest y optado por la libertad.

Vale la pena mencionar que, según algunos testigos, parte del interrogatorio de Nadia Comăneci fue grabado en video. Los guardias fronterizos dijeron que se trataba de un equipo de reporteros, pero tenemos razones para creer que eran oficiales de inteligencia.21 El material grabado nunca se ha hecho público por las autoridades húngaras y probablemente esté almacenado en algún archivo secreto.

Los siete sólo fueron retenidos unas pocas horas, al final de las cuales los guardias fronterizos les proporcionaron documentos provisionales y les permitieron salir sin ninguna restricción. Incluso los llevaron en coche hasta el centro de Kiszombor, donde había una parada de autobús. Desde allí se dirigieron por su cuenta a la oficina de inmigración del Ministerio del Interior de Szeged (por indicación de los propios guardias), donde solicitaron formalmente permiso para ingresar y residir en Hungría. Fueron registrados, respondieron a las preguntas formuladas a todos los solicitantes de asilo y les dieron unos cupones para alojarse y alimentarse. Pasaron su primera noche en suelo húngaro en el Hotel Royal, donde las autoridades los hacinaron a todos en la misma habitación. El Departamento General III22 había apostado agentes secretos en el pasillo, el bar y el restaurante. También había algunos periodistas que tenían información privilegiada de que Nadia estaba en Szeged e intentaban entrevistarla. Por el momento, sin embargo, las autoridades húngaras no hicieron ningún anuncio oficial.

La noticia se conoció al día siguiente, 29 de noviembre, cuando se emitió a las ocho de la mañana en Radio Kossuth, la emisora pública de radio húngara. En el tenso partido político que se desarrollaba entre Hungría y Rumanía, la primera había vuelto a marcar un gol y lo había hecho de forma decisiva, demostrando así que ni siquiera las grandes personalidades podían seguir apoyando la dictadura de Ceaușescu e, incluso a riesgo de sus propias vidas, estaban dispuestas a desacreditar al régimen y a su líder:

Estrella mundial de gimnasia se refugia en Hungría

Ayer, Nadia Comăneci solicitó asilo político en Hungría. El martes por la mañana, a las seis de la mañana, cruzó ilegalmente la frontera hacia Hungría en Kiszombor junto a otras seis personas. Declararon que habían cruzado la frontera guiados por un rumano. El cruce fue planeado con antelación. La excampeona olímpica dejó atrás una casa bien amueblada, un coche y una buena vida para elegir la libertad. Se quejó de que, aunque había recibido muchas ofertas del extranjero, no la habían autorizado a viajar para convertirse en entrenadora. No pudo viajar a ningún lugar del extranjero y, en los últimos años, ya no se le permitía ni siquiera visitar Hungría. Los curiosos guardias fronterizos húngaros no pudieron abstenerse y le preguntaron, recordándole el libro de Pacepa,23 si era cierto que había tenido una relación con el hijo de Ceaușescu. Nadia lo negó.24

La información revelada por las autoridades húngaras circuló a una velocidad que tomó a todos por sorpresa. Como aún no se habían dado más detalles, la misma noticia (redactada de forma diferente) se volvía a publicar una y otra vez. La agencia de prensa Magyar Távirati Iroda (MTI) comenzó su cobertura del sensacional evento diciendo que «la gimnasta más grande y famosa de todos los tiempos» había huido de Rumanía y ahora estaba en Hungría. El diario Magyar Nemzet anunció con aire de suficiencia: «Incluso Comăneci es ahora una refugiada», mientras que la televisión estatal húngara, en varios boletines emitidos el 29 de noviembre, embelleció el tema, difundiendo las primeras falsedades en sus noticias nocturnas, cuando su corresponsal en Szeged afirmó, entre otras cosas, que no era el primer intento de Nadia de huir de Rumanía, pues antes había intentado quedarse en Estados Unidos, aunque la Securitate la llevó de vuelta al país en contra de su voluntad.

La prensa internacional recogió la historia de la fuga de Nadia de Rumanía y los periodistas de MTI se vieron saturados de llamadas telefónicas de reporteros de todo el mundo, a pesar de que ellos mismos sabían poco más aparte de que «Nadia ha elegido la libertad». Deutsche Welle, la BBC, Le Monde, Agence France-Presse (AFP), los canales de noticias por cable estadounidenses ABC, CBS y NBC, The New York Times y The Washington Post fueron algunos de los numerosos medios a través de los cuales las noticias llegaron a todos los rincones del mundo. De Brasil a Canadá, de Egipto a Oriente Medio, de Yugoslavia a Suecia, no había ningún canal de televisión ni periódico que pudiera ignorar una historia tan sensacionalista, ni siquiera la prensa de la Unión Soviética. La agencia TASS transmitió la noticia inicial de MTI y, durante los días siguientes, los periódicos soviéticos Trud, Sotsialisticheskaya Industriya y Sovetskiy Sport publicaron la historia.

Sin siquiera conceder una entrevista, Nadia había dado el primer golpe propagandístico. El mero hecho de que huyera de Rumanía hizo tambalear al régimen de Ceaușescu: ahora descrito en los términos más negros por toda la prensa internacional, un régimen tan represivo que incluso las personas consideradas privilegiadas ya no podían soportarlo.

El 1 de diciembre, por ejemplo, Libération publicó un artículo en el que decía que Nadia había estado prisionera en su propio país y que su fuga era un duro golpe, incluso un insulto al régimen comunista, dado que había huido a Hungría, un país vecino con el que Rumanía había tenido tensas relaciones durante mucho tiempo. The New York Times y The Washington Post publicaron fotografías de Nadia en sus portadas, con titulares como: «Nadia elige la libertad» y «Nadia da otro salto increíble: al mundo libre». Algunas estaciones de radio y televisión de Canadá hicieron saber que el país estaba dispuesto a concederle asilo político. Radio Varsovia habló sobre «la situación inusual que existe en Rumanía», que había llevado a Nadia a tomar medidas tan peligrosas y desesperadas. Los artículos sobre el tema publicados en periódicos españoles, como abc, fueron igualmente duros en sus críticas políticas. The Times de Londres informó de una declaración por parte de William Waldegrave, el viceministro de Asuntos Exteriores, quien prometió que se presionaría al gobierno rumano en cualquier oportunidad en relación con sus abusos contra los derechos humanos, mientras que el diputado laborista Paul Flynn dijo a la BBC que había exigido que el gobierno lanzara una «cruzada» en toda Europa utilizando la radio y la presión internacional para alentar a los rumanos en su marcha hacia la democracia.

El mundo entero estaba buscando a Nadia Comăneci, pero no aparecía por ninguna parte. Sus seis compañeros habían desaparecido del mismo modo, lo cual hizo que su dramática huida de Rumanía adquiriera una dimensión diferente, mucho más espectacular. El personal del hotel dijo a los periodistas de United Press International (UPI) que Nadia se había ido con su equipaje a las seis y media de la mañana del 29 de noviembre, en un coche con matrícula de Viena, aunque había dejado sus documentos en el hotel. En Budapest, un portavoz del Ministerio del Interior confirmó que Nadia había salido del hotel en Szeged hacia un destino desconocido, probablemente Austria. Según las autoridades, el 2 de diciembre se le exigió que se presentara ante la policía, porque su visado sólo tenía una validez de tres días, tiempo durante el cual podía viajar libremente por todo el país, pero nadie esperaba volver a verla en Hungría. Por su parte, los funcionarios austríacos declararon que si Nadia llegaba a la frontera sin un pasaporte válido, no se le permitiría ingresar al país.25

La prensa suiza retomó los rumores según los cuales Nadia ya habría llegado a Berna, donde se había refugiado en la embajada de Estados Unidos. La fuente de esta información inexacta parece haber sido Teodora Ungureanu, otra gran gimnasta rumana, que en ese momento vivía en Grenoble, Francia. Según la AFP, Ungureanu había declarado a la prensa francesa que Comăneci estaba en Suiza. Ella admitió haber tenido una conversación telefónica con Nadia, quien le había dicho que tenía la intención de viajar de Hungría a Estados Unidos.26 «Ella es mi amiga. Estuvimos juntas durante diez años. Fue en gran parte gracias a ella que ganamos la medalla de plata por equipos en Montreal en 1976. Estoy muy preocupada por ella. Desde que terminó su carrera deportiva, nunca ha salido de Rumanía. Si decidió huir del país, no lo hizo por razones sentimentales o porque esté enamorada de un estadounidense. Tenía problemas en Rumanía, por eso se fue», añadió Teodora Ungureanu, quien evitó hacer más comentarios políticos por temor a represalias contra los miembros de su familia que vivían en Rumanía.

El 30 de noviembre, alrededor de las tres de la tarde, Michael Torff, el oficial de prensa de la misión diplomática de Estados Unidos en Berna, negó públicamente la información, en respuesta a los periodistas que habían estado llamando a la embajada incesantemente,27 y Margaret Tutwiler, portavoz del Departamento de Estado, declaró que, hasta ese momento, Nadia Comăneci no había hecho «contacto con las autoridades gubernamentales de ninguna de nuestras embajadas». Los periodistas de la upi incluso llegaron a llamar al rey Miguel, que había sido exiliado de Rumanía por el régimen comunista a fines de 1947 y vivía en Suiza. Naturalmente, no tenía información sobre Nadia Comăneci, pero elogió su coraje, dijo que le preocupaba que su vida pudiera estar en peligro y expresó su esperanza de que estuviera a salvo.28 La reina Ana declaró a France-Presse que la familia real rumana estaba «feliz de saber que Nadia Comăneci había podido escapar del Gulag rumano».

A partir del jueves 30 de noviembre, las «noticias falsas» que rodearon la desaparición de Nadia alcanzaron proporciones aun mayores. El tema principal era que la perseguía la Securitate y que su vida estaba en peligro. La noche anterior, el 29 de noviembre, Radio France Info, citando fuentes de las autoridades húngaras, ya había anunciado que la Securitate rumana había «movilizado todas sus fuerzas en Hungría para recuperar a Nadia Comăneci». Los reporteros del Tribune de Genève creían que Nadia «podría ser asesinada por la Securitate rumana», mientras que Le Figaro volvió al tema del supuesto primer intento de huida de Nadia, cuando se pensó que había sido capturada por la Securitate y torturada por Nicu Ceaușescu, el hijo del dictador, aunque el periódico admitió que era «difícil distinguir la verdad entre tantos rumores que circulan sobre Nadia». Historias similares fueron publicadas en The Washington Post: el 1 de diciembre, el periódico dio crédito al rumor de que Nadia había sido secuestrada por agentes rumanos y llevada de vuelta a Rumanía.

En medio del alboroto mediático, los tabloides británicos naturalmente aprovecharon esta circunstancia para publicar titulares sensacionalistas como «Equipo de secuestro tras la pista de Nadia» y «Vuelve a casa o muere». Pero a lo largo del viernes 1 de diciembre, cuando funcionarios del Departamento de Justicia de Estados Unidos anunciaron que a Nadia Comăneci se le había otorgado el estatus de refugiada, una visa de entrada a Estados Unidos y estaba de camino a Nueva York, las historias alarmistas sobre los agentes de la Securitate intentando capturarla desaparecieron como por arte de magia. Es cierto que Nadia volvió a los titulares unos días después, cuando dio su primera entrevista a la prensa británica, confesando a The Mail on Sunday que todavía tenía miedo de lo que la Securitate podría hacerle: «If they can, they will try to get me back to Romania. […] They don’t want Nadia Comăneci in the West».29

Unas horas más tarde, el 1 de diciembre (en la mañana del 2 de diciembre, hora rumana), un vuelo de Pan Am con Nadia Comăneci a bordo aterrizó en el aeropuerto Kennedy, de Nueva York. Fue recibida por dos agentes del Servicio de Seguridad Diplomática, cuya tarea era protegerla hasta que abordara su próximo vuelo. Pasó por la aduana y luego fue llevada a la sala de conferencias del aeropuerto. Allí, por primera vez desde que inició su huida, se reunió con periodistas. Cientos de reporteros desesperados por verla la abrumaron con preguntas durante su breve conferencia de prensa, que ella misma ahora considera un fracaso:

Cuando mi avión aterrizó en Nueva York, la gente que esperaba mi llegada había llenado una sala de conferencias en el aeropuerto John F. Kennedy. Después de un vuelo de diez horas, me llevaron a toda velocidad a través de la aduana directo a una conferencia de prensa. Con Constantin a mi lado, les dije a los periodistas en mi mejor inglés (que no era muy bueno) que sabía que la vida sería diferente en Estados Unidos, pero que «estuve nueve veces en Estados Unidos y conozco la vida aquí». En retrospectiva, la declaración era gramaticalmente incorrecta, pero extremadamente sincera. Cuando me preguntaron cómo se sentiría el gobierno rumano después de mi partida, respondí:

—No es asunto mío.

Esas declaraciones fueron el comienzo de mi caída a los ojos de muchos estadounidenses. Pensaron que parecía dura y fría. Pero hay que tener en cuenta que acababa de abandonar mi hogar y había dejado atrás a todos aquellos que amaba. Me había arrastrado por el barro y el agua, a través de campos congelados, alambradas de púas, todo el tiempo con miedo a que me dispararan por la espalda. Había pedido asilo en Hungría, luego en Austria, había volado diez horas junto a un hombre que apenas conocía, y tenía por delante una vida sobre la que, nuevamente, no tenía ningún poder de decisión. Estaba atrapada en una habitación llena de cámaras y periodistas curiosos. Simplemente estaba conmocionada.30

De hecho, muchas preguntas quedaron sin respuesta y algunas de las respuestas recibidas se consideraron insatisfactorias. Pero en ese momento no fue criticada, los periodistas entendieron que probablemente habría más encuentros con la atleta que acababa de llegar al mundo libre. Tampoco se pensó que su falta de habilidad para expresarse en un inglés fluido fuera una barrera para la comunicación e incluso se consideró que tenía un dominio aceptable del idioma. Su agotamiento no pasó inadvertido, aunque intentaba disimularlo con una sonrisa y nadie se atrevió a hacer comentarios maliciosos sobre la ropa barata que llevaba puesta desde hacía tantos días.

El comunicado de prensa de Nadia fue extremadamente breve: «Sólo quiero decir unas pocas palabras. Estoy feliz de estar en Estados Unidos, algo que he deseado desde hace mucho tiempo. Pero hasta ahora no tenía a nadie que me ayudara. Éste es mi amigo que me ayudó a venir aquí y quiero darle las gracias», volviendo la mirada, señaló a un hombre que estaba detrás de ella. Parecía vulnerable, y la avalancha de preguntas a las que se enfrentaba sólo servía para acentuar ese estado:

—¿Cuánto tiempo llevas planeando escapar de Rumanía, Nadia Comăneci?

—Muchos años.

—¿Por qué razón te fuiste?

—Quería una vida libre.

—¿Fue debido a los acontecimientos en Europa del Este, insatisfecha de que no esté sucediendo nada en Rumanía?

—Sí y no, no necesariamente. Es lo que quería. Fue una decisión personal.

—¿A dónde irás después de Nueva York?

—Todavía no lo sé.

Éstas son sólo algunas de las preguntas que le hicieron. Pero, como la propia Nadia comenta en su libro, la audiencia se decepcionó hacia el final de la conferencia, en particular cuando le pidieron que comentara el impacto que su fuga tendría en el régimen de Ceaușescu y ella sólo dijo: «No es asunto mío», repitiendo las mismas palabras en rumano y luego en inglés una vez más: «Nu mă privește. Not my business», como si quisiera subrayar que no tenía ningún interés en hacer ningún comentario político.

Los periodistas, con razón, esperaban que Nadia lanzara una acusación real contra el régimen comunista de Rumanía y Nicolae Ceaușescu, porque a través de ellos podía expresarse ante el escenario mundial. En ese sentido, su respuesta los decepcionó. Aunque a primera vista podría parecer diplomático, en realidad delataba su falta de conocimiento y de sensibilidad ante lo que los rumanos tenían que sufrir en su propio país.

Sin duda, se pueden encontrar circunstancias atenuantes: el estado de conmoción en el que se encontraba y su incapacidad para hablar inglés con fluidez para presentar sus argumentos, como la propia Nadia citó más tarde. A lo que podría añadirse el justificado temor de que expresar opiniones políticas muy críticas hubiera aumentado el peligro para los miembros de su familia que aún permanecían en el país. Asimismo, el temor de que algunos periodistas pudieran preguntarle sobre su relación con Nicu Ceaușescu (bastantes artículos de aquellos días ya mencionaban este aspecto de su vida personal), afectando así su credibilidad, pudo haberla llevado a ser bastante comedida en lo relacionado con la familia Ceauşescu.

Sin embargo, el vacío dejado por Nadia en este sentido fue cubierto por otros, pues los periodistas, para obtener las posiciones categóricas que querían, contactaron con diferentes rumanos que también habían salido del país y que en el pasado habían trabajado con la gimnasta o formado parte de su círculo. Entre ellos se encontraban Béla Károlyi, su exentrenador, y Géza Pozsár, coreógrafo de la selección olímpica rumana, refugiados en EE. UU. desde 1981. Ambos concedieron entrevistas críticas a la emisora de radio Vocea Americii, que se divulgaron también en Bucarest. Pozsár, por ejemplo, explicó a los periodistas que, en su opinión, «la salida de Nadia de Rumanía expone el régimen [de Ceaușescu] y llama la atención mundial sobre la crueldad y el anacronismo del país», mientras que Béla Károlyi afirmó que el vuelo de Nadia creó una situación desagradable para Nicolae Ceaușescu: «En el pasado se han ido personalidades, incluso Pacepa, pero eso era más político, mientras que en el momento en que se va una deportista, alguien que era el ídolo no sólo de la familia del presidente sino de todo el país, creo que esto resulta muy desagradable y, al mismo tiempo, señala algo que en realidad se está notando en toda Europa, las personas quieren la democracia y la libertad»31

Traducción del rumano de Claudia Valdés.

1 Triplex Confinium (triple frontera en latín) es el punto más occidental del territorio de Rumanía, ubicado cerca de la ciudad de Beba Veche en el condado de Timiș, donde se encuentran las fronteras entre Rumanía, Hungría y Serbia. En 1920 se marcó con un hito de tres lados, sobre el que se aplica el escudo de armas de cada uno de los tres Estados vecinos.

2 C. Timofte, «Dosare cenzurate. Operațiunea Nadia. Fuga Nadiei Comăneci din România (II)» [Archivos censurados. Operación Nadia. Fuga de Nadia Comăneci de Rumanía (II)], Monitorul. Recuperado el 3/02/2020 de http://monitorulneamt.ro/ dosare-cenzurate-operatiunea-nadia-fuga-nadiei-Comăneci-din-romania-ii/..

3 G. Paraschiv (2010), Primăvară în decembrie [Primavera en diciembre], Editorial Ad Literam, Bucarest, p. 31.

4 N. Comăneci (2004), Letters to a Young Gymnast [Cartas a una joven gimnasta], Basic Books, Nueva York, p. 140.

5 Ibidem, pp. 140-141.

6 M. Tucă, I. Cristea, «Pașaport spre o viață liberă» [Pasaporte a una vida libre], Jurnalul. Recuperado el 3/02/2020 de https://jurnalul.antena3.ro/scinteia/special/pasaport-spre-o-viata-libera-528703.html.

7 G. Paraschiv., op. cit., pp. 33–34.

8 Timofte, art. cit.

9 El Departamento de Seguridad del Estado, conocido en rumano como Securitate, fue el principal y más poderoso servicio secreto del régimen comunista rumano desde 1948 hasta 1989.

10 N. Comăneci., op. cit., p. 142.

11 Según Nadia Comăneci, Paul Schmitt, el presidente del Comité Olímpico Húngaro en aquel momento, le dijo más tarde que fue él quien envió a un representante a la frontera para darle la bienvenida y brindarle asistencia.

12 Paraschiv, op. cit., pp. 39-44.

13 Por desgracia, aún no existen estadísticas definitivas, aceptadas por los investigadores en la materia, con respecto al fenómeno de los «frontieriștilor» (fronterizos). Se cree que las cifras oficiales que aparecen en los documentos de archivo no son reales, debido a que los informes de la guardia de los puestos fronterizos son incompletos y porque muchos incidentes fronterizos no se denunciaban por temor a medidas coercitivas. Además, tampoco hay registros estadísticos sobre las personas desaparecidas cuando intentaban cruzar. Se sabe, sin embargo, que a finales de los ochenta el número de cruces fronterizos ilegales de Rumanía a Hungría aumentó de forma alarmante. Mientras que en 1987 hubo menos de 1000 casos, en 1988 fueron 7182 y en 1989, 19 006 (ver J. Nagy (2000). Dezvoltarea locației teritoriale, a activităților, a organizării și a numărului de polițiști de frontieră din 1958 până în 1998 [El desarrollo del despliegue territorial, actividades, organización y número de policías fronterizos de 1958 a 1998], tesis doctoral, Budapest, p. 211, citada por P. Horvath y el Dr. János en «Evaporación de ciudadanos rumanos a Europa Occidental, con la ayuda de Hungría, entre 1985-1989» [La fuga de ciudadanos rumanos hacia Europa occidental con la ayuda de Hungría entre 1985-1989]. Recuperado el 15/02/2020 de http://horvathpal.com/wp-content/uploads/2020/02/evaporare.pdf. M. Constantinoiu e I. Deak. (12/03/2016). «Frontieriștii. Cum fugeau românii de comunism și cine le-a frânt aripile» [Los fronterizos. Cómo los rumanos huyeron del comunismo y quiénes rompieron sus alas]. Recuperado el 15/02/2020 de http://miscareaderezistenta.ro/frontieristii/frontieristii-comunism-romania-26432.html.

14 A. Vezi Brândușa (2011), «Frontieriștii. Istoria recentă în mass-media» [Los fronterizos. Historia reciente en los medios de comunicación], Editorial Curtea Veche, Bucarest.

15 «Los pactos se deben respetar» (en latín).

16 Horvath, P. y János, op. cit.

17 V.A. Ghișa (2013) «România și Ungaria în ultimii ani ai Războiului Rece (1987– 1989)» [Rumanía y Hungría en los últimos años de la Guerra Fría (1987-1989)], 2013. L. Constantiniu (2013). In memoriam acad. Florin Constantiniu. Smerenie. Pasiune. Credință [In memoriam Académico Florín Constantino. Humildad. Pasión. Fidelidad], Editorial Enciclopédica, Bucarest.

18 El investigador Roland Olah, que ha realizado un minucioso examen de archivos en Rumanía y el extranjero, ha logrado identificar hasta la fecha 614 personas que las autoridades húngaras devolvieron a los guardias fronterizos rumanos en 1989.

19 Ver una descripción del fenómeno del cruce fraudulento en R. Olah (2017). «Aspecte socio-demografice privind transfugii români arestați de grănicerii maghiari în anul 1987» [Aspectos sociodemográficos de los desertores rumanos arrestados por la guardia fronteriza húngara en 1987]. Crisia, núm. 47, pp. 189–197. Recuperado el 20/02/2020 de: https://crisia.mtariicrisurilor.ro/pdf/2017/R%20Olah.pdf

20 Inmediatamente después de los Juegos Olímpicos de Montreal de 1976, cuando Nadia Comăneci consiguió su espectacular ascenso a la fama, en la prensa internacional se publicaron múltiples historias sobre su origen étnico, que afirmaban que su familia era de Transilvania con orígenes húngaros y que su verdadero nombre era Anna Kemenes. Según dichas historias, «se supone que el cambio de nombre y de lugar de nacimiento de la gimnasta fue decidido por las autoridades rumanas con el objetivo, al igual que en otros casos, de desnacionalizar el elemento húngaro en Rumanía». La información fue comprobada y analizada en varios informes secretos de la Securitate, que concluyeron que formaban parte de una campaña impulsada por Hungría con el «propósito de desenmascarar la práctica sistemática de desnacionalización llevada a cabo por los organismos rumanos en Transilvania». A pesar de que las historias eran pura ficción y se podrían haber desacreditado con facilidad, no hubo protesta oficial de ningún tipo por parte de Rumanía (Arhiva Consiliului Național de Studiere a Arhivelor Securității [Archivo del Consejo Nacional para el Estudio de los Archivos de la Securitate], acnsas, recopilación S.I.E., expediente 31452, tomo 2, p. 234).

21 La información fue proporcionada por los testigos María Balea y Alexander Ciucă, ambos presentes cuando llegó el equipo que hizo la grabación de video. Según María Balea, «a las diez de la mañana del 28 de noviembre de 1989, mientras permanecíamos en el puesto fronterizo húngaro, vinieron a entrevistar y filmar a Nadia». Por su parte, Alexander Ciucă indica: «unos 20-30 minutos después, llegó un grupo de seis personas con un equipo de televisión, cámara, micrófonos y cables, para entrevistar a Nadia Comăneci; la entrevista duró alrededor de 30-40 minutos, tanto las preguntas como las respuestas de Nadia Comăneci se traducían al húngaro». María Balea también declaró que ella no sabía lo que había dicho Nadia Comăneci durante la entrevista porque estaba en inglés (A.C.N.S.A.S., Fondo Documental, expediente 13346, tomo 25, pp. 139, 156, 158 verso).

22 En 1989, «Departamento General III» era la denominación corta del servicio de inteligencia húngaro. El Departamento General de Servicios Secretos del Estado del Ministerio del Interior (III. Állambiztonsági Csoportfőnökség) dirigía los siguientes departamentos: Departamento III/I Espionaje, Departamento III/II Contraespionaje, Departamento III/III Contraespionaje de Disidencia Interna (Belső reakció elhárítása), Departamento III/IV Contraespionaje Militar y Departamento III/V Operaciones Técnicas.

23 Se alude al famoso libro de I. M. Pacepa (1987), Red Horizons. Chronicles of a Communist Spy Chief [Horizontes rojos. Crónicas de un jefe de espionaje comunista] (Regnery Gateway, Washington D.C.), que asestó un duro golpe propagandístico al régimen de Ceauşescu. En el verano de 1978, el teniente general de la Securitate Ion Mihai Pacepa (1928-2021), asesor personal de Nicolae Ceauşescu y segundo al mando del Departamento de Información Exterior de la Securitate, desertó a Estados Unidos, donde le concedieron asilo político.

24 Ibidem, p. 5.

25 The Daily Egyptian (01/12/1989), vol. 75, núm. 252. Recuperado el 20/02/2020 de: https://opensiuc.lib.siu.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=1000&context=de_December1989

26 En una conversación con el autor de este libro, Nadia Comăneci declaró que no se había producido ninguna llamada telefónica de ese tipo entre Teodora Ungureanu y ella, debido a que durante ese período de tiempo no había tenido ninguna oportunidad de hacer llamadas telefónicas.

27 Declaración realizada por la agencia mti en la tarde del 30 de noviembre de 1989. Recuperado el 20/02/2020 de: https://rendszervaltas.mti.hu/Pages/Newsaspxse=1&wo=nadia&sd=19890101&ed=19901231&sp=0&ni=230053&ty=1.19.Declaración realizada por la agencia mti en la mañana del 1 de diciembre de 1989. Recuperado el 20/02/2020 de: https://rendszervaltas.mti.hu/%20Pages/News. aspxse=1&wo=nadia&sd=19890101&ed=19901231&sp=0&ni%20=222571&ty=1.

28 Comăneci, op. cit., p. 148.

29 «Si pueden, intentarán llevarme de vuelta a Rumanía. […] No quieren a Nadia Comăneci en Occidente» (en inglés).

30 Comăneci, op. cit., p. 148.

31 Ver el seguimiento detallado de la prensa extranjera realizado por la Securitate, en A.C.N.S.A.S., Fondo Documental, expediente 13346, tomo 24, pp. 25-106. El tema también es explorado por Florian Banu en «Noiembrie 1989 — plecarea din România a Nadiei Comăneci: ultima lovitură de imagine dată regimului Ceaușescu» [Noviembre de 1989. La salida de Nadia Comăneci de Rumanía: el último golpe de imagen dado al régimen de Ceaușescu]. C. Budeancă y F. Olteanu (eds., 2011). Sfârșitul regimurilor comuniste. Cauze, desfășurare și consecințe [El fin de los regímenes comunistas. Causas, desarrollo y consecuencias]. Instituto para la Investigación de los Crímenes del Comunismo y la Memoria del Exilio Rumano «Țara Făgărașului» / Editorial Argonaut, Cluj-Napoca, pp. 80-99.

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