Dos relatos

Joana Estrela

(Penafiel, Portugal, 1990). Su libro más reciente publicado en español es la novela gráfica «Gorrioncita» (Meraki, 2022).

Primer día

EN EL PRIMER DÍA DE ESCUELA, la profesora nos pidió que nos presentáramos uno a uno. Decíamos nuestros nombres, ella los escribía en el pizarrón y hacía algunas preguntas. Todo iba bien hasta que llegó mi turno.

Ella escribió «Juana» con una caligrafía cursiva muy bonita y me preguntó dónde vivía. Ya había preguntado lo mismo a todos antes de llegar a mí, pero sólo en ese momento me di cuenta de que no sabía dónde vivía.

Comencé por decir: «Es un apartamento…», pero no tenía nada más qué agregar y quedé en silencio.

—Pero ¿dónde, querida?

—Aquí… en la ciudad.

Ninguna de las cosas que pudiera decir sobre mi casa me parecían muy útiles. Queda en un edificio con un patio donde los vecinos cuelgan las ropas para secarlas. Tiene un elevador antiguo con un espejo roto. En primavera, las golondrinas hacen vuelos rasantes al pie de nuestras ventanas. Fue entonces que Diego levantó la mano y dijo: «Ella vive en el Rascacielos», y aseguró, «Yo vivo ahí también». Nunca antes había oído la palabra rascacielos y la primera imagen que se me vino a la cabeza fue la de una construcción en forma de uña de gato para abrir un hueco entre las nubes. ¡Mi casa no se parecía en nada a eso!

Quedé molesta de que Diego supiese decir dónde vivía y yo no. Estaba dispuesta a responder bien al resto de las preguntas.

—¿Y tus padres qué es lo que hacen?

—¡Mi mamá tiene una tienda de perfumes! —Eso lo sabía bien porque pasaba todas mis tardes ahí. Los corredores del centro comercial eran perfectos para correr (¡es por eso que se llaman corredores!), y a veces mi mamá me dejaba experimentar los testers de perfume en tiritas de papel y guardarlos en el bolso para olerlos más tarde.

—¿Y tu papá, Juana?

—Ahora bien, mi papá… yo sólo lo veía por las noches. Él regresaba a casa con carpetas llenas de papeles para leer, firmar y escribir. Dije a la profesora: «Mi papá lee y escribe mucho… ¡pienso que es escritor!».

Ella quedó muy satisfecha. «¿Oyeron, clase? ¡El padre de Juana es escritor! ¡Oh, qué interesante!».

A juzgar por la reacción de ella, quedé muy satisfecha de mi respuesta. Pero más tarde, cuando le conté el episodio a mamá, me regañó por mentirle a la profesora.

Ese día descubrí que mi padre era ingeniero civil.

Catecismo

ERA SÁBADO POR LA TARDE Y ESTÁBAMOS EN EL CATECISMO. Los niños de mi escuela se sentaron en una fila de sillas más al frente y no paraban de susurrar entre ellos. De vez en cuando me miraban y, cuando yo miraba hacia atrás, ellos se reían.

No tenía idea de lo que se traían, pero no era nada bueno.

Hice un esfuerzo para ignorarlos y concentrarme en la Hermana Lucía (no era aquella Hermana Lucía, era otra hermana Lucía) que estaba leyendo sobre el Arca de Noé.

El Arca de Noé es mi parte preferida de la Biblia. Bien, para ser sincera, aún no leía laBiblia, mi mamá dice que es muy violenta para mi edad, pero pienso que cuando la lea va a ser mi parte favorita. Noé colocó dos animales de cada especie en un gran barco (le llaman arca). ¿No sería maravilloso vivir en una casa llena de animales? ¿Aun con los salvajes?

En fin. Los niños cuchichearon todo el tiempo mientras yo planeaba mi fuga. En cuanto el reloj de la pared dio las cuatro en punto, ya tenía todo arreglado, el saco puesto, y estaba lista para salir de aquel salón como un cohete. Todavía miré hacia atrás y vi que me miraban, pero sólo Pablo me siguió.

Mi papá se había estacionado enfrente de la iglesia, yo entré corriendo al carro y ordené «¡Vamos!», como en las películas cuando un detective entra en un taxi y dice: «¡Siga aquel carro!».

Pero mi papá no hizo nada, ni giró las llaves para encender el motor. Sólo vio por la ventana y dijo:

—Está un niño llamándote.

—No es nada, es a otra Juana, vámonos ya.

Pero el carro no se movió y Pablo se fue acercando y ya era imposible ignorarlo. ¿Pero qué rayos es lo que quiere? ¡Si esto es algún juego, con certeza no lo va a hacer enfrente de mi papá!

Medio cortado, me entregó un regalo por la ventana del auto. Tenía la cara tan roja como el papel del envoltorio.

—Quería darte esto.

—Hmm, gracias.

—Por el día de la amistad.

—Ok.

—Es hoy.

—Ya me di cuenta, gracias.

Pablo estaba tan serio y nervioso como cuando la profesora lo llama al pizarrón para resolver un problema de matemáticas. Y yo sólo quería desaparecer de ahí.

Tenía la esperanza de que mi papá interviniese y dijera alguna cosa del tipo: «¡Mi hija es muy jovencita para esto!» o «¿Cuáles son sus intenciones, jovencito?», pero él sólo nos miró por el espejo retrovisor con una pequeña sonrisa.

Dijimos adiós, Pablo se balanceo fuera de escena y yo metí el regalo al fondo de la mochila. ¡Mi papá se fue riendo todo el camino hasta la casa! «¡Espera a que tu mamá lo sepa, va a comenzar ya a planear el casamiento, ja, ja, ja!».

En ese momento decidí que no llevaría a mi familia en el arca, como hizo Noé.

Iría sola.

Muy sola.

Con animales

Traducción del portugués de José Javier Villarreal.

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