Doble nacionalidad

Nina Yargekov

(Francia, 1980). Éste es un fragmento de su novela «Doble nacionalidad» (Elefanta Editorial, 2021).

AL DÍA SIGUIENTE, O SEA EL PASADO MAÑANA DE ANTIER, es decir un día que, no no no, no tienes tiempo, tienes que ir a abrir la puerta, acaban de tocar el timbre, arrancas tu cuerpo tiritante de la tina de baño, corres hacia la puerta, te das cuenta de que estás desnuda, prudente media vuelta, derrape deslizado, enrolle de toalla, saut de chat, grande dégagé, puerta, cerradura, apertura, es un hombre, es alto, es guapo, tiene una sonrisa encantadora, te entrega un paquete. Ah, es sólo un repartidor. Qué lástima. Además, tienes una hoja de lechuga de mar en el pelo.

Arrancas la gruesa cinta adhesiva del paquete. Tiene que ser Topo, el topo de peluche que encargaste la otra noche.

Entreabres la caja
y en ese preciso instante
el topo se vuelve la topo
Topo se vuelve Pequetopo
milagro lingüístico.

Sacas a Pequetopo de su caja de cartón y es amor a primera vista. Quisieras apretarla fuerte contra tu pecho, mordisquearle las patas, abrazarla y rodar por el suelo, cubrirla de besos. La adoras, tus pulmones estallan, tus costillas giran como remolinos, el estómago se te descomprime, es demasiado amor, será que quepa en ti tanto, tu reino por Pequetopo, es Pequetopo mi amor, Pequetopo en azúcar, es un gajo de naranja confitada sobre una cama de crema de pistache con pepitas de polinomios. Tiene un aspecto a la vez pícaro y travieso, es tan maravillosa, es la más hermosa del mundo y también la más juguetona y la más fornida y la más conquistadora, no porque sea una topo de sexo femenino, eehhh bueno, estás en contra de todos los estereotipos, se refieran a las prostitutas o a los mamíferos excavadores.

Hablan largo rato, se ríen mucho, quieres saberlo todo, de dónde viene, cómo llegó a tu casa, se irá a quedar mucho tiempo, esperas que sí, porque es la cosa más hermosa que te haya ocurrido en toda tu breve existencia. Te dice que no te preocupes, tiene el equivalente de ocho años humanos, es demasiado joven como para llevar una vida independiente, además la mandaron a vivir contigo porque es huérfana, tú eres su familia de acogida. Y aparte de eso, ¿en qué más le puedes ayudar, tiene hambre, tiene sed, necesita que vayas a comprarle lombrices o cochinillas? No, no debes preocuparte, sabe alimentarse sola, es por su historia trágica, se volvió particularmente madura y de todos modos sólo come cacahuates, pero si pudieras fabricarle un nido, eso le encantaría, le gustaría mucho tener un lugarcito donde dormir abrigada. Asientes, claro que sí, un nido, naturalmente, es lo menos que puedes hacer, no quieres que pase frío, que vaya a pescar alguna enfermedad horrible ni que viva en condiciones contrarias a la dignidad de los topos, y además su petición no tiene nada de excesivo o fantasioso, está completamente dentro de tus posibilidades. Tomas la caja en que viajó y la rellenas con un suéter muy suave y lanudo. Lo esponjas con los dedos, debe estar mullido y confortable, pidió un nido, no una cabaña o una casita de perro, no debe pensar que te burlas. Vuelves a cerrar la parte de arriba de la caja y recortas en el frente una puerta en forma de corazón, es mucho mejor que tenga una bonita entrada que un techo abierto a la intemperie. Por último, dibujas sobre las paredes exteriores algunas princesas unicornio de crines salpicadas de estrellas, como para agregar un toque de fantasía. Le muestras el resultado y Pequetopo aplaude, está feliz, es mucho mejor de lo que esperaba, eres tremendamente amable como para ser una humana de acogida.

Una vez que Pequetopo queda instalada, le expones tu situación, la doble vida, la carta de tu abuela, la urgencia de decidir si eres agente doble o triple y para qué gobierno trabajas, eeyy no, ya habías jurado abandonar el tema del espionaje, bueno, la pregunta correcta es: ¿a quién le estás mintiendo, a los yazigios o a los franceses? Pequetopo entiende todo, entiende muy rápido, condensa en una frase contundente todo lo que le explicas trabajosamente en diez minutos, su inteligencia es sublime, hace que el problema se aclare, que las implicaciones se vuelvan más precisas, y desde ya te retuerces de impaciencia, estás emocionada, sientes que estás en el umbral de un giro epistemológico mayúsculo. Al mismo tiempo, estás fascinada con el pensamiento de tu joven interlocutora, un pensamiento a la vez gozoso y flexible que se encarna en un lenguaje rico e ingenioso, para una topo de apenas ocho años, domina el yazigio con una destreza extraordinaria, al punto que en ciertos momentos te parece que lo domina mejor que tú. Porque hablan en yazigio, obviamente. Porque Pequetopo es yazigia. Es cierto que el personaje de caricatura llamado Krtek es checo. Pero tu peluche es hembra y es yazigia. Punto. Y se llama Pequetopo.

Naturalmente, sabes que es una amiga imaginaria, estás en condiciones de distinguir el interior de tu cabeza del resto del mundo, no eres una psicópata. Así, sabes que Pequetopo se expresa a través de tus cuerdas vocales. Algunos dirían, y sería muy cruel, que la haces hablar «como una marioneta», pero a ti te importa menos que nada, lo mismo la idea de que probablemente exista un término científico para designar tu conducta, porque una amnésica sola en un apartamento, con un romero en maceta como única compañía, y tras la pérdida sucesiva de dos maridos y del fracaso en la conquista de un exabogado penalista convertido en abogado por los derechos de los extranjeros, necesita un objeto transicional para encontrar consuelo, y además los médicos de bata blanca con su manual de taxonomía de problemas mentales bajo el brazo no conocen a Pequetopo, no saben lo adorable que es y cómo es inevitable amarla con un amor loco e incondicional, que te corten la mano si no es cierto que cualquier psiquiatra se derretiría con Pequetopo, no lograría resistirse a sus ojitos traviesos, a su naricita roja, a su risa de cascabel, y también a su misterio, porque no es posible comprenderla completamente, y eso la hace aun más fabulosa.

Reanimada por el nuevo giro de los acontecimientos, te urge retomar tu investigación. Pero antes que nada, te parece muy importante presentarle el romero a tu pequeña invitada, la verdad es que eres pésima anfitriona, las reglas de etiqueta indicarían que hubieras comenzado por ahí. Llevas a Pequetopo ante tu coinquilino vegetal, que lo mire bien, no es un romero, sino el romero, es un verdadero amigo, en el plano de la comunicación falta un poquito de fluidez, pero han tejido lazos estrechos, es un poco como la rosa del Principito, ¿sí conoce al Principito? Bah, claro que lo conoce, lo leyó en primer año de maternal, ah, claro, perdón, pides disculpas, aún no estás muy al corriente del proceso de escolarización de los topos. Pequetopo se acerca al romero, lo saluda, le acaricia las hojitas, declara que es efectivamente apuesto, que ya le tiene aprecio, que será una excelente figura paterna, y luego voltea a verte con grandes ojos sorprendidos. Clin clin clin, ¿llevan tres días viviendo juntos y aún no te das cuenta? ¿Qué, de qué no te has dado cuenta? Mantiene algunos segundos el suspenso. Luego te lo anuncia: ¡el romero es polaco! Y lo confirma: sus hojas susurran con la típica palatalización protoeslava y ese dejo de acento casubio que permite suponer que es originario de Pomerania. Examinas al romero, ¡pero claro, por la gran roseta de los mares árticos! Ahora es tan evidente, tiene a todas luces el estilo polaco.

Instalas a Pequetopo en tu escritorio y le explicas que ahora tienes que trabajar. Si le divierte, puede participar, pero no es su obligación, que se sienta completamente libre, para nada se te ocurre depender de ella, colocar sobre sus hombros una carga demasiado pesada, y por cierto no debiste hablarle sobre tu investigación, sólo tiene ocho años, no debe tener preocupaciones, debe dedicarse a actividades propias de su edad, los niños humanos que se ven obligados a madurar demasiado rápido se vuelven adultos algo extraños, como incompletos, que hacen cosas infantiles, sólo que ya es demasiado tarde, y con los topos ha de pasar algo semejante. Con su vocecita aguda te dice que no te preocupes, que ya ha visto mucho mundo, tiene una historia trágica, como ya sabes, y tu problema identitario hasta le resulta divertido, aunque de pronto le dieron ganas de dibujar. Le pasas una hoja de papel, pero no, no hace falta, ella dibuja siempre en su cabeza, ¿tú no? Ah, sí, claro, bueno, depende, también llegas a recurrir a algún soporte físico externo, es la edad, ya se podrá imaginar. ¿Y qué es lo que va a dibujar? Primero una centrifugadora horizontal de ciclo continuo, después ya verá qué se le ocurre, quizás unas supercuerdas enrolladas en cuarenta y seis dimensiones. Ah, qué bien, pues ¡a disfrutar los dibujos!

Por tu parte, decides proceder a una valoración comparativa de las ventajas e inconvenientes de tus dos identidades, con la esperanza de reconstruir la que pudo haber sido tu trayectoria, partiendo de que conviene no excluir la hipótesis de que hayas realizado una elección racional, ya sea en función de valores intrínsecos o bien en función de objetivos, o incluso por una combinación de ambos, bravo por este enunciado límpido, intenta lavar mejor tus pensamientos la próxima vez. Te toma dos horas completas llegar a un resultado poco satisfactorio, no sólo porque uno lo discute todo, desde la elección de las categorías en la tabla de doble entrada que construiste, hasta las respuestas para cada celda, aunque desde luego que no te molesta someter todo a discusión, ¿eh?, sino también porque tienes la sensación de estar mandando a Yazigia al matadero, un país tan diminuto contra uno tan grande, ¿tiene realmente sentido compararlos? Si fuera Francia-Alemania, o Yazigia-Montenegro cuando mucho, por qué no, pero a como están las cosas es francamente grotesco, los dados están cargados, el árbitro está comprado, pese a tus esfuerzos desesperados por equilibrar la partida, pese a las inyecciones de anabólicos en los muslos de los jugadores yazigios y las piedras introducidas en los tenis del equipo francés, ya estaba cantado desde antes, no hay suspenso alguno. Viendo tu molestia, deduces que quizás optaste por Yazigia, eres una chica sensible a las injusticias geopolíticas, colocarte del lado de una nación fuerte no hubiera tenido ningún caso: de las dos naciones, está claro que Yazigia es la que más te necesita. Darle la espalda a un país de acogida ciertamente no queda muy bien, pero en fin, para Francia perderte no significa nada, es como un piquete de mosquito, y contigo o sin ti está en plena forma, mientras que los de allá, ¿quién se preocupa por ellos? Si incluso sus vástagos en el extranjero la abandonan, no quedará más esperanza para Yazigia, la balanza demográfica que de por sí sangra por sus mil heridas acabará por entregar el alma y el pueblo desaparecerá para siempre. Sí, la equidad dicta sin duda que seas yazigia, que hayas elegido ser yazigia. Bien, pues ahí está, la indagación está concluida, a fin de cuentas no tardó tanto.

Tsss, no, qué tramposa. A ver, vamos, vamos, sigue rascando, hay algo atorado en ese surco. En efecto, ahí está. Aunque elegiste deliberadamente ser yazigia, por miedo a contribuir a las desigualdades geopolíticas o por sentimiento de culpa, te acongoja comunicártelo demasiado abruptamente, pero no son más que las dos caras de una misma moneda, así que te forzaste a ser yazigia por razones morales, entonces no es ésa tu verdadera identidad, y hay un secreto dentro del secreto. Has de haber decidido que si un día quedabas desenmascarada, jurarías ser yazigia, pero en realidad serías una francesa que finge ser una yazigia que finge ser una francesa. ¿Es una pose para darte un aire de sofisticación cerebral, o realmente eres incapaz de elaborar una reflexión sin juegos de espejos? Por lo visto, sólo estás haciendo tiempo, así que volteas a ver a Pequetopo, que ya acabó sus dibujos y observa tu tabla. Su opinión es que en la elección de una identidad, las satisfacciones morales o las ventajas prácticas no pesan en la balanza, porque no se trata de una balanza, sino de un apego que se forma mucho antes de que uno haya tenido tiempo de plantearse la pregunta en cuestión. Por ejemplo, si a ella le propusieran convertirse en un elefante de la sabana o en una ballena azul, lo cual sería claramente más prestigioso que topo y constituiría un ascenso notorio en la jerarquía social de los animales, lo rechazaría, porque en el fondo de su corazón se aloja la convicción inquebrantable de pertenecer al pueblo de los topos, de no poder ser otra cosa que una topo, de tener un destino compartido con todos los demás topos del mundo, y nunca, nunca abandonaría a sus congéneres. Pequetopo aprieta sus garritas, baja la mirada, se estremece. La abrazas, todo está bien, Pequetopo, todo está bien.

Por la noche, y es que sí, la noche con sus dedos de añil ya se dejó invitar a tu casa, capricho del tiempo que hoy pedalea a toda velocidad, Pequetopo quiere jugar, así que juegan. Primero a los enigmas algebraicos, luego a la improvisación léxica y luego a las operaciones clasificatorias. Pero lo que más les divierte es el juego del pensamiento abarcador, que consiste en sustituir una O excluyente por una Y incluyente. La primera jugadora propone dos términos habitualmente considerados antinómicos, y la segunda debe encontrar una definición que permita inscribirlos en una misma categoría, hacer que formen parte de un mismo fenómeno. A veces son temas serios (comunismo O capitalismo se basan en un mismo postulado materialista que reduce la vida social a la economía), otras veces mucho menos (cacahuates O papitas se adecúan a una alimentación vegetariana), pero en todo caso se divierten como locas. Al final de la partida, para la dicotomía refugiado O migrante económico, Pequetopo propone personas que aspiran a una vida mejor. Protestas enérgicamente: un auténtico refugiado no cambia de país para tener una vida mejor, sino porque no tiene opción, porque es una víctima, porque padece su situación. No tiene relación alguna con la decisión libre de ir a ver si el pasto es más verde del otro lado de la valla. Sin embargo, Pequetopo argumenta tan bien, defiende su causa tan hábilmente, que acabas por concederle el punto. La noción de vida mejor abarca desde menos bombas hasta mayor salario, su respuesta es perfectamente aceptable, se trate de huir del desempleo o de una guerra civil, en ambos casos se busca mejorar el día a día, e incluso reduciendo vida mejor a su dimensión material, pero eso es una tontería, bueno, sigue, ya que insistes, pues sí, funciona igual, los conflictos armados generan problemas económicos, el mercado de los empleos se contrae cuando proliferan los francotiradores. En resumen, no puedes más que abdicar. Así que abdicas. Lo cual no te impide sostener que el grado de urgencia no es el mismo, sí, sí, de acuerdo, pero el juego consistía en englobar y no en recalcar las diferencias. Con esto, Pequetopo declara que ya se siente cansada, entre el viaje y tantas emociones, y que en verdad necesita irse a dormir.

Mientras se adormece en su nidito mullido, y a la par que revisas aproximadamente cada tres minutos con cuarenta segundos si no se habrá asfixiado, si no tuvo una horrible pesadilla, si no sufre una crisis de pánico nocturno, y es normal estar ansiosa, es la primera vez que eres familia de acogida, te ocupas de algunos menesteres más bien prosaicos. Consultas tus correos electrónicos, le respondes a una amiga yazigia que quería saber de ti y a un cliente que pedía una cotización. Como una vez al año no hace daño, esta vez no rechazas el encargo, tampoco lo insultas, vaya, qué sabia decisión, hasta donde tienes noticias, no estás de vacaciones y sí tienes recibos de luz que pagar en dos países. Por precaución, le propones un plazo de entrega particularmente largo, resulta que no tienes ni idea de a qué velocidad traduces, si eres una expedita que se centra en lo esencial o una perfeccionista que pule sin fin, bueno, sí, la respuesta estaba en la pregunta.

Más tarde, redactas un rápido recuento del día en tu bitácora de a bordo. Ya se volvió un hábito bien arraigado. Cuando relees lo que escribiste, te sorprendes pensando que quizás tendrías que agregar que el repartidor que tocó el timbre por la mañana era negro. Notoriamente negro. ¿Y? ¿Es importante? ¿Es eso lo que lo define? ¿Vas a concluir que toca el tamtam? ¿Que siempre está alegre? ¿Que tiene un miembro enorme? Calma, calma, sujeta a tus delfines de corrección política, fue un sobreentendido. Un malentendido. Si no tomas en cuenta lo que sabes del repartidor y te concentras sólo en la somera descripción es alto, es guapo, tiene una sonrisa encantadora, bueno, pues visualizas espontáneamente a un hombre blanco. La marca de sus zapatos, su corte de pelo, la forma de su nariz, todo está indefinido, pero su piel, a falta de precisión, se vuelve blanca en tu imagen mental. Es la opción por defecto. Al menos en tu mente. Seguramente existe un montón de gente menos cerrada que tú. ¿Se debe a que la escena ocurre en Francia? Pero un repartidor negro en París no es nada raro. Si se hubiera tratado de un senador o un accionista de la Comédie Française, presuponer lo blanco hubiera pasado por una forma de realismo estadístico. Sólo ahí. ¿O se debe a que tú eres blanca?

Tomas una hoja de papel blanco y vas al baño. Ante el espejo, observas tu cara y la comparas con la hoja de papel. Gracias a este astuto protocolo de control cromático, concluyes que no eres para nada blanca. En todo caso, serías algo como rosa claro con reflejos verdes. Tampoco el repartidor era negro, si a ésas vamos. Si hubiera que definir su color de piel, dirías que café, o moreno. ¡Por mil millones de tarros de plumas, ni los blancos son blancos ni los negros son negros! Es probable que todo el universo ya estuviera al tanto, pero para ti es un descubrimiento prodigioso. Felicidades, acabas de lograr tu emancipación visual, eres ópticamente libre. Ahora estarás en condiciones de observar los verdaderos colores de la piel. Una competencia que sin duda no te servirá de nada en tu investigación, pero no hay que juzgar todas las cosas según su utilidad a corto plazo, también importa el desarrollo personal.

Revisas otra vez a Pequetopo. Duerme profundamente. ¿Estará soñando que corre por su antigua madriguera? ¿Que come cacahuates? ¿Que vuelve a ver a sus padres muertos? La idea de dejarla sola en su primera noche te estruja las tripas, tu recorrido hacia la paz interior tiene sus límites. Como no te atreves a llevarte su nidito hasta tu cuarto, qué tal que la despiertas y le provocas un trauma profundo, decides dormirte en la silla a su lado. Una vez más, vas a pasar la noche en un sitio distinto de la cama, pero al menos habrá sido por elección

Traducción del francés de Lucrecia Orensanz.

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