convirtieron monturas en
pistas de skateboarding,
en puentes cuyas sombras
son la dermis del asfalto:
no dicen los libros
que entre las piernas de una reina
hasta el esclavo es rey: catedral de la estadística y la geografía:
: nadie tampoco levantó una estatua ecuestre
(en el fondo: minerva, patrona de los
glorietistas,
nos advertía de la invasión abducción)
la acrobacia, escasa, de la gloria sin glorieta
nos devuelve a nuestros puentes:
ya no se mojarán ni botas ni monturas
de abajo a arriba: autos, puente, autos, puente y peatones
(dieciocho metros de estructuras que no,
salvo por el fluir): drenajes varios
así los rieles
así las vísceras
así la sangre de los cuerpos que se empalman
ya sea vivos ya sea muertos
entre la cinta plástica amarilla
convirtieron las sillas de montar
en herméticos asientos de juegos mecánicos:
la esdrújula del vértigo,
caer desde la tilde:
barrera del sonido antepenúltimo
pero volvimos al lenguaje
y sus placitas para platicar,
a su glorieta y su estatua desmontable
–ecuestre salvo por el caballo–
mejor vayamos al vértigo de un cuerpo,
sus suaves curvas de costilla a pubis
encontrándose;
al infinito landing del rizo por la espalda,
caída recurrente, loop
de keratina;
al himen tintineante o laminilla
armónica (película quemándose
en cinema paradiso)
no dicen los hombres
que entre las piernas de una reina
hasta el esclavo es rey: y quizá los caballeros carecen de memoria,
pero la estatua ecuestre es eufemismo, happening
de antinatura
convirtieron las sillas de montar en
condones lubricados, en reclinables eléctricos,
en pistas karaoke de música
bailable