(Crónica sobre el día en que eligieron a Bergoglio como Papa)
Miércoles, 11:38, Vaticano, fumata negra. Buenos Aires, Vicente López, 8.38 de la mañana, consultorio, psicoanalista durmiendo en el diván. Es un error citar temprano a los pacientes que faltan, ya lo sé, debería dejar de creer que las cosas pueden cambiar. Anoche dormí, con suerte, tres horas. ¿Razones? La certeza de que tenía la capacidad de resolver el problema de activación de mi Windows 7. Los resultados: la notebook no arranca. En su lugar tira pantallas negras, de esas que recuerdan al viejo dos de las Commodore de los noventa. No soy de las que retroceden, así que me quedé tratando de resolver mi propio error como quien pretende acomodar las cosas antes de que la estupidez quede a la vista de todos. Pensar que, mientras yo rompía mi notebook, los curas en Roma dormían o casi se despertaban con la primera fumata negra en la cabeza y la ansiedad de saber quién se iba a convertir en el Maradona de los curas.
Son casi las doce, los curas descansan, a mí me despierta el timbre. Es la maestra, tiene cuarenta años, vive con su mamá, se pregunta por qué no ha podido formar pareja. Siento los ojos hinchados. Casi todo en su vida tiene que ver con la culpa. Llanto mediante, se va. Mensaje de texto en mi teléfono: Ya tengo ganas de tenerte, no sé si me aguanto hasta mañana, Sebastián. Timbre. Otra paciente, ésta es actriz, lo es desde chica, muy chica. El tema: su madre, que en este caso no es tan obvia, aunque le caga la vida igual. Mi mamá siempre me dio toda la libertad del mundo, para actuar, dice defendiéndola. La coma entre mundo y para es mía. Esa coma es mi intervención. Está en esa época en la que uno sabe las cosas pero no las sabe. Llanto mediante, se va. Tengo sueño. Timbre. Y los curas en el cónclave otra vez, humo no hay, todavía. El paciente que sigue está subiendo por el ascensor. Mensaje desde mi teléfono al tal Sebastián: Yo también me muero de ganas. El tema de este paciente es cómo hacer para dejar de ser infiel, cómo hacer para no llevarse puestas todas las minas que se le cruzan. Me olvido de poner el celular en vibra, suena mensajito. Relojeo por las dudas de que sea urgente y por obvia curiosidad. Sebastián: Todavía siento tu cuerpo, tus besos. Y los curas en el cónclave. Después del infiel, una ama de casa con ataques de pánico, ella no lo relaciona, pero los ataques comenzaron un par de meses después de encontrarle fotos casi pornográficas al marido en el celular y que él respondiera No es lo que parece. No es la mujer del paciente anterior. Asumo que la cara de dormida me va a durar todo el día. Y los curas en el cónclave. Timbre. Está subiendo otro paciente, el abogado. Mensaje a Sebastián: Yo también (con una carita). El teléfono suena. Es mi abogada, la que me lleva el divorcio. El paciente está por tocar el timbre pero igual atiendo. Que la cosa se complicó, que mi ex se echa atrás con el pacto de división de bienes, que dejémonos de joder con lo del común acuerdo, que vamos a hacerlo mierda. Timbre. Mensaje de Sebastián, lo leo mientras la voz de mi abogada se convierte en ruido. Voy para allá; No, respondo sin caritas ni nada, casi desesperada. Es un hijo de puta, nena, me dice la abogada, disculpame, pero te casaste con un hijo de puta, Sí, pienso, pero no tengo tiempo y no sé bien qué le respondo. Otra vez timbre. Y los curas en el cónclave. Entra el abogado, el juez porque hace un par de años que es juez, pero viene vestido de tipo cualquiera, con una mochila. Habla de su ex, de las minas de ahora, de su vieja, del trabajo, de su hermano y de pronto dice: Te traje algo. Sigue hablando mientras busca en la mochila. Abre una cajita de metal y me pregunta: ¿Tenés dónde guardarlos? Te traje dos porros, son de flores de mi planta, de marihuana, aclara como si hiciera falta. Se levanta, los apoya sobre mi escritorio. Están tan prolijamente armados que podrían pasar por cigarrillos artesanales de tabaco. Ojo con eso, me dice, mirá que son de flores. Se los agradezco y le digo que lo tomo como una muestra de sus variadas capacidades. Al cruzar la puerta, con media sonrisa, me vuelve a decir: Ojo con eso, ¿eh? Me río y cierro la puerta. Son las 15:06. Miro el celular, otro mensaje de Sebastián: Estoy a dos cuadras. Fumata blanca.