XI Finalista Luvinaria-Cuento / El cuerno

Luis Ernesto Rodríguez Sánchez

CATEGORÍA LUVINARIA

Licenciatura en Escritura Creativa, CUCSH

Por más que pasaba el trapeador, la sangre no se quitaba.  Haber visto sus ojos, con esa mirada vacía, le rompió el corazón. Aunque uno de sus ojos estaba teñido de rojo, al igual que su vestido. Pobrecito. Pero Sonia no quería que nada de esto pasara. Al notar que se le había roto un diente, Sonia no pudo evitar soltar una lágrima.

Esos brillantes y atractivos dientes le sonrieron, saludándola desde el otro extremo de la galería. Sonia nunca supo cómo reaccionar cuando un muchacho apuesto le hacía ojitos, y se limitaba a sonrojarse y bajar la mirada. El joven, de cabello rizado, se acercó a ella lentamente, y apreció la escultura de Sonia.

            —Magnífico. El rinoceronte siempre ha sido mi animal favorito.

            Sonia levantó la vista, tímida. Sabía que él intentaba coquetearle.

            —Son animales majestuosos —respondió.

            —¿Sabías que el cuerno de rinoceronte está hecho de queratina, que también es el componente del cabello humano y las uñas? Además, sus cuernos también poseen calcio y melanina.

            —Bueno, el de este amigo es de mármol pulido.

            —Con cualquiera de los dos cuernos ha de doler ser embestido, ¿no crees?

            Sonia no pudo disimular una risita, y esto hizo sonreír más al joven. Este le extendió la mano.

            —Mi nombre es Sebastián.

            —Sonia, mucho gusto —respondió ella, dándole un apretón de manos.

            —Soy escritor y crítico de arte. Me llamó mucho la atención tu obra, y me preguntaba si te gustaría tomar un café para hablar de ella.

            Sonia, después de titubear un poco, aceptó. Fueron a la cafetería, detrás de la galería, y conversaron toda la tarde.

            Exprimió el trapeador. El agua de la cubeta estaba roja y espumosa. Se sentía abrumada. No pudo dormir en toda la noche. Los forenses dejaron un desastre y los reporteros la entrevistaron hasta morir. Sin mencionar los distintos interrogatorios que tuvo que pasar. Aunque claro, la parte más difícil fue hablar con los familiares. A penas había tenido tiempo de limpiar el desastre. Y a pesar de haber ido a juicio, se alegró de que la declararan inocente, gracias a esa mancha de mucosidad que notaron los forenses.

             Pasaron días, y la relación entre Sonia y Sebastián ya era un asunto más allá de solo escultora y crítico de arte. Sonia mencionó que sabía cocinar un delicioso pavo, y lo invitó a cenar a su casa.

            —¿Qué te parece la próxima semana? ¡Abriré mi mejor botella!

            —¡Me parece una espléndida propuesta!

Sonia pasó toda la semana preparándose para la cena. Se compró un hermoso vestido blanco, y surtió todos los ingredientes que necesitaba. 

Esa mañana, sonó el timbre muy temprano. Era un mensajero. Dejó una caja, ella firmó de recibido. En la caja venía un frasco de lechugas importadas, que usaría para preparar su receta de ensalada especial, y, por alguna razón, un caracol de esos de jardín. Colocó el frasco de lechugas en el refrigerador, y metió la mano en la caja para sacar al caracol y soltarlo en su patio. Pero el caracol había desaparecido.

Mas tarde, cuando el pavo ya estaba en el horno, inundando la casa con un delicioso olor, Sonia preparaba la mesa: colocó sobre el mantel velas, platos, cubiertos, copas, y una botella de champagne.

 A eso de las 7:30 sonó el timbre. Sonia salió de la cocina, rodeó su escultura del rinoceronte (que ahora se encontraba en centro de su gran y elegante recibidor), y abrió la puerta. Sebastián, con atuendo elegante, la saludó con un beso en la mejilla, y ella lo invitó a pasar.

Ya en la mesa, disfrutando cada uno de su cena, conversaron:

—Es una muy linda casa. Se nota que vives muy bien.

—Gracias.

—Mi departamento es seis veces más pequeño.

—Bueno, el trabajo de crítico no es los mismo una escultura, supongo —comentó Sonia, con una sonrisa.

Sebastián fingió una risita, claramente incómodo.

—¿A qué te refieres?

—¡Oh, no! No me malinterpretes. Quiero decir que, bueno, a una escultura se le invierte más que a una crítica. Ya sabes, materiales y esas cosas. Además, la gente rica es, principalmente, mi clientela, por más pedantes que sean.

—Claro, a la gente le interesa más comprar una escultura que leer una crítica o un artículo.

—Exactamente —respondió Sonia casi de manera automática, y justo al instante después de decirlo se arrepintió. Comenzó a sudar—¡Lo siento, no quise decir eso!

—Con que eso es lo que piensas.

—¡No, no es así! No me di a entender.

—Sabes —comenzó a decir, Sebastián, limpiándose la boca con un pañuelo —creí que eras distinta a los demás artistas. Pero ahora me doy cuenta de que no es así. Ustedes y su complejo de superioridad.

¿Complejo de superioridad? ¡De qué me estas hablando, si fuiste tú el que sacó este tema de conversación!

Sebastián no respondió, y se limitó a hacer una mueca de indignado, que molestó mucho a Sonia.

—¡Está bien! ¿Quieres hablar de complejos? ¡Bien! He leído tus críticas, y siempre dejas de lado tu punto de vista objetivo y profesional por darle prioridad a tu opinión personal. Y te jactas de conocer del tema. Y te invito a mi casa a cenar, ¿y qué es lo primero que haces? ¡Criticar! ¿A eso no le llamas complejo de superioridad?

—¡Tú eres la que menospreció mi trabajo!

—¡Ya te dije que no quise decir eso, que lo siento!

—¡Ya basta! —exclamó Sebastián, y se puso de pie —Tanta arrogancia me quitó el hambre.

—¿A dónde vas?

—¡Me largo! — dijo, mientras salía de la cocina, dando ancadas.

—¡Pasé toda la semana preparando esta cena, no te puedes ir!

—Me da igual. Ni tu cena ni tus obras son buenas. Preferiría morir antes de…

Fue interrumpido por un crujido, que lo hizo resbalar hacia el frente. Carente de control, se precipitó directamente hacia el cuerno del mármol pulido del rinoceronte. El cuerno se hundió en su frente, y al caer con fuerza al suelo, se rompió la dentadura. Un charco de sangre creció desde donde había dado a parar su cabeza.

Sonia soltó un grito, y desvió la mirada, horrorizada. En el suelo, distinguió una mancha extraña, con pedacitos de algo sólido. A Sonia le costó trabajo procesarlo, pero al final identificó de qué se trataba: destrozado por la bota de Sebastián, el caracol de jardín había sido embarrado por el resbalón.

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