René Girard: la utopía de la violencia

Armando González Torres

El mecanismo de la violencia

El asedio de la peste devasta los cuerpos y las almas. La ciudad de Éfeso llora sus muertos, los campos se pudren, las leyes y costumbres se tambalean y hombres, mujeres y niños vagan entregados a la desesperación, el pillaje o la lujuria. Apolonio, el mago extranjero convocado por las autoridades, es la última esperanza, y los efesios aguardan sus palabras. El mago dubita, pareciera que no sabe qué decir; de pronto mira a un mendigo que circula en la vereda y pide a los angustiados ciudadanos que lo apedreen hasta la muerte. Los efesios dudan, al principio, en lapidar al hombrecillo que suplica por su vida, pero Apolonio insiste en que sólo ese acto retraerá la peste. A medida que sucumbe a las piedras, el infortunado mendigo va perdiendo su apariencia humana y transformándose en una excreción sangrienta, de modo que, cuando sus restos son extraídos del túmulo de piedras, pueden ser denominados por Apolonio como los del demonio que causaba la enfermedad. Este perturbador episodio de erradicación mágica de la peste, que rescata Filóstrato al narrar la vida de Apolonio de Tiana, lo utiliza René Girard para ilustrar lo que él llama el mecanismo victimario.

René Girard (Avignon, 1923) es un pensador obsesionado por la violencia y la ha descrito con la más multidisciplinaria prolijidad, desde la literatura hasta la antropología, desde el lenguaje a la teología. Este autor que rebasa las fronteras académicas establecidas y, sobre todo, desdeña el tono aséptico de la ciencia y vuelve su obra un conjunto de argumentos, alegatos morales, licencias literarias y términos confesionales, es uno de los pensadores más seductores y desconcertantes que haya leído. Cierto: la adscripción formal con que Girard navegó en los espacios más prestigiosos de la academia fue la de un profesor de literatura; sin embargo, ha escrito libros inclasificables que, pese a la controversia que desatan, se han convertido en referencias obligadas de distintas disciplinas. Estudió historia en Francia y emigró muy joven a Estados Unidos, donde realizó toda su carrera y se jubiló de la cátedra de literatura en la Universidad de Stanford. Es autor de obras como Mentira romántica y verdad novelesca, La violencia y lo sagrado, Shakespeare. Los fuegos de la envidia, El chivo expiatorio, Veo caer a Satán como el relámpago, Aquel por el que llega el escándalo, o su todavía no traducido Achever Clausewitz.

Girard es principalmente conocido por su teoría mimética, que comenzó a intuir al observar los procesos de deseo, emulación y conflicto en sus estudios de crítica literaria. A partir de esta intuición inicial emprendió una trayectoria atípica que, siguiendo siempre las huellas de los mecanismos del deseo y la violencia en el hombre, ha pasado de la crítica literaria a la etnología y culmina, en sus obras más recientes, en una mezcla de ensayo teológico y antropológico. Su obra consta de variaciones cada vez más complejas y extendidas sobre el mismo tema, por lo que puede hablarse, más que de una teoría, de una visión tan tenaz como elusiva que acude a diversos campos del conocimiento para tratar de hacerse cada vez más nítida y coherente. Son muy conocidos los motivos centrales de Girard, quien señala que la mayoría de los deseos humanos, a diferencia de los animales, surgen de la mimesis, de la imitación de un modelo o la emulación de un semejante. Dicha imitación suele volverse conflictiva cuando conduce a la disputa por el mismo objeto y al antagonismo. El conflicto mimético se vuelve entonces connatural al hombre y se manifiesta en crisis sociales periódicas que son temporalmente aliviadas por reconciliaciones en las que la violencia dirigida hacia una sola víctima propiciatoria o chivo expiatorio (muchas veces el enfermo, el indigente, el deforme o el extranjero) alivia las tensiones. Para Girard, los ritos de expulsión y sacrificio, la noción del asesinato fundador, son mucho más convincentes que la idea del contrato social, y resultan fundamentales para la constitución, la evolución y la homeostasis de las culturas. Por lo demás, según Girard, estos mecanismos sacrificiales, ya des- provistos de su aura sagrada, siguen operando con múltiples disfraces en la época contemporánea, por lo que afirma que su teoría mimética es útil no sólo para el desciframiento del pasado, sino también para la interpretación del presente.

La revelación de la violencia

Ampliando el radio de su teoría mimética, Girard vincula, de una manera tan deslumbrante como polémica, la defensa del cristianismo con la teoría antropológica, y llega a afirmar que la violencia mimética puede hacerse evidente y reorientarse gracias a la Pasión de Jesús. Éste es el argumento de Veo a Satán caer como el relámpago. Para Girard, hay una analogía entre el sacrificio de Jesús y los de los cultos arcaicos (el ciclo de violencia mimética contra un inocente), pero de esta analogía parte su gran diferencia, pues «representar la violencia colectiva de manera exacta, como hacen los Evangelios, es negarle el valor religioso positivo que los mitos le conceden, es contemplarla en su horror puramente humano, moralmente culpable». Girard entra al terreno de la argumentación alegórica y señala que Satán puede concebirse como la génesis de todo mecanismo de mimesis violenta, debido a la consagración de su ser al deseo y de su forma grotesca y perversa de imitar. Satán engaña al hombre al ser él mismo quien incita y resuelve las crisis de violencia mimética, lo que permite perpetuar esta dinámica de enfrentamiento y conflicto. «Con la transformación de una comunidad diferenciada en una masa histérica, Satán crea los mitos». Dichos mitos, que recrean episodios de violencia y sacrificio real, se supone que redimen y purifican, pero sólo prolongan la égida de la violencia. Para Girard, la Biblia y los Evangelios adquieren posturas opuestas a las del mito en lo que respecta a la violencia colectiva. A diferencia de la venganza o el asesinato, frecuentes en los mitos, de acuerdo a Girard la Biblia adquiere un nuevo cariz benévolo y conciliatorio. «Sin salirse nunca de su marco narrativo, el relato bíblico desea sus- citar con respecto a la violencia una reflexión cuyo radicalismo se muestra en la sustitución de la obligatoria venganza por el perdón, único medio de detener de una vez por todas la espiral de represalias». Los Evangelios van todavía más lejos en la denuncia de la violencia, al contener una descripción prolija y dramática del mecanismo victimario y al situar al personaje de Satán como una encarnación del mimetismo conflictivo.

...según Girard, estos mecanismos sacrificiales, ya desprovistos de su aura sagrada, siguen operando con múltiples disfraces en la época contemporánea...

A diferencia de los mitos y sus voceros, como en el impactante ejemplo de Apolonio, Jesús no realiza milagros mediante la violencia; al contrario, como en el caso de la mujer adúltera, la impide. Girard reproduce la escena: los escribas y fariseos, buscando probar a Jesús, llevan ante él a una mujer sorprendida en adulterio, le recuerdan que la ley ordewna su lapidación y preguntan su opinión; él permanece agachado, escribiendo en el suelo con el dedo (con los ojos que no intentan ver los de los fariseos para no provocarlos), y luego, ante la insistencia de las preguntas, se yergue y pronuncia su conocida frase: «El que de vosotros esté sin pecado, sea el primero que le tire una piedra». Ninguno se atreve, y salen uno por uno. Girard destaca la forma en que Jesús desmonta el mecanismo de la violencia ante una multitud que, a diferencia de la de Apolonio, no duda de la justicia de la lapidación. El triunfo de la Cruz, como lo llama Girard, consiste entonces en revelar de manera evidente, para quien quiera verlo, que los dioses que propugnan la violencia son dioses mentirosos. «El sufrimiento de la Cruz es el precio que Jesús acepta pagar por ofrecer a la humanidad esa representación de su verdadero origen, ese origen del que ha quedado prisionera, y a la larga privar de su eficacia al mecanismo victimario». El cristianismo, para Girard, no sólo permite ejercer la compasión, sino comprender a las víctimas y el proceso mismo de las persecuciones. Sin embargo, no hay que confundir la compasión con la victimización contemporánea, que llega a extremos de parodia en la vida civil; la comprensión verdadera del mecanismo victimario y de la violencia consiste no sólo en denunciar hipócritamente las persecuciones ajenas, sino en «conocerse a sí mismo como perseguidor», lo que exige un proceso de introspección y una especie de conversión, que es y no es religiosa.

El cristianismo, para Girard, no sólo permite ejercer la compasión, sino comprender
a las víctimas y el proceso mismo
de las persecuciones. sin embargo, no hay
que confundir la compasión con la victimización contemporánea, que llega a extremos
de parodia en la vida civil...

A la procura de Girard

Hace poco, en la librería La Procure de París, encontré en la mesa de novedades el libro Achever Clausewitz de Girard (una extensa entrevista con Benoît Chantre donde, a partir de la obra sobre la guerra del estratega militar prusiano, Girard extiende por territorios insospechados su teoría sobre la violencia) y un anuncio que señalaba que esa noche se presentaría el autor para hablar sobre su libro y firmar ejemplares. El volumen que yo había llevado para leer durante el viaje en avión era precisamente uno de Girard y, asombrado gratamente por la coincidencia, quise inscribirme de inmediato para asistir a la presentación. Un empleado me dijo que el cupo estaba completo, pero insistí con una mujer que parecía tener más autoridad y que me sugirió que llegara un par de horas antes, adviritiéndome que probablemente tendría que escuchar de pie. No tuve que sufrir ninguna in- comodidad: el pequeño foro apenas se llenó y la sesión de preguntas resultó una lamentable pasarela de frivolidades. Quizás esta desangelada recepción que me tocó atestiguar hable de la dificultad para digerir a Girard por parte de nuestras prácticas de lectura: confesión de fe y, al mismo tiempo, imponente argumentación, la obra de Girard utiliza lo mismo el dato etnológico y la metáfora, la inferencia sociológica y la interpretación literaria, la noción teológica y la hipótesis biológica. Girard consolida en su obra la polémica idea de que el cristianismo es un instrumento de conocimiento empírico y una interpretación definitivamente reveladora de la naturaleza del hombre y la génesis de la cultura, y, quizá por eso, se atreve a decir que su conversión definitiva al catolicismo proviene de su trabajo de campo. Por supuesto, no es fácil asimilar a un pensador tan seductor como intransigente que, en una época de relativismo, busca enfoques e hipótesis totalizadoras y, en un ambiente predominantemente laico, suscribe la revelación de una religión y busca abrir camino a una antropología y una ética basadas en el universalismo y la no violencia del cristianismo. Se trata de una defensa de la fe desde el conocimiento, que, sin duda, implica conflictos de interés y problemas de diferenciación, pero que ha dado atractivo, profundidad y autenticidad a su pensamiento. Por lo demás, no tienen que compartirse la fe de Girard ni sus desmesuradas inferencias sobre la vida y el pensamiento moderno, para encontrar en esta lectura, amén de un estilo tan hermoso como enérgico, una duda metódica en torno a la violencia, una oposición al linchamiento y la lapidación a partir del prejuicio, y una resistencia razonada al voluble movimiento de la opinión masiva.

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