Relatos

Fátima Mazrouei

(Abu Dabi, 1985). Tiene tres novelas publicadas, la más reciente es Mi otra historia (2017), por la que ganó el Premio Emiratos de Ficción.

El arte de esconderse

Al comienzo de su vida juntos acostumbraban a jugar al escondite, un juego en el que se escondían uno del otro y posteriormente comenzaban a buscarse hasta encontrarse en los aledaños del barrio. Un juego divertido.

Mientras correteaba en las calles del barrio, sus largas trenzas, sus dedos de pies marrones y su vestido de colores brillantes se movían con ligereza; él se encontraba frente a ella, ella de espaldas, haciendo barullo; su risa resonaba, estallaba de tanta felicidad, y por esa demasía casi escapaba su risa de entre sus labios.

Marchaba por los caminos sinuosos, llenos de piedras, niños que juegan, calles donde periódicos rotos y vertederos se llenaban de basura. Caminaba descalzo, ensangrentado, polvoriento.

Buscarla en medio de estos rostros era un proceso agotador, sin duda que ella pensaba que el juego aún no había terminado.

La casa se acercaba y la enorme puerta de madera se asomaba en la distancia, el mundo de ella se alejaba de él poco a poco. Sus trenzas se alejaban, su cuerpo estaba pintado de negro, de tanta negrura que envolvía sus partes.

El rumor de la cortina interior lo sorprendió, él enderezó su cabeza, la miró con frialdad, el aire caliente estaba jugueteando en la casa, corría entre las ventanas abiertas; repentinamente recordó haberle dicho a su madre que no las abriese en el verano, odiaba el calor, odiaba la calina, odiaba el sol entre otras muchas cosas que odiaba en su vida.

El golpeteo de sus pies despertó en él un caos íntimo en su interior. Levantó la cabeza hacia el rostro de su madre, quien estaba sentada en el banco del pasillo; se acercó a ella y besó sus manos, luego se fue rápidamente; ella no le preguntó por qué estaba molesto, sólo le brindó una pálida sonrisa. Enseguida volvió a la conversación con su amiga al teléfono; su aparente indiferencia, el menosprecio por sus sentimientos, su preocupación por su rutinario rol en el embarazo y el parto, la hicieron no intuir el ignoto estado en el que él se encontraba.

El cuarto frío con vetusta puerta, el piso de mármol, la solitaria silla junto a la ventana, el vidrio, la cabeza de ella saliendo de detrás de la cortina buscándolo; él gritó por un rato, mientras ella se aferraba a las ropas de él.

—¡Suficiente, me ganaste!

Ella soltó una risa pura y volvió a esconderse. La buscó debajo de la cama, en el alto armario entre su ropa y en los cajones de su escritorio, entre sus antiguas fotografías. Buscó mucho hasta que se cansó y sus pies se llenaron de polvo. La búsqueda lo desangró en el momento en que se dio cuenta de que la había perdido en el juego.

—¡Vamos! ¡Estoy cansado de buscarte!

—Ella no te conviene, su padre es un borracho y su madre anda de casa en casa, su mal comportamiento es conocido por todos.

—¡Pero la quiero, mamá!

Su madre tomó un sorbo de café de una gran taza; murmurando y mezclando nerviosamente con desaprobación, golpeó su pecho.

—Te buscaré una chica hermosa que te merezca, hijo.

Y su padre le gritó a la cara:

—¡Si te casas con ella, te juro que dejarás de ser mi hijo, serás un extraño para mí!

Ella seguía escondida esperando a que él la encontrara, la mirada de sus inocentes ojos no se podía olvidar…

—¡Quiero que me beses!

Él señaló sus labios con coquetería, quería probar el sabor del primer beso, ella rio y se escondió detrás de un arbusto; quería jugar su juego favorito con él, pero él se acercó, se paró ante ella y se aferraron uno al otro. Sus labios se unieron impetuosamente hasta perder noción. Olvidaron su juego.

Ya no la entusiasmaba el arte de esconderse, ni a él le atraía el arte de buscarla, quería ponerla en un lugar en el cual no hubiera dónde esconderse, excepto en su pecho; hablaron durante largo tiempo sobre un cúmulo de cosas, antes de saber que nunca volvería a verla. Más que prestar atención a lo que ella decía, él estuvo deleitándose con su voz, sus ojos se hundieron en su cuerpo, nadando en la abstracción de sus sentimientos.

—¡Tienes unos dedos hermosos! ¡Como los de ninguna de las chicas del barrio!

La vanidad de él se acrecentaba profundamente cada vez que veía los dedos de los pies de ella; cuando corría detrás de él en el callejón se sentía afligido cada vez que hallaba los pies de ella manchados por el polvo, los limpiaba con su manto, por el inmenso amor a ellos.

No podía creer que quien pensaba que dominaba el arte de esconderse tenía una lengua hermosa y una lógica que lo superaba. Sus palabras eran como flechas que lo dirigían a lugares desconocidos; no obstante, él no podía prometerle nada.

Ella lo acusó de debilidad, de cobardía y de caer en las garras de su familia, y se alejó en silencio sin importarle perderlo. Él deseó que ella se diera la vuelta y le dijera que quería volver al juego.

Entonces se perdieron el uno al otro, pero enseguida comenzaron a buscarse, mas no hubo oportunidad; la niebla se había extendido rápidamente en el jardín en el que se encontraban, y sus sentimientos se habían perdido entre su lugar y los árboles espesos. Él se dio cuenta de que esta vez la había perdido para siempre, de que no volverían a ese juego; por el contrario, cuando ella se desvaneció, el juego también se había desvanecido.

Un viejo e ingenuo cuento, pero sucede, simplemente no podría escribirlo de otra forma, excepto así.

Cuando conseguí empleo en una empresa productora de petróleo, sentí una felicidad inconmensurable; sentado en mi escritorio en mi primer día: ¡era un trabajo real! No como el resto de los empleos en los que había estado por un salario mínimo, una vez en un restaurante, otra en una fotocopiadora, o como ayudante interino en una tienda de un amigo, para cuando salía de viaje.

Dos años estuve andando en círculos, la vida me traía dando vueltas, no paraba de girar hasta que casi la desesperación me destruyó. Después de volverme dependiente de mis padres me llegó la oportunidad, y ahora estaba trabajando en el campo petrolero, en la tierra sobre la cual se asientan países en nuevas configuraciones y pugnas…

De pronto, un sentimiento que despertó un sentido de mí mismo transformó mi alma y mi ser, me hizo considerar todo lo aprendido y recordar lo que fantaseaba sobre la vida durante mi etapa de universitario.

Desde el primer día de trabajo estuve desafiando al tiempo, tratando de probarme a mí mismo ante los demás y de mostrarme diferente, sin duda, para no volver a mi tortuoso pasado, afanándome con fuerza a mi trabajo, ignorando el tiempo. Con cada dilema demostraba que podía enfrentarlo, aunque en el momento sentía deseos de llorar; me sentía confundido y luego completamente paralizado. Esto parecía ser un legado de la persona que fui.

Mi existencia había comenzado a entrar en una rutina, lo cual era una buena señal de que estaba completamente comprometido con mi nueva vida; había originado que mi ambición creciera, las fantasías crecían conmigo y me llevaban a otros mundos, el ciclo se expandía y mis sueños también se expandían y crecían con él hasta sentirlos: mis sueños, una persona radicalmente diferente e independiente.

Yo era como los demás jóvenes, tenía aspiraciones y tenía el deseo de comprar un carro, un celular y tener una chica a quien ligar, mostrar mi coraje frente a ella y abrazarla; sin embargo, no era como mis amigos en su indolencia. Entonces, de repente la conocí, su voz saliendo del audífono, pasando por mis oídos y mi corazón, era irresistible. Estuve esperando ese sentimiento durante mucho tiempo, deseaba conocerla.

Por la noche el sueño se negaba a alojarse en mis ojos, a pesar de mi fatiga y agotamiento y de este recurrente dolor de cabeza que volvía un poco antes de acostarme. Su voz era un martillo de carne y sangre que me dejaba roto cuando me enfrentaba a nuevos dilemas, mi mente debía estar lista para encontrar un lugar en donde vivir momentos de quietud.

Sólo en mi vida anterior encontraba esa sutil quietud. ¿Cómo la vida me hizo solitario y sin hogar, vagando en ella sin nadie que compartiera conmigo su sentido, o que sintiera dolor por mi dolor? ¿No era éste el mejor lugar para encontrar algo de relativa calma?

Lo importante es que no sé cómo esta frase se convirtió en mi íntima compañera: «El hombre debería estar orgulloso por sus dolores… la mayoría de la gente no quiere nadar antes de poder hacerlo».

¿No sabía por qué debía volver a mi primera etapa de vida?

«No quiero nadar… ni siquiera para pararme en tierra seca… Todo lo que quiero es su corazón». Herman Hesse ha podido expresar sus sentimientos sobre su dolor en El lobo estepario, ese personaje que me maravilló con los fragmentos de aflicción que se extienden en su interior, a pesar de su fuerza. Pero ¿por qué me sentía derrotado frente a ella? Era un personaje dentro de un libro. ¿El deseo de vencer es el miedo a lo desconocido sobre las cosas que soñamos y tememos que se harán realidad, para no perder nuestros primeros sentimientos o relaciones hacia esas cosas?

¡Extraña es la vida! Con demasiada frecuencia nos vemos obligados a renunciar a nuestra dignidad e inclinar el cuello ante ella para su beneficio.

¡Mierda! ¿Por qué estoy pensando así? ¡Así sea!

Irak se ha derrumbado, independientemente de Palestina, y el resto del mapa es desdichado.

He visto la muerte de mi madre en su cama entregándose a un animal llamado tiempo… y mi padre tropieza en los bares y la aturde… y yo…

Su voz volvía a mí… ¿Dónde estabas, mi querido Hermann? Hasta que vieras por ti mismo al derrotado que no podrá controlar su corazón.

Temprano en la mañana fui el primero en entrar por la puerta de la empresa. Sentado en mi escritorio, frente a la pantalla de mi computadora, su luz radiante casi anulaba la sensación de que no estaba ciego. Retiré los lentes de mis ojos, los froté con mis manos, empecé a presionar botones rápidamente, mi mente corría con esos números y coordenadas; sentía mi cuerpo flotando entre el cielo y la tierra, soñando que mi madre me abrazaba, el ambiente de la pequeña habitación en la que vivía me incomodaba. Mi jefe estaba feliz porque trabajaba con él, por mi trabajo, no había recibido mi sueldo hasta entonces, aunque habían pasado dos meses; esperaban a ver los resultados de mi labor, todavía estaba en periodo de prueba. Hasta ahora todo lo que había acontecido en mi vida no habían sido más que periodos de prueba.

Desde que me visitó el lobo estepario había estado soñando con su cara, con su abrigo de invierno de pelaje muy corto me miraba con severas expresiones faciales que me hacían sentir que me desgastaba, y su aliento me partía el pecho. Repentinamente desperté por el timbrar del teléfono. Ahogándome en mi asiento agarré el auricular con ambas manos, la voz de ella jugaba con mi corazón, es decir, con las alas de mi corazón, y poco a poco se filtraba en mi interior y me llenaba.

Me imaginaba su voz a través del auricular como una existencia sin edificios de concreto.

¡Abajo el capitalismo! ¡Abajo todos los regímenes del mundo! En mi mente ya no habría cabida para cualquier cosa, como solía hacerlo: ideas, asuntos políticos, guerras, luchas, combates, el materialismo; además de una habitación que me asfixiaba con su pedante olor a trabajo, apenas una reducida esquina con suficiente lugar para que cupiera mi colchón y yo pudiera virar mientras pensaba, tan solo, antes de dormir.

¡Vamos! ¡Sálvame, Hermann Hesse! ¿No has escrito sobre la pobreza y la miseria? ¿Acaso no te has ganado la simpatía de la gente con tus escritos? ¿Por qué nadie tenía piedad de mí? Era la misma vieja historia de siempre: ella era de una familia de renombre, y yo sólo era hijo de mi pobreza, de mi invalidez, de mi cuarto estrecho…

Y tal vez mi tatarabuelo pudo ser un extranjero. ¡Di cualquier cosa!, mi padre me mira sarcásticamente desde los bares, en espera de que me una a él.

Hermoso rostro de una viuda

Desde la mañana ella abre la puerta de su departamento, amorosamente toma las manos de los dos niños, mis ojos la miran con una mezcla de envidia y angustia, todo en ella es fascinante. Yo soy mujer y sin embargo me quedo confundida ante el vaivén de ese suave cuerpo y sus senos, ¡oh!, ambos se mueven en una excepcional cadencia, tentadoramente. No sé por qué son tan firmes, quizás porque usa sujetadores de buena calidad, los cuales atraen a los hombres.

Al final del día ella regresa a su departamento, mi corazón se acelera y los malvados pensamientos reverberan en mi cabeza, se cruzará con mi esposo en el camino, el borde de su pecho se rozará contra el cuerpo de él; escucho el tintinear de las llaves y los tacones de sus zapatos; mi corazón se estremece, abro la puerta imaginando que él la acerca a su pecho abrazando su estrecha cintura, su rostro cerca de su aliento. Sin embargo, ella me sorprende mirándola, parada con sus dos hijos, tratando de abrir la puerta de su departamento, con un atisbo de asombro en su rostro. Ella está desconcertada por mi proceder.

Yo entro angustiada, y pienso que ella ha de estar tramando cómo vengarse, lo sé por su mirada, por el brillo que siempre sale de su semblante, de su cuerpo, de sus labios y de sus pechos.

Pasan unos meses, su presencia en el edificio despierta el deseo de todos los hombres, pero especialmente los celos en las mujeres, quienes tienen un miedo oculto en su interior, con excepción del estudiante de secundaria que vive en el edificio adyacente: éste suele ​​seguir con la mirada a la mujer, en varias ocasiones yo observo que sus ojos se cruzan tan a menudo que no puede ser coincidencia. La ventana del joven permanece iluminada durante mucho tiempo; yo detrás de mi cortina tratando de pillarlos juntos, y es que tantas veces veo sombras de dos cuerpos desnudos abrazándose en esa habitación. ¡La maldigo a ella y a su ominosa venida a nuestro edificio! Le cuento a mi esposo mis sospechas sobre ellos, él no me cree, asegura que ese joven es de una familia conservadora, además su padre es una persona estricta, dura y violenta en el trato con sus hijos. Es imposible que se aventure a traer a una mujer a su habitación. Mi esposo me reprende por mi forma de actuar y mi suposición sobre la mujer y su joven amante, mis sospechas se propagan fuera de mi apartamento y mis vecinos comienzan a espiar por la ventana. Un mes después, el grupo de vecinas crece detrás de mi ventana, somos siete mujeres mirando hacia la ventana del joven, bebemos té, chismeamos, hablamos sobre cualquier cosa, de maridos, de solteronas y viudas bonitas que engatusan a los hombres. Observamos las ventanas, las caras cansadas después de un día agotador y aburrido.

Más adelante nuestros rumores se extienden por todo el edificio, también a otros edificios; la viuda empieza a evitar salir, porque cuando sale de su departamento las infames palabras la hieren como látigos, quemándole el cuerpo, la cara y los pechos.

En una noche de verano nos encontramos a nuestra vecina, la viuda de rostro hermoso, arrastrando a sus dos hijos, con una enorme equipaje negro en la mano, tratando de detener un taxi. Sube al vehículo mientras maldice en voz alta.

Posando mi cabeza en el respaldo, sorbo el café con nerviosismo y repentinamente veo la sombra de los dos cuerpos abrazándose.

Traducción del árabe de Hatem Saleh.

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