Recuerdos del gueto

Rodrigo Cortez

(Ciudad de México, 1968). El año pasado publicó la novela La duración del presente (Planeta).

(Fragmentos de apuntes hallados en un departamento abandonado, tras una orden judicial de desalojo, en la calle Uxmal, Colonia Narvarte).

…recuerdo bien la época cuando se estrenó Fiebre de sábado por la noche. A Isaac, mi chavo, le fascinaba Travolta. Nos gustaba bailar, bueno, a él más. A mí me gustaba bailar con él y comenzar a tocarlo. Bailábamos el tango-hustle con ímpetu, entrelazando los brazos y las piernas. Me costó algo de trabajo hasta que logré satisfacerlo porque siempre tuvo más sentido del ritmo y de la improvisación que yo. Tocar sus hombros y su cintura, sentir sus manos sobre mi cuerpo me hacía distraerme, tenía que esforzarme para seguir el ritmo. Pero lo hacía con gusto porque la mayoría de las veces terminábamos bailando en la cama. Entonces era él quien se esforzaba por complacerme. Llegó a saber cómo administrar las sensaciones. El sexo es algo que se siente en la piel: proximidad, contacto, calor, peso, textura de una piel sedosa, hidratada, o textura de una piel rasposa, cubierta de vellos. Tuvimos la suerte de experimentar muchas cosas…

…en aquellos años había que tener cuidado porque las redadas eran una práctica común. Uno oía historias aterradoras de güeyes a los que llevaban detenidos por un delito tan poco concreto como «faltas a la moral» y luego los violaban o los torturaban con total impunidad, pues, ¿quién se iba a meter con las autoridades?, o sea, había un ambiente de represión, como de dictadura, en lo referente al mundo gay. Teníamos nuestras diferencias y a veces discutíamos, aunque la primera vez que lo hicimos en serio, con encono, con un apasionamiento debido a ideas que parecían estar arraigadas profundamente en cada uno, fue cuando se organizó la primera Marcha del Orgullo. Isaac estaba entusiasmado con participar y se llevó una decepción cuando vio que no me iba a convencer de asistir. Tras la decepción, vino el coraje y el querer imponer su voluntad a la fuerza. ¿Habría sido diferente si la desavenencia fuera por apoyar a diferentes partidos políticos? Él fue a la marcha, de la que volvió medio herido por haber estado cerca de la represión policíaca. No le reproché nada ni él se disculpó en modo alguno: comprendimos que los dos habíamos actuado sin poses, por convicción, y tras la reconciliación vimos que lo que une a dos personas es esa autenticidad que supera las discrepancias…

…tanto secreto y tanta necesidad de ocultación acabó creando un mundo alternativo, una realidad subterránea que se movía no sólo de noche (porque cuando se habla de estas cosas se suelen asociar con la noche y los excesos), sino de día: con empleados, burócratas, profesores, choferes, en fin, con todo un puñado de hombres que resistían en el anonimato, en la fingida charla homófoba con los compañeros de trabajo, en los ostentosos piropos dirigidos a las mujeres y utilizados como camuflaje. El mundo alternativo estaba en los espacios que hoy la tradición consagra como los típicos puntos de reunión gay: baños, saunas, bares underground, aunque también en la cotidianidad: en la mesa de un restaurante, donde dos amigos, a la vista de todo el mundo, mantienen una conversación tan profunda que se olvidan de lo que pasa a su alrededor; en el festejo de un gol, que tiene la virtud de hermanar a los seguidores de un equipo; o en la camaradería engendrada por los vapores del alcohol, tras unas cuantas rondas que hacen que los sentimientos salgan a flote, las formas se relajen y la virilidad acepte caricias y hasta piropos al amigo del alma.

En ese entonces, uno estaba atento a los detalles, a las miradas, a las palabras de algún compañero de trabajo empleadas para comentar los sucesos que de cuando en cuando salían en el periódico, sucesos relacionados con ese mundo sórdido y esas personas de moral dudosa. Tal vez, tras su condena frontal hacia tales individuos, sobreviniera un comentario no benévolo, sino burlesco, que aligerara un poco la condena y distendiera el ánimo. En tal caso, se asomaría en nuestro compañero un doblez, un resquicio de condescendencia que uno podría tomar como la tregua que indicaría la comprensión y, ¿por qué no?, hasta la complicidad de uno de los nuestros: se trataría, entonces, de un invertido, un maricón forzado a declarar su condena por la necesidad de aparentar. En fin, detalles tan aparentemente intrascendentes como el color del forro de un cuaderno o el grabado de un separador de libros podían ser la señal, la promesa de un nuevo amigo, de un nuevo encuentro. Era doloroso y a la vez excitante. Fue así como contacté con Isaac: música disco, vinilos de los Bee Gees, camisas ceñidas y desabotonadas, el pretexto de querer aprender el baile de moda. Isaac, el hombre con el que ahora comparto mi vida y este departamento, con el que sigo siendo feliz y espero serlo a pesar de la amenaza de desalojo que nos cayó encima…

…pero si tuviera que escoger el momento en que me di cuenta de que tenía que vivir contigo fue cuando me tuviste confianza y te apoyaste en mí. Me hiciste sentir fuerte y capaz, y eso fue un impulso que te agradezco, porque entonces me decidí a…

…no fue por la Marcha, que en ese primer año fue una manifestación de protesta de unos cuantos centenares. Ese día, es cierto que varios de ellos terminaron arrestados y luego aparecieron golpeados sin que a nadie de los que se llegaron a enterar le preocupara demasiado. Lo que te pasó fue donde trabajabas, en una tienda de ropa en República de Chile. Tú y Sebastián, tu compañero, estaban por cerrar el local cuando llegaron cuatro jóvenes como ustedes, como tú, tan iguales a simple vista que si los viéramos junto a ti cualquiera pensaría que eran amigos, compañeros de escuela, vecinos. Pero en realidad estaban separados por el prejuicio, por el estigma que llevábamos a cuestas y que no siempre ocultábamos con éxito. Otros, que también cargaban con él, tenían en su favor su familia pudiente, la ropa cara, ese escudo que da la seguridad de contar con recursos para apañarse ante las adversidades. En cambio, nosotros, los de a pie, teníamos que redoblar esfuerzos y andar atentos para evitar confrontaciones. ¿Por qué esos cuatro pelafustanes te eligieron a ti y no a cualquier otro rarito de los que pagan con tarjeta de crédito en los bares de la Zona Rosa?

            Los amagaron antes de que bajaran la cortina. Ellos se encargaron de cerrar el local. A Sebastián, que opuso una débil resistencia, lo redujeron a un rincón. No tenían nada en su contra, aunque el cabecilla le espetó, por si acaso: «Porque tú no serás como él, ¿verdad?». A lo que respondió rotundamente que no. En efecto, no lo era; si lo hubiera sido, se habría salvado de la paliza, pero le habría quedado la humillación de saberse un cobarde que se niega a sí mismo con tal de salvarse y contemplar cómo a otro miembro de su comunidad lo doblegan —como te doblegaron—; lo golpean, le arrancan la camisa y lo laceran a cinturonazos.

Fueron las voces de aquellos hijos de puta —entregados a su placer salvaje— lo que atrajo la atención de un par de patrulleros que estaban en la esquina. Y ante la inminencia de la detención, escaparon por la puerta de empleados, así que cuando llegaron en tu auxilio, Sebastián les explicó que intentaron robarles y que, al oponer resistencia, te habías llevado la peor parte. Los policías, al principio, no dieron crédito a la versión de Santiago que, al haber salido ileso del trance, parecía ocultar algo. Sin embargo, avalaste su testimonio: ¿para qué decir los verdaderos motivos? Te arriesgabas, en el mejor de los casos, al desprecio y la burla de los uniformados, y en el peor, a ser víctima de una nueva serie de vejaciones. Te di la razón cuando me lo contaste, pero eso no evitó que yo tomara la revancha, la venganza o que hiciera justicia. Llámalo como quieras. No me arrepiento de lo que hice. ¿A quién le importamos? Ya sé que no estás de acuerdo, probablemente nunca lo estarás. De todos modos, no me arrepiento y creo que ahora que ya estamos definitivamente juntos me vas a…

…te encantaba bailar «Good Times»…

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