Poemas

Verónica López García

(Guadalajara, 1972). Es periodista cultural en prensa y radio. En Radio Universidad de Guadalajara es conductora del programa Polifónica.

Marea roja
Como un acto religioso, poso mis manos sobre su cabeza. Hundo mis dedos en el nido de sus cabellos. La mano avanza lento, la melena oscurecida por la sangre aún caliente no opone resistencia. Entonces se establece el contacto. El índice encuentra el venero. 

Ruido blanco
La ciudad ajena es blanca. Esa que se construye en las noches a golpe de calmantes y tacitas de té. Blancos los portales, las pesadas puertas, las cortinas y sus transparencias. Clara es la luz que se refleja en las calles, ríos de piedras. Blancas las figuras que la habitan, seres de nieve con enormes globos oculares. Blanca es la lluvia de pastillas que cae sobre mi cabeza insomne. 

Un rumor, como un aliento animal avanza mientras camino aquella ciudad. Al umbral de mi oído llega el ruido blanco que crece mientras avanzo, todas las frecuencias aumentan hasta blanquearlo todo, borran volúmenes y formas, no hay una sombra, sólo el color de la ceguera.


Ejército azul
Rodeada por agua pienso en la frase mar adentro.
En mis ojos sólo entra el color y en mi pecho
la sal que respiro. 

Una tropa ondulante me cerca. 
Me veo ceñida por listones azules
que degradan e intensifican sus tonos.

Acordonada por completo, cedo con docilidad
para que las fuerzas de aquel color siempre cambiante
me hundan, me inunden. 



Los colores de la voz
i
¿cuál fue el primer verso?
¿qué palabra provocó la idea?
¿cuál el adjetivo azul que destruyó el poema?


ii
Es el último número de una revista vieja.
Es la última frase de un relato inconcluso.
Es el pedazo de una página escrita en otra lengua.
Es el fondo del negro ataúd de los libros no leídos.


iii
camino sobre pedazos de palabras,
imagino, si pegadas a mis pies, esas piezas
completan el nombre que busco
pienso también en si quien va delante 
lleva en sus plantas la sílaba que a mí me falta

a cada paso las palabras agudizan sus esquinas
se me encajan filosas, 
su negra tinta oscurece el rojo de mi sangre 
con el que finalmente
escribo lo que ya no podré leer.


iv
Vi lo que no imaginé posible:
el canto de las aves.
La mañana helada convirtió en dibujos
de filigrana su aliento sonoro.
Todo era gris hasta que esos 
efímeros trazos se dejaron pintar
con los rayos solares.

Desde mi cama hasta las aves hay 
pocos metros, algunas ramas secas
y un enredo de cables. 

Mi alegría duró lo mismo que esos dibujos.
Hoy descubrí el color que poseen
las voces familiares. 


v
Me vi caminar sobre el tablero,
pequeña y temerosa avanzaba siguiendo 
las reglas. 

Desde arriba, alguien me miraba
y definía la estrategia para mover las otras piezas.

Yo repetía bajito la arenga que 
habría de recitar una vez rendida la pieza coronada.

Nunca pasó, desmayada abrí la boca 
y lo que de ella brotó enrojeció el blanco y negro. 
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