Ícaro recuerda
A. En este lugar
¿Habrá sido aquí alguna vez otoño?
Siete aves malas, flacas
de carnes como agujas de coser
abrochan el firmamento al asfalto
picoteando una última migaja de
luz.
En los árboles, contenida vibración
como de amor;
algunos de los grandes silencios del corazón
me han acaecido en forma de terribles estremecimientos
en este lugar.
B. Junio se va formando
¿Existirá un tiempo en el que los niños no
se vean abocados a hacerse adultos?
¿Un momento en el que la ciudad se vea libre de colapsar
como las estrellas bajo la bota de las tropas de la aurora?
¿Un instante?
Tengo más tiempo del que quiero.
Bloque de luz impelido
contra las murallas de la respiración
de las noches
de los días
asedio maravilloso del transcurrir de las eras.
Más de lo que parece, tengo.
En ocasiones, incluso ahora
ceguera bruñida de calles de
junio
un nombre que no volveré a pronunciar,
junio, junio,
el mundo entero resuena a junio
pulimento intrigante de alas de curruca
susurro obstinado de ardientes dientes de león
en otra ciudad
sollozante se abre el mar
lo mismo que conocí desde niño
un momento antes del día
una única probabilidad, echada de nuevo a perder
hasta ahogarse.
C. Salva
¿Me caí? Cual cobrizos grilletes el aire
resonó en un periplo
raudo amargo de crisantemos
abocados a su fin como
un primer coito
siempre inadecuado y vacilante
la carne más lenta que el sueño y más obstruida
que el cristal.
D. Añoranzas
¿Habré nacido demasiado tarde?
Era verano y algo se estremecía, cierta
lejanía emocionada y un tammuz
se anunciaba ya
en el movimiento de las estrellas al anochecer.
Esos
que yacen mirando hacia las vaguadas ya
se han acostado mirando
así
los rostros mudos y tensos
como sólo se le ocurre a un hijo
del crepúsculo.
E. Anatomía
En este lugar junio se va convirtiendo en una salva de añoranzas.
La ceguera de la infancia sustituye
la caída de la tarde.
Un diente inesperado, tardío,
en la cavidad bucal de Sderot.
Lo que es mío lo recojo y lo quiebro
como al calor
las aspas del ventilador.
Cuchillas de diminutos pájaros en la carne amoratada
del horizonte.
Lo que está destinado a cambiar no cambia;
azotea eterna. Mi madre con su mirada detenida. Una pérdida
que va hasta estos árboles, hasta este parque.
Lo que la luz erosiona suavemente es fijado aquí
con unos clavos duros, las calles no se
retiran. Atardecer. Mueren como
la hierba, como todos
los impulsivos y espesos brotes
del verano.
«Si supieras qué intrincado infierno me permite el aire
recorrer en un viaje
con regreso».
Lo sé pero estoy
menos por el deseo, menos
por la eternidad. Más por
la ignorancia, más por la ignorancia
de la falta de capacidad para perdonar.
Incluso ahora
cuando bajo el abrasado cielo
todo el que amé es todavía
un gran viento y con fuerza derruye aprisionado montes en los pulmones.
Respiro
despacio.
Dédalo habla
Yo tenía un hijo y todo yo era un cansancio
malo. Mi hijo fue un retazo de humo.
No sucede en casa, ni en el jardín, ni durante las comidas,
no pasa en las canchas, en la escuela,
en las fotos.
Se disemina por el mar.
Una tarde lejana calculó calles, invirtió
brújulas abalanzándose contra él
un camión de estrellas y abandono.
Yo tenía un hijo y ahora fábrica de
abril, cielo plomizo y pájaros maduros
para el plañido, aire calcinado en su florecer.
Todo eso
son los inútiles respiradores artificiales de la primavera.
Versiones del hebreo de Ana María Bejarano