Chez Pauline
Pauline abre su cofre y enumera
las propiedades del té.
La clienta vacila, Pauline
avanza y la envuelve
en su canción: té de vainilla,
canela, frutos del bosque;
té con arpegios de miel y de manzana.
Pauline enumera paisajes amables;
la clienta, cautiva,
se pierde en la marea
de aromas y colores.
Té negro con leves
toques cítricos,
té verde, té de hierbas,
té de extractos florales
que apaciguan,
té de jazmín y una suave
infusión de pomelo.
Pauline borda un jardín
con sus palabras.
Té de Ceilán con frutos secos,
té de anís e higos del Luberón.
(Sentado a mi mesa,
he bebido mi té
pero pago por lo oído).
Líricos urbanos
De ventanas y poco más vivimos los líricos urbanos.
Nada de cielos, rápidas aguas claras
o verde tierra extensa mecida por el viento.
Sólo turbios vecinos, cuerpos lejanos, brumosos cuartos revueltos.
Ciegos como peces de fondo que desconocen la luz,
así nosotros, los líricos urbanos,
no empleamos los ojos para ver sino solo como ventosas
para atrapar migas de una mesa,
lo fugaz, una apariencia, palabras inaudibles
que luego, con avidez, cargamos ventanas adentro
y roemos y hurgamos y volvemos a roer
para arrancarles algo, un jugo, un latido que, presumimos,
podrían salvarnos,
decir de nosotros eso que, de otro modo,
nos hundiría en lo mudo, en lo inasible, en lo cerrado.