Poemas

Paulo Caffo

Huánuco, Perú, 1987. Fue ganador del Premio Diario Ahora en 2016.

Días de verano
 
1

Odio  los  días  de  invierno.
Amo  la  lenta
caricia  del  verano:
risas,  besos,  pájaros.
Días  felices  que  siempre  duran  poco.
Las  penas  son  largas  como  los  inviernos,
las  alegrías  cortas
como  la  luz  de  las  flores
en  verano,  me  sonreías.
Alzo los ojos
hacia  el horizonte más cercano:
un pueblo lleno de fe, seres
limpios de miradas y de abrazos.
Todo nos tienta bajo el sol
porque nos creemos sin recelo, me advertías.
Venimos al mundo
con ojos de cal
con manos llenas de otras manos
que alimentan las noches.
Amo la lucidez del verano:
risas, besos, pájaros.

2

Se abre el día
como un fruto
ligero en mis labios, caprichoso
                        	        palpo su certeza,
aguardo sus horas inciertas, nunca
           con el mismo nombre, pero
siempre evocar al júbilo
liberarlo del desencanto.
Todavía se puede sentar bajo
la sombra de un árbol
y mirar hacia el valle de Huánuco
saboreando en soledad las frutas:
pacay, naranjas, duraznos.
Conversaciones matutinas,
el saludo cortés y amable.
El aroma de la mañana es mejor
si el café invade nuestra casa,
cantas como aquel pájaro.
Se abre el día
como una flor
fugaz ante tu canto, pero
eterno como el aroma, 
un pensamiento nos salva. 

Cuerpo

qué  hará  mi  cuerpo
a  dónde  irá  mi  cuerpo
qué  vestirá  mi  cuerpo
si  en  verano  o  invierno
desea  o  no  a  otro  cuerpo
 
no  suelo  preguntar
si  un  cuerpo  es  suficiente
para  todos  los  recuerdos

no  suelo  preguntar
qué  callará  mi  cuerpo
si  odia  o  ama  otro  cuerpo
si  la  herida  vencerá
el  límite  azul  de  todos  mis  cuerpos

Epístola a Fredy

Pienso en tu amistad y pienso en la esperanza como una luz que no quema, como un relámpago de risas, como un brindis fugaz de la infancia. Lo tuyo no es escribir, es latir en cada palabra. Tu don es fruto del trabajo, poeta de Cátac. Yo sé que la vida nos duele, que el lenguaje muchas veces no alcanza, que nunca basta la noche. Pienso en tu abrazo de hombre, de hermano, ahí donde la soledad es un fruto que abriga los corazones huérfanos de nostalgia. Tu poesía es una promesa de idiomas, el alfabeto de la noche, la antorcha en los ojos del mundo. Pienso en tu amistad y pienso en la música. Y si alguna vez, amigo mío, perdiera las palabras, ven y háblame desde el eléctrico celaje de Cátac. Si alguna vez no encontrase la Poesía, compañero del alma, compañero, tiéndeme tu mano y ven desde el país que nos hiere y nos ama.

Rimbaud en Barcelona

Besé el anochecer de la primavera. En mis manos se posó el alba y pronunció su nombre.

Todo se movía en las esquinas de la Rambla. El agua como antaño arropaba nuevas flores. Viajeros conquistando mapas y trazos borrados que otros desearon. Una promesa era el mar mediterráneo entre las sombras de sus bosques. Deambulé anunciando el canto migratorio de las aves, extranjeras como yo, no me miraron. Impaciente vino el frescor de la mañana hacia el día enloquecido de puro entendimiento.

Reconocí el antiguo secreto amurallado de su arquitectura, la alfarería de su ignota alegría. Me besó el azul pálido de sus ojos y peregrina en su mirada habitó el mundo fiero. Entonces me vestí con su geografía y agitando el génesis de las horas fundé archipiélagos como rito para iniciar la sospecha efímera de un rumbo.

Besé el anochecer de la primavera y desperté al cenit, entre aullidos de aves.

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