Poemas

Luisa Futoransky

(Buenos Aires, 1939). Su poemario más reciente es Humus… humus (Leviatán, 2020).

Su mejor perfil

Heredó la mano fértil y cultiva flores humildes
también se le dan felices las rosas, el tabaco ornamental
y el arbusto del jazmín.
Manos de hada, a veces

Bajo los nísperos

No es que me gusten ni que sean especialmente estéticos o tan siquiera fragantes.
Es un árbol frutal bien cualunque.
Es un lugarcito en un villorrio que hace mucho, insisto, que no existe.

Éramos una familia pobre y él no pedía nada. Se contentaba cada tanto con el agua jabonosa que quedaba tras lavar la ropa.
Estaba en su derecho de dar poco. Ni para un frasco de mermelada. ¿Dulce de níspero; dónde viste?
Sin embargo resistió y supo encontrar amparo bajo el alero
de mi desvencijado corazón.
Irse no piensa.

Que por mayo

y
a la mañana
surgidos
casi
de la nada
los castaños de indias
otra vez
en exuberante
floración

Extremo invierno

cielo tan oscuro
llovió a baldes
llueve a hilitos

tarde
para casi todo

Si el paraíso no existe
no pude haberlo perdido, ¿verdad que no?

desprolijo
mi corazón
a veces olvida la palabra lagartija
pero azulejos, flor de almendro (con su aroma)
no

en bastidores
retranscribo
pentagramas
sobre la intranquilidad
de los juncos que sin error
saben otoño inevitable
a merced de las crecidas
que primero los ahogan y luego los devoran

aurora y tulipanes
ropa tendida en el balcón
son esculturas singulares de lo más perecedero
mientras que poesía es miramiento, intimar
intimidad
y esmerilar, esmerilar

obcecados
contra la prisa a menudo sin ton ni son
tempestuosa
de la muerte

Marejadas santiaguinas

tal la zamba
la cordillera toda nevada
me acuesto
amanece
tan gris como la ciudad
gris desvencijado, insinuante
gris pacífico
pero la cordillera sigue allí

humilde ropa tendida en la ventana de uno que otro edificio
insisto en el color que destiñe, se cuela, impregna las paredes y las barbas 

un gris amenazador
brumoso de hace siglos
palmeras incomprensibles
de gran tronco y edad provecta
aclimatadas a la nieve, el granizo y el salitre

a Santiago
desde Haití
terremoto y miseria arrojaron
para todo servicio
cabezas
—que alguna vez fueron altivas—

cada tanto umbrales salpicados
de carpitas quechua
marcas, heridas modestas pero indelebles en el adoquín

el paso cae casi por azar
en londres 38 —sitio de tortura mayor
nombres, edades, en plaquitas de metal
por tierra, bajo mi paso
hasta cuánto puede soportar un pueblo la locura y la crueldad de manos
de parte de su propio pueblo, pregunto en clase
y me llega el abrazo de una muchacha, que viene de todas las nieblas y congojas
—es lo último que supimos de mi abuelo, pasó por allí

cuando amainó la marejada
de valparaíso tan colorido
volvió un sol que no se puede mirar de frente
que me digan por qué

Santiago, domingo de junio de 2017.

Comparte este texto: