Larvaria

Nicté Toxqui

(Orizaba, 1994). Uno de sus libros más recientes es Errata (Sangre Ediciones, 2017).

En lo primero que pienso es en los alfilerillos del tanque de la casa.
Son rojos. Se mueven como alambres por los que pasa la corriente.
No me queda claro el movimiento que van trazando en el agua,
oscilan y se mueven ondulatorios y no llegan a ninguna parte.
Yo meto la mano para intentar sacarlos a flote, sacarlos
para jugar con ellos en una cubeta de agua y observarlos detenida.
Mis intentos de salvar al otro están destinados a la negligencia.
No quiero eximirme, pero no sabía nada de larvas, no sabía nadar
o calcular la fuerza de mi propia mano, ni los peligros de la
aprensión.
Me parece que la muerte es tan funesta como un enorme alivio y da
una respiración húmeda que le va bien a la tierra mojada y sus aromas.
El tanque de mi casa se parece a una fuente a la cual le vierten cloro
para acabar con lo que intente hacer metamorfosis ahí dentro.
Los adultos pueden ser plagas cuando emergen en gran cantidad.
Hace poco tuve diez y siete años, tiempo suficiente para andar
con la piel descubierta, para ser devorada lentamente por los insectos.
Se me olvida que los alfilerillos pronto tomarán otra forma,
que yo tomaré otra forma junto con ellos. Tendré diecisiete años
para entonces y ellos serán mosquitos. Ambos tendremos tanta sed
que nos volveremos semiacuáticos, buscaremos la yerba alta, la maleza.
Hay lugares que cumplen esos requisitos y se sienten como casa
por más moribundo que pueda ser el ecosistema. Mi cuerpo
empezaba a percibir los mismos cambios con un presagio diferente.
Yo en ese entonces no tenía nada de vistosa. Quizá nada
de vistosa todavía.Sólo me crujía el esternón como queriendo
entender a las crisálidas, su pulsión para romperse. Dentro de mí
brillaba el rumor de las palas haciendo huecos en la tierra,
el movimiento de las raíces devolviendo lo vital hacia ellas mismas.
Yo quería sentir el sol que inoculaba el principio del verano.
Los ocotes se mecían de tan rojos, eran mi piel ardiendo
de las piernas a los hombros descubierta, siendo consumida
desde entonces. A los pensamientos marchitos les queda siempre
un hedor de agua permanente y tibia. Como si algo pudiera brotar
lancé un golpe de lluvia entre las rocas. Nada reverdece
en la dilatación de una fecha. Los alfilerillos perduraron junio
y sobrevivieron hasta septiembre. Su picadura me recuerda
al zumbido de una fiesta amarilla. Estaba en el panteón.
Fui a dejar flores nuevas. Hoy se parece tanto a ese día

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