Un hilo de cometa color ámbar

Luis Armenta Malpica

(Ciudad de México, 1961). Autor de varios títulos, entre ellos Enola Gay (Vaso Roto, 2019).

Con Carmen Villoro existe una hermandad que decidimos juntos, más allá de compartir esta ciudad o la poesía, amigos entrañables y la orfandad de padre en los años recientes. Ambos somos autores de Fili d’Aquilone, el sello editorial a cargo de Alessio Brandolini. Cometa o papalote, lo que flota en el aire. En Llámenme Ismael / Chiamatemi Ismaele, aparece el ámbar gris que se utiliza en el negocio de la perfumería de lujo. Es el oro esencial que fija los aceites en el cuerpo. Y de un hombre esencial habla el libro de Carmen: Liquidámbar / Liquidàmbar, traducido por Marco Benacci: ámbar (lo que flota en el mar, en lengua árabe) que nutre con sus hojas el sitio y la memoria del filósofo Luis Villoro. Un ámbar vegetal: humo, humus, humedad, humildad, humanidad; ramificaciones del lenguaje que van de la definición hasta la trascendencia.

En la literatura en castellano, unas primeras Coplas a la muerte de su padre son de Jorge Manrique (1440-1479). Un sermón de tono exhortativo, estilo expositivo y sentencioso que también es una elegía en tono calmo que lo aleja del planto, caracterizado por las expresiones de intenso pesar. Algo sobre la muerte del mayor Sabines, publicado en México en 1973, nos muestra la vigencia de las elegías a la ausencia de un ser querido y la capacidad con la que puede renovarse uno de los géneros más antiguos de la lírica. Las manifestaciones del dolor, tan mal vistas por los poetas jóvenes en los años recientes, requieren de la suprema capacidad expositiva de Jaime Sabines, José Carlos Becerra, Juan Gelman, Piedad Bonnet o Carmen Villoro: emoción sin artificios y sin grandilocuencias. El padre, la madre, un hermano, los hijos que llegan a faltar son un motivo frágil para escribir poemas. Sin el ámbar adecuado no se pueden fijar en las palabras ni la nostalgia, ni el amor, ni los reproches más tiernos de aquellos que nos dejan. No en vano el ámbar gris sale del intestino de los cachalotes. Se requiere de vísceras para consolidar en la poesía nuestras memorias. Sobre todo, si duelen.

Carmen Villoro, como escritora, sabe leer los intestinos de la forma en que lo hacían los arúspices. Pero no hay animal en sacrificio cuando se habla del padre y tampoco hay un rito que celebre su muerte. Así que Carmen empezó a recorrer las hojas del árbol dedicado a don Luis Villoro en Chiapas, a escuchar las voces de los búhos que también son un símbolo de la sabiduría, y recorrió los pasos del hombre desde su aparición en Etiopía. El resultado es éste: Liquidámbar, un libro que se habla al tú por tú con Manrique y Sabines, porque ese es el padre que florece en nosotros.

De larga trayectoria, muy bien reconocida (lo que no siempre ocurre con las poetas mujeres), el trabajo de Carmen se ha extendido a diversos registros: los elementos lúdicos, los juegos de palabras y los muchos enseres de una casa han encontrado espacio entre sus libros. De un Jugo de naranja a la Obra negra de una familia en construcción, todo en Carmen es verso. Pero había algo escondido (ese algo de Sabines) que había mostrado apenas como una Herida luz. Y desde allí partimos, Espiga antes del viento, para llegar al duelo. Sin resistencia alguna, Carmen y yo nos vimos durante casi un año, en uno de los procesos de edición más fascinantes que me han tocado en suerte. Con total humildad, Carmen se puso a abonar un nuevo árbol desde la primera hoja. Y cuando el «Manto de humo» se hacía «Miedo», Carmen se rescataba con unas «Gotas de ámbar» que son, también, la infancia hecha tercetos, esos libres haikús que son gotas de sangre en un tapete. Durante la pandemia de la covid-19, y esta «nueva realidad», hemos perdido amigos, familiares, vecinos y colegas. Lo que no se ha perdido ni debemos perder es la capacidad de encontrarnos en otros, de fijarnos en otros, de acompañar un cuerpo con el mejor aceite: la esperanza. De perfumar un cuerpo con lo más esencial: nuestra imaginación. De leer este mundo, sus desafíos y cambios, aferrados al hilo del cometa que tengamos a mano. Este libro quedará en nuestro cuerpo muchos años, acoplado en ese algo que siempre está vigente, porque está hecho con vísceras, con el ámbar de la mejor poesía y en las manos de mi hermana mayor

Liquidámbar, de Carmen Villoro, trad. de Marco Benacci, Edizioni Fili d’Aquilone, Roma, 2020.
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