Los cobradores
A mediodía tocaron a la puerta (resultado de un malentendido
con el ayuntamiento referente al pago del impuesto predial).
Entraron con pistolas, lanzando las facturas:
tantos metros cuadrados, dijeron,
tantas deudas acumuladas, los intereses.
Los retrasos. Vieron los libros en los libreros,
en el sofá, en la mesa. El más alto preguntó
si yo estudiaba un doctorado. No, respondí,
soy un poeta. Vio mi libro sobre la mesa,
lo abrió y leyó en voz alta: «El mundo se pela hacia atrás
como la piel de una serpiente gigante». Es bello, dijo, el mundo
se pela hacia atrás. De veras bello. Aceptaron
programar la deuda en partes iguales. De entre todos
los libros escogieron la línea de un poema y se fueron.
La comida
Como en cada Sabbat
nos reunimos. El timbre anuncia
a los que llegan. No hay
más amor aquí que en otras partes.
Cosas extrañas se dicen
a veces. Sobre la mesa
yacen dispuestos los cuchillos.
Lo que no se dice
se ha vuelto más afilado con los años.
Lo que el ojo no ha visto
lo rebanan ahora las miradas.
Los niños se sientan
en las sillas de los muertos.
El poema
Como un caracol
abandonado en la orilla,
no conserva más que una sospecha de aquello que sucede
en los abismos.
Pero, de vez en cuando,
alguien se agacha, lo recoge entre los granos
de arena, y mientras lo hace rodar entre sus dedos
abisma la mirada, y un pensamiento mudo
tiembla en él, por un instante
esquivando luego
todas las redes.
Versiones de Jorge Esquinca,
a partir de las versiones del hebreo al inglés de Vivian Eden («La comida») y del hebreo al francés de Rachel Uzan («Los cobradores») e Isabelle Dotan («El poema»)