Poemas / Adi  Assis

Sólo un poeta ciego
    
     sólo un poeta ciego
     podría comparar
     una rueda de la fortuna con un sol
    
     tras sumergir su pluma
     en la boca del lobo
     escribe en su diario:
    
     esta mañana decidí
     robarle fuego
     a los ojos de mi amada
    
     ella desde el umbral de la cocina
     me miró fijamente
     se fundieron mis alas
    
     tuve que conformarme con ensalada y omelette de nuevo
    
    
El árbol de la ciencia
    
     Bien
     Muy bien
     Qué bien
     Mejor que no se ponga
     Mejor de lo que está
     Aunque sí está mejor
     Mucho mejor que bien
     Y eso está un poco
     Un poco mal
     Porque ya es demasiado
     Sin embargo
     Todavía está bien
     Muy bien
     A pesar de lo malo
     Ya que el mal es difícil
     Difícilmente malo
     Pero malo
     Ni hablar
    
     Y no está bien
     Que esté mal
     Porque lo bueno ahora
     Lo es un poco menos
     Debido al mal
     Aunque no exista
     Punto de comparación
     Mucho mejor el bien
     El mal es menos
     Mucho menos
     Pero el mal
     Está mal
     Aunque mal
     Casi no haya
     No obstante hay un poco
     Luego el bien ya no es más
     Y lo malo es mayor
     Y es menos bueno
     Y de lo bueno poco
     Es más malo que nada
     Y lo que está más mal
     Resulta peor
     Estábamos mejor
     Cuando peor estábamos
    
    
Doné mi cuerpo a la oficina

    
     La oficina me espera. La oficina
     me abre los párpados y se pone feliz
     al descubrir que existo.
     La oficina se come mis uñas
     tensamente, esperando mi recuperación.
    
     La oficina utiliza un termómetro corriente
     para verificar a qué temperatura está el formol
     en que me baño.
    
     La oficina considera
     que, dadas mis estadísticas vitales,
     tanto físicas como de otra índole,
     puedo hacer mucho más.
     La oficina me exige
     que dé más.
    
     La oficina me coloca
     las nalgas
     en una silla tapizada y rota.
    
     La oficina me extiende
     los dedos a lo largo
     del teclado.
    
     La oficina me hace
     mirar
     de arriba abajo la pantalla de la computadora.
    
     La oficina dibuja un blanco en el periódico mural
     y estrella mi cabeza contra él.
     La oficina me exige que dé más.
    
     La oficina me pone un collarín
     para identificarme.
     Enrolla fajos de dinero
     en mi boca.
    
     La oficina me pone una cola de burro
     para que la menee con placer.
     La oficina me manda a casa.
    
     La oficina me exige que dé más.
    
    

 
     Versiones de Hernán Bravo Varela,
     a partir de las versiones del hebreo al inglés de Marco Sermoneta
 

 

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