Oro para tontos, saber para cuerdos / Rafael Topete Mejía

Preparatoria 13

En un batiscafo ruso, un joven judío llamado Yen Kin vio algo raro en el fondo del océano, en el sur de Groenlandia. Era una estructura como tallada por el hombre.
    La presión dentro de la embarcación había sido extrema, así que se descompuso sin que nadie lo notara, poniendo en riesgo la vida de las cuatro personas a bordo. El filtro del oxígeno se había averiado, provocando que todos se desmayaran, excepto Yen Kin, quien reparó la avería y, mientras todos dormían, tomó el control de la nave submarina y se aproximó a la construcción. Condujo la nave por un agujero lo suficientemente grande y se dio cuenta de que había allí una cavidad de aire seguida por un túnel de roca. Salió de la nave una vez que confirmó que todos estaban bien. Avanzó por delante del túnel de roca, hasta llegar a una gran sala con estilo de arquitectura antigua. Yen Kin, quien era historiador, detectó la importancia de la arquitectura, supo que tenía un estilo muy particular pero de ninguna cultura en especial. Después vio una sala sin forma alguna, con oro hasta donde alcanzaba la vista. Tomó muestras pequeñas que le cupieran en el bolsillo de su pantalón y salió de aquella sala por una puerta que abrió de un puntapié. Había un enorme libro escrito, según él, en maya y logró decodificar algunos signos. Estaba hecho de pieles de animales y pintado con pigmentos nuevos para el historiador. Lo cogió y ya en la gran sala encontró a sus compañeros. No se veían contentos y el jefe de la tripulación lo interpeló: –¡Eh, tío!, ¿pero qué coños haces aquí? No tenías autorización  para nada de estas chingaderas, te consignaré con las autoridades –le habló muy descontento, pero al ver el cuarto con tantísimo oro se olvidó de todo y él y los demás comenzaron a tomarlo. En eso se activaron las trampas y mataron a dos de los tripulantes. El jefe fue ágil, pudo librarse, pero enfurecido sacó una pistola y disparó a Yen Kin, hiriéndolo en un hombro. No fue nada de gravedad y él pudo correr hasta el batiscafo. Por la resonancia del arma se derrumbó la cueva, aplastando al jefe.
    Yen Kin descubrió que el libro era la historia de la Atlántida, gracias a él la descubrieron bajo el mar. Yen Kin obtuvo reconocimiento y riqueza para seguir investigando.

 

 

Comparte este texto: