Nicole / Marlenne González Quezada

Preparatoria 13

Una familia acampaba en el bosque. La mamá había mandado a los dos niños a recoger un poco de leña para la fogata.
            —No se vayan a alejar mucho del campamento —les advirtió, un poco nerviosa por dejarlos ir solos; pero su esposo tenía razón, debía confiar en ellos un poco más.
            Los dos pequeños eran unos gemelos traviesos y, a pesar de ser tan idénticos por fuera, por dentro no se parecían mucho. La niña, mayor por unos minutos, le temía a todo, a diferencia del niño, quien no se asustaba con nada.
            Cuando se encontraban buscando la leña, la pequeña empezó a sentir tanto  miedo que no se dio cuenta de que se alejaba del campamento, y de repente ya no vio más a su hermano. Los pelos se le erizaron, odiaba estar sola, y lo único que se le ocurrió fue correr en la dirección que cría que encontraría a su hermano. Nunca había sido buena corredora, más bien era algo torpe, así que daba tres o cuatro pasos y se caía… Cuando cayó por tercera vez, alguien le ayudó a levantarse.
            —¿Te encuentras bien?  —el señor aparentaba unos treinta años y tenía una mirada amable y una sonrisa perfecta.
            —Sí —contestó la niña mientras miraba su cuerpo para ver si se había lastimado. Por alguna razón todo el miedo y la desesperación que había sentido unos instantes atrás desaparecieron.
            —¿Estás perdida?
            Esta vez la niña sólo movió su cabeza de arriba a abajo, el miedo y la desesperación volvieron a ella.
            —No te preocupes, te ayudaré a encontrar a tu familia —le dijo el señor mientras le limpiaba las lágrimas que empezaban a asomarse por sus ojos.
            — ¿Cómo te llamas?
            — Nicole.
            — Tienes un bonito nombre.
            Los dos caminaron un rato por el bosque hasta llegar a una pequeña cabaña.
            —¿Dónde estamos? —preguntó Nicole.
            —Ésta es mi casa, de aquí le hablarás por teléfono a tu mami para que venga por ti, ¿de acuerdo?
            —Sí.
            Nicole estaba feliz al lado del hombre y no sabía por qué. La cabaña era muy bonita por dentro.
            —¿Cómo te llamas? —Nicole le preguntó mientras él la invitaba a sentarse.
            —Damián —contestó con una sonrisa mientras sentaba a la niña en una silla.
            — ¿Tienes sed?
            — Sí.
            Damián se dirigió a la cocina para traerle algo de tomar y desde ahí le preguntó si se sabía el número de su mamá.
            — Sí —respondió la niña enseguida.
            —¿Cuál es?
            — 33 98-65-70-43
            — Okay.
             El señor volvió con una jarra de limonada y dos vasos, llenó éstos y le invitó uno a Nicole.
            —¿Quieres dormir?, te ves muy cansada.
            — No, gracias.
            — De acuerdo, espera aquí un poco, iré a llamarle a tu mamá.
            Tomó los vasos y la jarra para llevarlos a la cocina. Después de haberlos dejado en el fregadero, entró a la habitación que estaba del otro lado de donde se encontraba Nicole.
           
Los padres de Nicole estaban muy preocupados al ver que sólo su hijo había regresado.
            —¿Dónde está tu hermana? —le preguntó el padre al niño.
            —No lo sé —respondió confundido.
            —Iré a buscarla —los interrumpió la mamá, quien también tenía miedo al bosque pero debía hace algo, su pequeña hija estaba perdida, así que se adentró en él.

Damián se tardaba mucho en aquella habitación y a Nicole le entró curiosidad, se acercó lentamente y abrió la puerta. El cuarto estaba vacío, tan sólo había un escritorio, algunas fotos colgadas en la pared y una puerta que daba al bosque. A la niña le daba miedo estar sola en aquel lugar, así que se asomó por la puerta creyendo que tal vez Damián estaría afuera hablando por teléfono al celular de su madre.
            El miedo volvió a invadirla cuando no vio a nadie fuera de la cabaña. Un sonido dentro hizo que Nicole corriera hacia el bosque, esta vez no tropezó tanto, a cada paso que daba los árboles se separaban más y más entre sí, abriendo un camino por donde pudiera pasar. Cuando la niña se dio cuenta, disminuyó la velocidad, todo eso le parecía muy extraño y le asustaba. Al final del sendero se veía un brillo deslumbrante. La niña, llena de curiosidad, cruzó la cortina de luz, donde encontró a unas hermosas mujeres bailando alrededor de una gran flor.
            La música se detuvo inmediatamente, las mujeres dejaron de bailar y empezaron a acercarse a la pequeña Nicole.
            —¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? ¿Cómo llegaste? ¿De dónde vienes?… — todas empezaron a preguntar al mismo tiempo.
            La cabeza de Nicole comenzó a dar vueltas, estaba demasiado confundida, veía doble, y cayó al piso desmayada.
            Despertó en una cama llena de almohadas de diferentes colores y tamaños. Al lado de ella estaba una de las mujeres que había encontrado bailando. Era realmente hermosa, tenía el cabello largo y negro, lo cual hacía resaltar el azul de sus ojos.
            —Por fin despertaste —dijo al ver a la niña abrir los ojos—. ¿Te sientes mejor? —le preguntó mientras le ayudaba a levantarse.
            —Sí —le contestó, a la vez que miraba la habitación.
            —¿Cómo te llamas?
            —Nicole.
            —Es un nombre muy extraño, jamás lo había escuchado —hizo una pausa para ponerse de pie—. Nos diste un gran susto, por un momento creímos que habías fallecido. Yo me llamo Fesile, pero puedes llamarme Fes —la mujer la veía con mucha curiosidad, tanta que Nicole empezaba a sentirse incómoda por su mirada.
            —¿No eres una ninfa, verdad?
            —No —a Nicole se le hizo muy extraña la pregunta.
            —Lo sabía —dijo, contenta por tener la razón—. Pero, ¿si no eres una ninfa, qué eres?
            —Una niña —esa respuesta fue la única que se le ocurrió a Nicole.
            —Supongo que es demasiado obvio. Pero bueno, ¿cómo es que una niña llegó hasta aquí?
            —No lo sé —Nicole empezó a llorar, quería regresar a su casa, quería estar con su mamá, su papá y su hermano.
            —¿Qué pasó? —preguntó extrañada al ver a la niña llorar.
            —¡Quiero a mi mami! —gritó entre llantos.
            —Ya no llores —intentó consolarla, sin éxito alguno—. Ya sé, ven conmigo —le dijo, extendiéndole una mano. Nicole la tomó y salieron de la habitación.
            La casa de Fesile constaba de un solo cuarto dentro de una selva donde nunca paraba de llover. Al final de aquel lugar se encontraba el pequeño claro en el que Nicole había aparecido unos días antes. Pero, a diferencia de ese día, esta vez estaba vacío; sin embargo, bastó con que Fes tocara unas notas con su flauta para que se volviera a llenar de hermosas ninfas.
            —Oigan, tengo que decirles algo —dijo Fes en un intento por hacer que le hicieran caso.
            —Silencio —pidió la más bonita de todas, y mágicamente las demás se callaron—. Fesile nos ha llamado por una razón, así que les agradecería que pusieran atención unos segundos —dijo, cediéndole la palabra a Fes.
            —¿Recuerdan a la niña que apareció hace unos días y creímos que estaba muerta?
            —¡Sí! —contestaron todas en coro.
            —Bueno, resulta que está viva —les informó la ninfa mientras daba un paso a un lado para que pudieran ver a Nicole, quien se escondía detrás de ella.
            —Hola, pequeña, yo me llamo Alseide. ¿Y tú? —la más bella de las ninfas esta vez se dirigía a la niña.
            —Nicole.
            —¿Por qué llorabas? —le preguntó, al notar sus ojos hinchados y rojos.
            —Porque quiere regresar con su mamá —Fesile tuvo que responder en su lugar porque la pobre se había soltado a llorar otra vez.
            —No llores, niña —la ninfa más alta de todas, de tez morena y ojos verdes, trató de consolarla—. Mi nombre es Balanos. No sé cómo puedes regresar a tu casa, pero si quieres yo puedo ser tu nueva madre —le ofreció a la niña, quien sólo se puso a llorar más fuerte.
            —¡Mira lo que hiciste! Ahora está llorando más fuerte —le reclamó una pelirroja—. Nena, no llores. Yo soy Hesperis, te prometo que te ayudaré a regresar — sus palabras la ayudaron a tranquilizarse un poco.
            —Pero ¿qué podemos hacer? —preguntó Balanos, y todas voltearon a ver a Alseide.
            —No lo sé.
            —Tengo una idea —todas miraron a la rubia, no era muy de ella querer ayudar a extraños.
            — Dinos, Auloniade, ¿cuál es tu idea? —Alseide le dio la palabra.
            — Si de verdad desea regresar a casa, quizá Naida pueda llevarla de vuelta.
            —Tienes razón —afirmó Hesperis, y luego se dirigió a Nicole—: ¿Deseas con todo tu corazón regresar a casa?
            —Sí —respondió, feliz porque por fin podría regresar.
            —Bueno, entonces Auloniade te llevará a través de su campo hasta las cuevas de Antriades; de ahí caminarás tú sola hasta el mar de Naida.
            El hecho de pasar sola por unas cuevas la aterrorizaba, pero quería regresar con su mamá sin importar lo que le costara.
            Damián vio salir corriendo a Nicole desde la azotea de la cabaña, a donde se había subido para que su celular tuviera recepción y así poder llamar a la madre de la niña.
            Bajó lo más rápido que pudo e intentó alcanzarla, pero ya era demasiado tarde. La buscó todo el día hasta que empezó a oscurecer, entonces regresó a su cabaña e intentó volver a llamar a la mamá de Nicole. La madre, quien había desistido también de su búsqueda más a fuerzas que por voluntad propia, alcanzó a oír el timbre de su teléfono. Ella, Damián y los guardabosques se pusieron de acuerdo para empezar una búsqueda de rescate y encontrar a la niña lo antes posible.
            Buscaron durante tres días y no pudieron encontrar a Nicole. Los guardabosques se habían dado por vencidos y la madre culpaba a Damián de la desaparición de la niña, para quitarse un poco el remordimiento que no la dejaba dormir por las noches.

Auloniade acompañó a Nicole a través de sus campos dorados como su cabello. A cada paso que daban, Nicole se ponía más y más nerviosa al ver que las montañas se levantaban en el horizonte, oscuras e imponentes. El mundo maravilloso de música y ninfas se desvanecía a su espalda junto con el sol. A los pies de la montaña se abría una enorme cueva.
            Auloniade le advirtió a Nicole antes de desaparecer con el viento:
            —Del otro lado de la montaña se encuentran los mares de Naida, ella está el hada que te cumplirá tu deseo, pero la única forma de cruzar la montaña es a través de la cueva de Antriades; procura ir lo más silenciosamente para evitar despertarla, a pesar de ser una ninfa tiene muy mal humor al levantarse y no sé de lo que sería capaz si te ve en su propiedad. Yo te acompañaría, pero si salgo de mis campos moriré.
            Nicole estaba más asustada que nunca, las piernas le temblaban y tenía ganas de salir gritando. Entró de puntitas a la cueva, que estaba completamente oscura, no podía ver nada, así que tropezó con una roca, cayó al piso y se mordió la lengua para no gritar por el dolor de sus rodillas sangrantes. El ruido de la caída no fue suficiente para despertar a la ninfa que vivía ahí, pero sí bastó para despertar a los murciélagos dormidos. Nicole se tiró al suelo, le aterraban, pero se contuvo para no gritar, y sólo hasta que se fueron todos los animales pudo juntar el valor para seguir su travesía por ese lugar húmedo y tenebroso. Se levantó lentamente y comenzó a caminar, la cueva se empezó a hacer cada vez más pequeña y comenzaron a aparecer telarañas por todos lados. Cuando se paró para quitarse las telarañas de encima, sintió algo pasar entre sus piernas, entonces no lo resistió más y gritó con todas sus fuerzas.
            —¿Quién eres tú? —una voz tenue la llamaba detrás de ella—. ¿Qué haces aquí?             
            La voz se hacía más fuerte cada vez y Nicole corrió lo más rápido que pudo.
            —¿A dónde crees que vas? —la voz sonaba furiosa. La niña, asustada, no se fijó y chocó contra la pared de la cueva. No había salida—. ¡Te atrapé! —gritó la ninfa victoriosa al verla acorralada.
            Nicole empezó a pedir auxilio y a pegarle a la pared. Quería salir de ahí, estaba tan cerca del mar que podía escucharlo, podía olerlo. Antriades caminó lentamente hacía la niña y, cuando extendió la mano para tomarla del cabello, ya era demasiado tarde, la pared se venció y arrojó a la niña al mar.
            —Te juro que algún día te atraparé, mocosa— le gritó enojada, pero Nicole ya no podía escucharla, ella y la pared se hundían en el mar.
            Nicole no sabía nadar y empezó a quedarse sin aire hasta perder la conciencia. Naida, quien la había visto caer, la rescató y la llevó hasta su casa. La niña despertó en las piernas de una hermosa hada.
            —¿Qué hace aquí una niña tan pequeña como tú?
            Nicole empezó a llorar.
            —Quiero ir a casa —le dijo al hada—. Las ninfas me dijeron que tú me llevarías a casa.
            —Calma, lo haré, pero primero debes dejar de llorar —Naida le secó las lágrimas y la condujo hasta un pequeño charco en la esquina de la habitación—. Ahora sólo tienes que ver a través del agua y buscar en ella lo que deseas.
            Nicole vio en el agua su rostro, tras él a su madre y la pequeña cabaña de Damián. Algo enturbió el agua, la imagen se hizo borrosa y la niña se acercó para ver mejor, entonces una mano salió del agua, la tomó de la cara y la arrastró dentro del charco. Naida sólo comenzó a reír.
           
Algo le decía a Damián que tenía que hacer un último intento por encontrar una pista de la niña desaparecida; fue a la parte trasera de la cabaña y ahí la encontró tirada en el piso, inconsciente. Llamó a los guardabosques para que trajeran una ambulancia. La niña estuvo varias semanas en coma. Cuando despertó, no recordaba nada ni de antes ni después de haberse perdido en el bosque. Los doctores llegaron a la conclusión de que su cerebro se había borrado por algún trauma que vivió en el bosque; su familia, a la que no reconocía, debía enseñarle todo de nuevo, desde cuál era su nombre hasta el color del cielo.

 

 

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