Moya Cannon

 

Caballo de Vogelherd, 30 000 a. C.

 

Parecería que el arte nace como un potro
que de inmediato puede caminar.
John Berger

El caballo mide la mitad
de mi dedo meñique;
tallado en marfil de mamut,
le han roto las patas,
tres donde comienzan,
la cuarta por encima de la rodilla,
pero su cuello, arqueado como el de un Lipizzaner,
sus narices abiertas,
están tensos de vida.

El artista o chamán que lo talló
como tótem, adorno o juguete
difícilmente pudo haber previsto
que los caballos crecerían
que se les pondrían bridas, monturas,
que de todas las manadas de mamuts,
amos de las claras estepas,
ningún animal sobreviviría,
que las estepas se reducirían,
que, en las superpuestas montañas hacia el Sur,
los ríos alterarían su curso

pero que este caballo seguiría galopando
a través de diez mil años de hielo,
que vería las muertes, las mutaciones de las especies,
que vería florecer a una especie,
homo faber, el hacedor,
que lo ha hecho,
o, que, empleando un cuchillo de piedra o hueso,
lo ha hecho surgir del colmillo del mamut,
lo ha pulido con arena,
tomándose su tiempo con los belfos, el fino hocico,
y lo ha puesto sobre el piso irregular
de la cueva Hohle Fels
para que cabalgue un momento.

 

Olvidar los tulipanes

Hoy, en la terraza, señala con su bastón y pregunta:
«¿Cómo llamas a esas flores?».
De vacaciones, en Dublín, en los años sesenta
compró los cinco bulbos originales por una libra.
Los plantó y los fertilizó durante treinta y cinco años.
Los hizo crecer, los dividió,
los almacenó en el galpón sobre alambres tejidos
listos para plantar en hilera,
corolas rojo y amarillo intenso:

tesoro transportado en galeones
desde Turquía a Ámsterdam, tres siglos antes.
Ahora en abril se balancean con un viento de Donegal,
encima de las delgadas hojas de los adormecidos crisantemos.

Un hombre que cavó surcos derechos y que recogió negras plantas
[de grosellas,
que enseñó a hileras de niños las partes de la oración,
tiempos y declinaciones
debajo de un mapamundi de tela cuarteada;
al que le encantaba enseñar la historia
de Marco Polo y de sus tíos que, desalineados,
volvían a casa al cabo de diez años de viaje,
tajeando entonces el forro de sus abrigos
para dejar caer los rubíes traídos de Catay;

ahora, perdiendo primero los sustantivos,
está de pie junto a su cantero de flores y pregunta:
«¿Cómo llamas a esas flores?».

Versiones de Jorge Fondebrider

 

Vogelherd Horse, 30 000 b.C.

Art, it would seem, is born like a foal
that can walk straight away.
John Berger

The horse is half the length / of my little finger– / cut from mammoth ivory / its legs have been snapped off, / three at the haunch, / the fourth above the knee / but its neck, arched as a Lipizzaner’s, / its flared nostrils, / are taut with life. // The artist or shaman who carved it /as totem, ornament or toy / could hardly have envisioned / that horses would grow tall / would be bridled, saddled, / that of all the herds of mammoths, / lords of the blonde steppes, / not one animal would survive, / that the steppes would dwindle, / that, in the stacked mountains to the south, / rivers would alter course // but that this horse would gallop on / across ten thousand years of ice, / would see the deaths, the mutations of species / would observe the burgeoning of one species, / homo faber, the maker, / who had made him, / or, who, using a stone or bone knife, / had sprung him from the mammoth’s tusk, / had buffed him with sand, / taking time with the full cheeks, the fine chin, / and had set him down on the uneven floor / of the Hohle Fels cave / to ride time out.

Forgetting Tulips
Today, on the terrace, he points with his walking-stick and asks / «What do you call those flowers?» / On holiday in Dublin in the sixties / he bought the original five bulbs for one pound. / He planted and manured them for thirty-five years. / He lifted them, divided them, / stored them on chicken wire in the shed, / ready for planting in a straight row, / high red and yellow cups– // treasure transported in galleons / from Turkey to Amsterdam, three centuries earlier. / In April they sway now, in a Donegal wind, / above the slim leaves of sleeping carnations. // A man who dug straight drills and picked blackcurrants, / who taught rows of children parts of speech, / tenses and declensions / under a cracked canvas map of the world– / who loved to teach the story / of Marco Polo and his uncles arriving home, / bedraggled after ten years journeying, / then slashing the linings of their coats / to spill out rubies from Cathay– // today, losing the nouns first, / he stands by his flower bed and asks / «What do you call those flowers?».

 

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Moya Cannon
(1956) nació en Dunfanaghy, Condado de Donegal. Desde hace años vive en la ciudad de Galway. Sus libros publicados a la fecha son Oar (Dublín, Salmon, 1990), que le valió el Premio Brendan Behan al mejor primer libro, y The Parchment Boat (Loughcrew, 1997). Considerada una de las más importantes poetas de su generación, los presentes poemas pertenecen a Carrying the Songs (Manchester, Carcanet Press, 2007), su último libro publicado.

 

 

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