Miguel Capistrán (1939-2012) / Sergio Téllez-Pon

Miguel Capistrán nació en Córdoba, Veracruz, y murió la noche del pasado 25 de septiembre en la Ciudad de México. Tenía apenas tres años cuando Jorge Cuesta se suicidó, y no sabía cuánto lo iban a apasionar la vida y la obra de su paisano, pero también las vidas y las obras de todos los integrantes de esa generación.
Veracruzano de corazón, Capistrán siempre reivindicaba las genealogías jarochas de personajes ilustres: Carlos Fuentes es veracruzano, por ejemplo, «porque su papá era veracruzano, así que él prácticamente lo es; también José Emilio Pacheco, pues parte de su familia, en la que hubo un compositor de boleros, es de allá», decía con orgullo. Además, participaba entusiastamente en las actividades de los veracruzanos avecindados en el df.
     Muchas de las veces que nos veíamos para tomar café y platicar, Capistrán llegaba invariablemente con un sobre de papeles bajo el brazo, y en algún momento de la plática desvelaba su más reciente hallazgo literario: un inédito de alguien, un texto no recogido o no conocido de alguien más… Por eso, su maestro Salvador Novo llegó a sorprenderse de que supiera más de su obra que él mismo.
     Antes de que la muerte lo tomara por sorpresa, Capistrán tenía muchos planes: en primer lugar, pronunciar su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, que tanto le entusiasmaba. Ahora que finalmente había ingresado al Sistema Nacional de Creadores de Arte, quería dedicarse a escribir la biografía novelada de Cuesta. Participaría en un coloquio sobre Gabriel Zaid. Y, juntos, terminaríamos una nueva edición de las obras de Xavier Villaurrutia.
     Es muy triste saber que tu amigo ya no llamará más, que cuando le llames ya no estará del otro lado del teléfono para platicar de todo: las noticias del día, la película tal, la exposición, la obra de teatro, la revista, que si Fulanito, que si Zutanito… Porque Capistrán todo lo sabía, todo lo quería saber, su curiosidad no tenía límites, y por eso sus pláticas eran interminables. «Por algo, algo te llamaba…», decía invariablemente después de repasar todos esos temas. «Acuérdese y me vuelve a llamar, no voy a salir», le contestaba yo.
En estos casos nos gusta pensar que se fue a seguir sus conversaciones, en su caso, con su maestro Novo, con don José (como cariñosamente llamaba a Gorostiza), con Jaime Torres Bodet, con su venerado Borges, con Antonio Alatorre, con el mismo Fuentes, que se le adelantó hace unos meses; a iniciar otras con quienes no conoció, como su paisano Cuesta, sus queridos Villaurrutia y Gilberto Owen. Adiós, Miguel; adiós, maestro.

 

 

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