Lanzar una moneda en primavera

Cindy Hatch

(Zapopan, 1997). Autora de Citerón: crónica del grito de la liebre (Cultura Jalisco, 2022).

Todas las decisiones que tomo son tajantes

Daniel Saldaña París

La ciudad es ahora tan grande que reina en ella el azar

Inger Christensen

Me declaro culpable de elegir mediante la moneda. Águila o sol. El sol cayó cuatro veces. No había duda. El azar habría elegido por mí si yo lo dejara. Sin embargo, el azar y yo tenemos pocas oportunidades de encontrarnos en la misma acera. Antes de la primera caída, incluso mientras la veo en el aire, ya tengo mi respuesta. La moneda me otorga mi lugar en la ficción.

Salgo a la calle, miro los semáforos. Entiendo. Lo sé porque seguramente alguien me lo explicó, pero cómo distinguir la intuición del saber mecanizado. ¿Ya venía yo así? Poco tiempo después de nacer, el verde es verde y el rojo, rojo. Verde: avanza. Rojo: detente.

Después, las primaveras explotando por toda la calle y en las avenidas en ese amarillo obsceno muy Klimt. A propósito, ¿sabías que el autor de El beso recibió póstumamente catorce  demandas por pensión alimenticia? ¿Nos importaría que un individuo reciba catorce demandas por pensión alimenticia si su apellido no fuese Klimt? Estoy de acuerdo con John Stuart, el éxito pone de relieve defectos y debilidades que el fracaso hubiera ocultado a la observación.

Pero, la moneda: lo que hago yo es lanzarla. Antes de caer, ya sé la respuesta. Si cae del lado opuesto a mi deseo, me decepciono. Así, confirmo y sigo mi primera intuición. Le resto al azar la carga de elegir por mí. Detengo el acontecer. Evito su futuro de moneda desgastada por su paseo de mano en mano. De cualquier forma, ¿qué oportunidad tendría un águila contra el sol?

Veamos: el sol es la fuente de vida, pero se está consumiendo a sí mismo. Así la vida, así yo. Y dejaremos de serlo. Yo consumida cuando la muerte, consumida ante mi propia vida. Ante las decisiones que, aunque me gustaría, no puedo dejar al azar. Y créeme, ya me he imaginado libre de todo. Por su parte, el águila. El ave de los mitos y las presas. Consumidora terciaria. El ave que lleva ratas en las garras y varias patrias a cuestas, que para el caso es lo mismo. Ya se librará el águila al acontecer su muerte ícara. Al luchar contra el sol.

Y así continuará la ficción. Sigue el lenguaje, los colores del semáforo, el amarillo de las primaveras. Sin embargo, la moneda tiene dos caras: todas y todos seguiremos fracasando. O bien, seremos espectáculos de defectos y debilidades.

A fin de cuentas, el sol nunca deja de caer.

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