El limo de Tique. Sobre «Herida sin cicatriz» de Abraham Arroyo

Luis Jorge Aguilera

(Guadalajara, 1989). Su publicación más reciente es Por eso me amabas… del amor humano y el amor místico (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2020).

Pocas fuerzas han conseguido en la religión olímpica mantener un desafío sostenido contra el orden rector de Zeus. De la triforme Moira krataia, Átropos «la inevitable» aparece como la más vieja, la de menor estatura pero también la más poderosa. La vida humana entera, sus procesos, está intervenida por los planes de estas implacables hilanderas ante las que el padre de los dioses poca agencia reserva.[1] Designio de Zeus o ineluctabilidad a las Moiras, el destino abarca la totalidad de la experiencia humana griega. Es la fatalidad de los hados, el profundo viento que insufla la voz sibilina del coro trágico. Todo parece estar escrito, o mejor, todo parece estar cantado. La destrucción de Troya es irreversible.

Con una excepción.

Tique, la oceánide cuyo nombre significa «que puede ocurrir» o «azar, deidad esta de la que no se cuenta ninguna historia particular, pero cuyo poder era comparablemente más fuerte que el orden de Zeus» (Kerényi, 2021: 72). El enigmático silencio heleno que envuelve a Tique la ha entregado en sus guirnaldas tinieblas a la praxis artística del siglo xx. Este azar en ejercicio deliberado encuentra un lugar en el discurso artístico del siempre imprevisible Marcel Duchamp a partir de su Troi stoppages étalon (1913). Las oblaciones duchampianas en la materia y las de Mallarmé en la lengua agradaron tanto a Tique que benévola ha extendido su rección al siglo xxi.

Creo en el azar todopoderoso, en las cosas 
que pasan por ninguna razón, a santo y seña

(Díaz Castelo, 2021: 14)

El vasallaje a las configuraciones procesales y finales de la materia ha encontrado expresión en la Herida sin cicatriz, 2022, de Abraham Arroyo, expuesta en Casa Mucha, galería de la ciudad de Guadalajara. Este descenso inmersivo al interior es una invitación a transitar, reconstruir y evolucionar a través de las heridas del alma. Diez piezas que van de la figuratividad a un ensayo de abstraccionismo, en momentos de corte brutalista, han quedado materializadas en arcilla y un poco de madera. Cosas divinas, Gallo, Sur-sur, Volver a casa, Xitlala, Rosario, Pienso-pienso, Todo está bien, Hoy como ayer y Brasero confeccionan el diálogo interior en sus búsquedas y su rendición final a la materia.

A Abraham Arroyo le es revelado un mensaje de unidad en la línea de la piedad cósmica en Cosas divinas. Hay una plataforma común que nos comunica pero no nos ancla. La pieza no es la misma nunca en tanto que su virtualidad mecánica posibilita su dinamicidad. Ocho tótems con un extremo plano y el otro cónico permiten  que se mantengan en pie, o bien su inserción en sendos orificios.  A modo simpatía como loi de participation entre su suelo y los entes que se insertan en él, los tótems tienen en su propio centro orificios, receptores virtuales de dos cilindros hechos de la misma arcilla.

Un cuenco funge a su vez como base y ofrece un par de esferas aplanadas en tensión con el vacío. Arroyo deconstruye la cerámica funcionalista entrando en diálogo con los objetos útiles convencionales, permitiéndoles adiciones fortuitas que le van guiando en la composición hasta el resultado final. La creación se presenta como una renuncia a la dirección planificada por parte del creador.

Tique no sólo interviene el diseño de la pieza. Ha robado el fuego prometeico, hurto doble, y lo ha llevado a los hornos donde se amasa la incertidumbre de sus designios. Arroyo permite la fractura, la resquebrajadura en sus piezas; deja obrar al azar que baila en la variación de temperaturas de la quema. El discurso final de la pieza es nítidamente fortuito en su proceso fuera y dentro del horno.

Todo lo que escribimos es un golpe 

al azar

que se estrella 
en lo que amamos. 

(Íñiguez, 2019: 10)

Hoy como ayer, pieza a la que Arroyo se refiere como «mi cru-cifixión», es un intento de conciliación entre la dualidad creadora y a la vez divisora que supone la completitud femenina de la madre en re-lación con la compleja dialéctica sobre dejar de ser y al mismo tiempo ser el padre.

Del eje horizontal en el que se extiende la cruz penden piezas que desde la dinamicidad se solidarizan o se rechazan y que en esta solidaridad de aceptación y rechazo esculpen la búsqueda identitaria de quien en madera las ha labrado.

Llegado a este punto, Arroyo se reconoce en su praxis de forma semejante a como lo hizo William Burroughs. Ambos, en un modelo que se acerca más «al modelo medieval que a las modernas explicaciones psicológicas, con su insistencia dogmática en que esas manifestaciones tienen que venir de dentro y nunca, nunca, nunca de fuera. (Como si hubiera una diferencia nítida entre lo interior y lo exterior). Hablo de una entidad poseedora definida» (Burroughs, 2013: 11). El dominio de Tique se desplaza de la arcilla al espíritu, de las sustancias materiales a las inmateriales. El alfarero sólo puede rendirse ante fuerzas a las que nunca se resistió en primer lugar.

Los númenes de esta posesión, Eros, Mnemósine y Tique, configuran un nuevo relato mítico-genésico: arcilla que por el encuentro fortuito de estas materias en la mesa de disección del alfarero dan vida y soplan el alma en un mismo movimiento.


Referencias

—Burroughs, W. (2013). Queer. Trad. Marcial Souto. Barcelona: Anagrama.

—Díaz Castelo (2021). E. Principia. Ciudad de México: Elefanta del Sur.

—Kerényi, K. (2021). Los dioses de los griegos. Trad. Jaime López-Sanz. Girona: Atalanta.

—Íñiguez, G. (2019). Instalación doméstica. México: Sombrario.


[1] «La extensión del hilo que asignan a cada mortal es decidida únicamente por ellas; ni siquiera Zeus puede influir en sus decisiones. Lo más que el señor de los dioses puede hacer es tomar su balanza áurea, de preferencia al mediodía y medir, por ejemplo, en el caso de dos oponentes enfrentados, cuál de ellos está condenado a morir ese día» (Kerényi, 2021: 63).

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