(Ciudad de México, 1984). Es periodista cultural, crítico de cine y traductor literario. Escribe en la revista argentina Otra Parte, así como en Nexos y Arquine.
En «La señorita Julia», Amparo Dávila no derrocha palabras, sino que las usa con tino y cautela; es decir, la elección de vocablos con los que cuenta el descenso de la protagonista es contundente. Publicado en el primer libro de cuentos de la zacatecana, Tiempo destrozado (1959), el relato es muestra fiel de su prosa, poblada de narraciones detalladas donde hasta el más ínfimo acontecimiento colabora para la realización total, apoyado en un lenguaje ceñido, preciso, elemental.[1] La ambigüedad y, por lo tanto, la misteriosa causa de la afectación de la señorita Julia se finca en la sucinta descripción de la casa que habita.
No hay acontecimiento narrado sin espacio descrito. La forma discursiva privilegiada para generar la ilusión del espacio es la descripción, que Luz Aurora Pimentel define como el lugar de convergencia de los valores temáticos y simbólicos de un texto narrativo.[2] En la obra de Dávila, a menudo descrita como un universo donde lo insólito explota enrareciendo la realidad, los valores expresivos del espacio, que se pueden considerar como arquitectura doméstica, anclan la anécdota del relato a la ambivalencia. Por ejemplo en «El huésped», quizá su cuento más conocido, donde una mujer se enfrenta a un extraño invitado que su marido trajo al regreso de un viaje, y que ocupa el cuarto de la esquina de la casa familiar.
En «La señorita Julia» la casa es el pantónimo, es decir, el punto focal a partir del cual se organiza toda la descripción del espacio, que Dávila identifica con la protagonista; la psique y el cuerpo de Julia son las de la casa. En el primer párrafo se encuentran cinco referencias precisas: 1) se dice Julia vivía sola en la casa de sus padres muertos; 2) que «la tenía arreglada con buen gusto y escrupulosamente limpia, por lo que resultaba un sitio agradable, no obstante ser una casa vieja»; 3) se insiste en que ella misma limpiaba la casa con agrado; 4) su prometido la acompañaba todas las tardes desde la oficina hasta su casa; 5) al oscurecer volvía satisfecha a su casa, luego de reunirse los domingos con sus hermanas y sobrinos. La casa de Julia no es un espacio compartido, sino un reflejo de su soledad.
El modelo descriptivo que forma el entramado del cuento no es taxonómico. Dávila no enumera las características de la casa, el único adjetivo que destaca es «vieja»; sigue un modelo cultural que, al carecer de referentes a espacios reconocibles, por ejemplo alguna ciudad, es atemporal y se pone en marcha para describir la vida de una mujer. La serie predicativa o la casa como sistema descriptivo es el punto de articulación de la significación simbólica o ideológica de «La señorita Julia»; como se verá en lo sucesivo, la relación que identifica a Julia con la casa permite ensayar la explicación de que su malestar repentino subyace en lo indeterminado, lo que no se nombra de manera explítica, pero que tiene una fuerza violenta y destructora.
¿Cuál es el origen de la inquietud que no la deja dormir? El cuento apenas lo esboza: «como la duela de los pisos era bastante vieja, Julia pensó que a lo mejor estaba llena de ratas, y eran éstas las que la despertaban noche a noche». La explicación, sin embargo, es voluntariamente insuficiente; la expresión «a lo mejor» plantea una hipótesis de la causa del insomnio. Julia, que vive en silencio el tormento de no poder descansar, decide tapar todos los orificios de la casa, no sin antes introducir raticida en ellos. El pudor y el recato son impedimento para que explique el motivo que afecta su trabajo a los compañeros de oficina, que la injurian inventando chismes de pasillo sobre su cansancio, y mucho menos que pida ayuda a Carlos de Luna, su prometido, porque teme que él piense que es desaseada y que vive entre alimañas. De nuevo hay una identificación entre las acciones de Julia (callar su pena) y las que se llevan a cabo en la casa (cubrir los agujeros). Aunque revisa a diario, Julia no halla ninguna rata; sin embargo, está segura de que algo está mal en su casa.
La casa como elemento principal de la dimensión descriptiva en «La señorita Julia» funciona de dos maneras: es un vehículo para el desarrollo del tema del cuento, la soledad y el silencio en la vida de Julia, y el lugar donde se forjan los valores simbólicos del relato, la violencia disfrazada de pudor. El título del relato guarda una referencia cultural importante que alude a la modestia. Según la Real Academia, «señorita» es una forma de cortesía aplicada a la mujer soltera. Cristina Rivera Garza, que toma a Amparo Dávila como personaje en su novela La cresta de Ilión (2002), considera que «el horror que explora en sus cuentos no sólo es el horror de la familia o de lo privado, sino más específicamente el horror de la violencia doméstica».[3] En el artículo «Al filo de la navaja», que aparece en la reedición de Árboles petrificados, obra por la que Dávila ganó el premio Xavier Villaurrutia en 1977, Marianne Toussaint escribe que en la obra de la zacatecana «son las mujeres las que son capaces de ver lo invisible». Las palabras de Toussaint sirven para argumentar que la señorita Julia no es una desequilibrada, sino que verdaderamente algo implícito, que no se desvela frente al espectador, pero sí en su consciencia, la afecta.
Son indicaciones importantes las que brinda Dávila cuando decide utilizar la palabra hogar para referirse a una casa como el contenedor de una familia («a menos que se le concediera la dicha de formar un hogar como a sus hermanas»; «así como cierta tranquilidad económica que le permitiera sostener un hogar con todo lo necesario y seguir ayudando a sus ancianos padres») y la religión («tan raras y difíciles de encontrar —sus relaciones con De Luna—, en un mundo enloquecido y lleno de perversión en aquel desenfreno donde ya nadie tenía tiempo de pensar en su alma ni en su salvación, donde los hogares cristianos cada vez eran más escasos…») para marcar la soledad de Julia. Como dice la canción, «una casa no es un hogar y un hogar no es una casa cuando no hay nadie a quien abrazar».
Luego de que sus hermanas y sus respectivos maridos escudriñan la casa sin suerte, de la ruptura de su compromiso con Carlos de Luna y del cese de labores en la oficina, Julia sigue buscando «aquellas ratas infernales que no la dejaban dormir». La economía descriptiva de Dávila se afila cuando la identificación entre el inmueble y Julia es total: «la señorita Julia se sentía como una casa deshabitada y en ruinas». Es la imagen de un grito silencioso. Se trata de la integración del espacio descrito con la protagonista. Julia, finalmente, no se sentía como en una casa deshabitada y en ruinas, era una casa sola y vieja.
[1] Luis Mario Schneider, «Nota introductoria», en Amparo Dávila. Material de lectura, Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM, México, 2010, p. 4.
[2] Luz Aurora Pimentel, «Mundo narrado 1. La dimensión espacial del relato», El relato en perspectiva. Estudio de teoría narrativa, Siglo XXI, México, 1988, p. 41.
[3] Cristina Rivera Garza, «Reescribir “El huésped”; reescribir todo», Letras Libres, México, 2020, https://www.letraslibres.com/mexico/literatura/reescribir-el-huesped-reescribirlo-todo (consultado el 17 de diciembre de 2020).