Instrucciones para dictarle coordenadas de movimiento a un robot

Idalia Sautto

(Acapulco, 1984). Su publicación más reciente es Star & Rats (Alacraña, 2023).

De lunes a viernes me dedico a imprimir y editar todo tipo de publicaciones. Algunas muy lindas, como ensayos o fanzines gráficos, y otras impresas, igual de importantes, como recetas médicas y hojas de remisión. Cuando coincido con alguno de mis compañeros de estudio vamos a comer a un restaurante llamado La Tía. El camino es en línea recta, exactamente cuatro cuadras. Cruzamos una avenida amplia, que tiene un camellón con plantas salvajes en donde de vez en cuando echamos el residuo de café que sale de nuestra cafetera. De ida siempre caminamos por la acera izquierda, de regreso vamos por la acera de enfrente, no sé bien por qué hacemos eso. No lo había pensado hasta la semana pasada.

Hace exactamente siete días, al pasar por esta calle cayó de un tercer piso, justo después de que yo caminara por ahí, una lámina de metal con una chimenea. Si hubiera pasado diez segundos antes esa lámina me hubiera caído en la cabeza, seguramente me hubiera matado o dejado en situación crítica. Volteé y vi el pedazo de lámina, luego miré a los ojos a Mariano. Atónitos y sorprendidos. Sólo dijo algo que se estaba revelando ahí: «Eso te hubiera podido matar». «Sí», respondí. Seguimos nuestro camino.

¿Cuántas veces estamos a punto de morir por un accidente?, ¿cuántas veces estamos a punto de conocer a alguien que nos cambiará la vida y no la conocemos?

Conocí a Abril Castillo en una fil Guadalajara en el 2009. El mismo año en el que recibí un premio de una editorial que prometía ser una opción independiente en la literatura infantil y juvenil. Cuando me hice amiga de Abril en Facebook nos dimos cuenta de que nuestros contactos en común eran compañeros de la primaria, como si hubiéramos cursado la misma infancia. Indagando un poco más resultó que ella entró a tercero de primaria cuando yo salí de esa escuela. Mi mejor amiga de ese entonces, Vero Chávez, fue su mejor amiga ese año que me cambiaron a otra primaria. Una primaria en donde conocería a Luis David, que sería compañero de Abril en la secundaria. Así estuvimos involucradas con personas de nuestra infancia sin nunca conocernos. Es una verdad que las posibilidades de conocernos en 1991 eran altísimas, también porque después del divorcio de mis padres nos fuimos a vivir a un departamento que estaba tres pisos arriba del departamento donde vivía el tío de Abril. Mi mamá solía hacer el súper en DeTodo de Avenida Universidad, adonde Abril también acompañaba a su mamá. Nunca nos cruzamos. Fue hasta el 2009 que sucedió el encuentro de la forma más extraña posible. Nos presentó un ultrafamoso de la literatura infantil y juvenil: Javier Sáez Castán, conocido por ser el autor del Animalario que tiene publicado en el Fondo de Cultura Económica y traducido a veinticinco idiomas. Javier, a quien tenía escasas seis horas de conocer, se había sentado junto a mí en el vuelo de la Ciudad de México a Guadalajara. Ambos estábamos finalistas de un premio de literatura infantil y juvenil, y competíamos por un cheque de diez mil dólares. Javier ganó el primer lugar, yo gané el segundo, ambos fuimos publicados por la misma editorial. Por este motivo fue que nos conocimos y cuando platicó conmigo me dijo que tenía que conocer a una chica que también escribía y que además era ilustradora.

Cuando hablé con Abril por primera vez le conté que también me interesaba ilustrar. Me recomendó entrar a un diplomado en ilustración, mismo que hice durante el 2010 y que también cambió mi vida y mi forma de acercarme a la hoja de papel a la hora de hacer un dibujo. Yo hacía ilustraciones cotidianas en una libreta, pero nada realmente profesional o con alguna técnica, todo lo hacía con una pluma fuente. Me gustaba hacer bitácoras visuales, pero no entendía mucho de ilustración.

Siento que estar con Javier y con Abril era una forma de comenzar una nueva vida. Una manera diferente de observar el mundo que hasta entonces no había cuestionado desde ese lugar, y me refiero a comenzar a traducir mi vida cotidiana desde la gráfica.

No sé si eso tiene que ver con el azar. Lo estoy contando porque quiero creer que sí, que en ese momento aún creía que las cosas que me estaban sucediendo, como la tabla que casi me mata la semana pasada, tenían una razón de existir, un azar que hacía efecto en mi vida porque así debía ser.

Hace unos minutos le contaba a mi mejor amiga qué curioso es escribir un texto sobre el azar ahora que he dejado de creer en él. Yo era fiel devota del azar. Los primeros veinte años de mi vida estaban cifrados en el azar, de una u otra manera, podía narrar todo lo que me pasaba gracias a estar en «el lugar correcto, a la hora correcta, en el momento correcto». El azar es algo que pudo o no haber ocurrido pero que sí ocurrió.

En segundo de primaria yo estaba enamorada, si eso puede decirse de una niña de siete años, de un niño que no sólo iba en mi primaria, también estaba en la acuática en donde nadaba por las tardes. Óscar Lima Carrión. ¿Por qué me acuerdo de su nombre y apellido? Siento que es un efecto de esos años. La repetición de los nombres, uno a uno, la lista completa, durante todo el año escolar, el orden alfabético. Óscar Lima Carrión volvería a estar presente en la preparatoria, cuando mi mejor amiga de la secundaria compartía la banca del cum con él. Nunca me volví a acercar a ese niño, o ese adolescente. Siento que si hay una contraseña para acceder de lleno al terreno del azar es ese nombre: Óscar Lima Carrión, es mi ábrete sésamo, mi forma de rezarle nuevamente a la posibilidad de que las coincidencias ocurran.

Antes del internet, de las redes sociales, de poder googlear a alguien, no había mucho qué hacer para buscar a una persona del pasado o de nuestro propio presente. Es muy exacto el episodio en donde Malcolm conoce a una chica de Canadá en medio del tráfico, ese capítulo bien podría llamarse «La autopista del sur», y luego se pierden para siempre porque ella le da su teléfono y él no logra tomar el papelito que le da a través de la ventana. Se observan sabiendo que no volverán a saber nada uno del otro. La posibilidad de volver a encontrarte con alguien por puro y mero azar eran muy bajas o nulas… En esa posibilidad de la vida sin internet está cifrada Rayuela. Los encuentros entre los amantes están, la mayoría de las veces, echados al azar. Encontraría a la Maga… puede ser o puede no ser. De tener su WhatsApp, todas las veces hubiera dado con ella o hubiera podido evitarla a consideración.

Conocí a Abril Castillo en ese umbral. En el 2009 todavía era posible fantasmearte con el mundo. Desaparecer sin más. Pero nosotras decidimos vernos, ser amigas. Cuando me pidió mi correo, se dio cuenta que «cortazariana» era un tipo de nickname que también hubiera usado. «Mi tesis de licenciatura es sobre Cortázar», me contó.

¿Cortázar entraría en la lista de viejos lesbianos hoy en día?

Puede ser. Me he negado un poco a volver a leerlo, tengo miedo de que uno de mis grandes héroes de mi primera época como lectora se caiga. Tengo miedo de que Cortázar sea esa chimenea que me puede matar a mitad de la calle.

Óscar Lima Carrión también iba en el exea, así se llama la escuela a la que Abril Castillo entró en tercero de primaria, justo el año en el que a mí me cambiaron. Hoy, 2023, acabo de poner su nombre completo y bingo. El algoritmo quiere jugar conmigo. Sí, voy a tener suerte. Óscar Lima Carrión publicó en agosto de 2019 un artículo llamado: «A Generic Optimization Based Cartesian Controller for Robotic Mobile Manipulation», su traducción simultánea en Google es: «Un controlador cartesiano basado en optimización genérica para la manipulación móvil robótica». Óscar Lima Carrión y cuatro nombres extranjeros firman este paper. Observo su foto de perfil en una plataforma alemana que simula ser un Linkedln para ingenieros y es imposible no reconocerlo. Es exactamente la misma persona con la que compartí la banca y la alberca. Aunque sólo un par de veces pudimos intercambiar una mirada. Óscar Lima Carrión había hecho un juego con una hoja carta, «saca piojos», pero con diferentes opciones. Todo mundo quería jugarlo. Al final del recreo me lo regaló. No lo volví a llevar a la escuela por miedo a perderlo. Hace poco en una feria de fanzines encontré una carta escrita en ese mismo formato. ¿Qué significa un controlador cartesiano…? Mi madre es matemática. En menos de dos minutos, copié y pegué el título del paper en nuestro chat. Necesito otro tipo de traducción, una que sea amable y que me haga comprender lo que acabo de encontrar. Mi password dio con algo que burdamente estoy catalogando en el costal de los ingenieros. Y para mí todo lo que tiene que ver con ingeniería es aburrido, árido, mal escrito. Pero Óscar Lima Carrión parece que trabaja para una empresa alemana. Las últimas dos antologías que he editado, llamadas Blickwinkel, han sido coeditadas con el Goethe-Institut. Una coincidencia o un azar. Sigo indagando en la vida de mi compañero de primaria. Un Twitter abandonado en 2011. Retuits de basura. Tuits automáticos enviados desde el Waze… la app del tráfico. Aburrido, aburrido, aburrido. Una decepción. Este es el momento en que no debí forzar el azar. Dejar que Óscar Lima Carrión siga siendo eso, el niño que nadaba por las tardes. El niño que iba acompañado por su madre a la acuática. El niño con el pelo corto y la línea a un lado. El niño que un recreo decidió regalarme el juego que todo mundo quería.

En 2013, un año después de que viajé por segunda vez a Japón, Abril Castillo, en ese entonces consolidada amiga mía, me pidió escribir un libro que publicaría en su editorial. Era el número cuatro de una saga de guías de viaje a ciudades imaginarias. Para ese entonces tenía ya publicado Morinia, la ciudad de los sueños; Akab, la ciudad de la noche; Tun tun, la ciudad del corazón, y me pidió que escribiera la ciudad del azar. Siento que no fue una casualidad que justo yo fuera a escribir sobre el azar y todo lo que lo rodea: los juegos de mesa, los dados, las casualidades, la buena suerte, el trébol de cuatro hojas… en realidad, entre nosotras, siempre hemos creído que el azar no quiso que nos conociéramos cuando éramos niñas o cuando éramos adolescentes o en alguna fiesta de cualquiera de nuestros muchos conocidos en común, en fin. Yo le puse Nahita a la ciudad del azar. Muy inspirada en Narita, el aeropuerto nipón. Tenía que inventar todo sobre esta ciudad, qué se come, qué se puede visitar, lugares imperdibles, comidas típicas, etcétera. Ese año, como suceden las coincidencias o el azar, mi amiga dejó ese proyecto editorial. Nunca salió la guía para visitar la ciudad del azar.

En la información básica escribí lo siguiente: «Coloque un poco de saliva detrás de los oídos antes de subir a la ciudad. Ponga un botón rojo en su ombligo para impedir que la mala suerte entre a su cuerpo».

Mi madre responde después de veinte minutos el WhatsApp con un escueto: «Son instrucciones para darle coordenadas de movimiento a un robot». ¿Óscar Lima Carrión habrá leído alguna vez las instrucciones que vienen al comienzo de las Historias de cronopios y famas? Ese libro maravilloso en donde vienen instrucciones para ver unos cuadros, para darle cuerda a un reloj y para subir una escalera. En la Sogem teníamos un profesor que nos dejó como ejercicio literario escribir instrucciones. Yo no lo pude hacer. Tenía veinte años y no podía escribir ninguna ficción, me costaba trabajo jugar y estar adentro de una, por mínima que ésta fuera, como hacer instructivos… Si no podía creer me era imposible comenzar a escribir. Pero recuerdo que Mariano, mi amigo y compañero de estudio que estuvo a punto de presenciar mi muerte hace una semana, en ese entonces escribió Instrucciones para sentir vértigo. Y en uno de los puntos se aconsejaba leer a Lezama Lima, lo que me hacía mucha gracia, porque en efecto leer Paradiso es como ingresar a un vértigo automático. «Instrucciones para dictarle coordenadas de movimiento a un robot» hubiera sido un mejor título para el artículo que Óscar Lima Carrión et al. publicaron.

Hace unos días, Abril Castillo, por quien estoy relatando todos estos sucesos, me escribió para decirme que había una convocatoria de una revista con el tema del azar. ¿Debíamos escribir cada una su versión de los hechos?, ¿debíamos relatar cómo estuvimos a punto de conocernos y cómo se cruzaron nuestros caminos de muchas formas, pero sólo estuvimos frente a frente esa FIL Guadalajara del 2009? Lo interesante aquí es decir que del 2009 al 2023 han pasado muchos años, en los que Abril y yo hemos construido una amistad. Nos hemos alejado y acercado, enojado y platicado, pero siempre ha triunfado el cariño y, valga la redundancia, la amistad. Entre 2018 y 2022 hicimos un reto de escritura en la que ambas dialogamos semana con semana diferentes temas personales. Y antes y durante la pandemia lidereamos el podcast Canal de Panamá. Nuestra amistad, más allá del azar y de Cortázar y de cualquier frase famosa sobre encuentros fortuitos, tiene que ver con querer ser amigas y estar ahí cuando se necesita a los amigos, en los muy buenos momentos que tiene la vida y en los no tan buenos.

Me alegra no haber muerto hace siete días regresando de comer. El azar guardó algo bueno para mí.

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