Mundo pequeño

Abril Castillo Cabrera

(Morelia, 1984). Su libro más reciente es Tarantela (Antílope / UANL, 2019; Animal Extinto, 2023). Colabora en varios blogs, que recopila en abrilcastillocabrera.com

Querido F.:
El azar no existe.

Recuerdo cuando de tarde
me leías en voz alta
los libros de Paul Auster.
A esa edad y contigo
creí que toda la magia
cabía en un cuaderno rojo.

Lo que más me atrajo de S., 
cuando al fin te dejé, 
fue que sus papás no lo mantenían.
Él les mandaba dinero.

Su papá se murió en 2021.
Hay o hubo una foto de Google Streets 
donde su padre sale sacando la basura de su casa. 
La app le blurea la cara 
pero S. sabe que es él. 
Por su gorra, 
por su gesto, 
porque está saliendo por la puerta de su casa 
y quién más saldría por ahí que un habitante, 
quién que se vaya en esa ida, 
huida, 
despedida por excelencia 
que es la muerte, 
no saldría por la puerta de su casa 
para siempre. 

Así como Max, cuando se fue,
a esa isla llena de monstruos
donde sólo una era mujer
y volvió,
es cierto,
porque extrañó a su madre.

El padre de S. congelado en el umbral 
por toda la eternidad, vuelto pixel. 
El carro de Google y sus cámaras 
lo captaron en ese momento 
y S. a su vez 
hizo captura de esa foto 
para quedársela para la posteridad.

El presente es la única posibilidad.
Estar donde estás porque la casualidad te llevó ahí,
luego de una mezcla complicada de posibilidades.
Pero no sé exactamente en dónde me puso
o de qué estoy tratando de hablar.

Amamos a quien amamos 
una y otra vez 
hasta que aceptamos 
amarnos a nosotros mismos 
o nos damos cuenta 
de que el amor 
da igual.
Ser adolescente para siempre 
o seguir vivo.

Cortázar tiene la palabra azar en su nombre.

Pensaba en mis abuelas,
en mi nacimiento 
el mismo día que mi abuela Paz.
Y cuando me salió el tumor idéntico 
que a mi tita.
¿Son una casualidad 
o son mi destino esas coincidencias?
¿Nací como una,
moriré como la otra?

Todo lo que creía del amor 
cuando leí Rayuela en la prepa 
y lo que creo ahora 
se fueron en caminos opuestos.
El amor es algo que eliges,
no esa lluvia que te cala hasta los huesos
ni el desamor, 
unos calcetines mojados 
el resto de la noche.

Ser adolescente para siempre 
o seguir vivo.
(O ser mujer y sobrevivirlos a todos.)
(Incluso sabiendo que la barredora borrará el dibujo mañana.)

El amor es algo que construyes.
El azar es un juego de hombres 
que creen en la magia 
sin entender 
qué es la magia.

A veces sueño contigo, 
el horror adolescente, 
haber estado cerca de morirme 
si no salía de ahí.
Y estoy aquí 
en la cama recordando 
lo que soñé 
y pensando qué escribir.
La pesadilla.

Soñé que le gritaba a mi mamá 
en el departamento de Copilco,
en el primero donde vivimos,
que qué edad tenía.
Y ella lloraba como niña chiquita 
y le insistía: 
Dime qué edad tienes ahorita.
Y con eso
ella dejaba de llorar.

Me acordé de la prepa 
del día en que una antropóloga 
nos dio una plática.
Ella decía que creíamos que el amor 
era algo imposible de adivinar,
pero que era muy probable 
que termináramos andando 
o hasta casados 
con alguien de ese mismo salón 
y, si no, 
de esa misma escuela.
Tiró por la borda a Cort-azar.
Y muchos sí acabaron casados,
a la fecha
entre sí,
o por un tiempo.
Nos leyó el futuro.

Yo, sin ir más lejos,
acabé contigo por muchos años.
Y con el tiempo 
esos mismos círculos siguen coincidiendo.

Un viaje te saca:
otra ciudad
una escuela
la consciencia
de que la magia
no existe.

Terminaría conociendo a Idalia
se volvería mi mejor amiga
a los veintitrés.
Aunque siempre estuvimos para encontrarnos,
tuvimos que estar en otra ciudad
haciendo las mismas cosas.
Un padre en la pareja
dibujos con palabras
una feria
un amigo español que nos dijera:
Sean amigas.
Es bonito 
azaroso
interesante
cuánto nos tardamos en conocernos
es mágico
que seamos tan amigas
ella y yo.
Pero según la teoría de la antropóloga
era muy probable que acabara pasando.

El azar es una óptica.
El azar no existe.
Lo que sí existe
es el libre albedrío.

Nos conocimos 
Idalia y yo
porque era obvio;
acabaría pasando.
Pero si seguimos siendo amigas
no es por causa de la casualidad.

Si los destinos existen, 
¿qué chances hay para el azar?

Por eso todos los personajes de Paul Auster 
están atrapados en cuartos o situaciones 
de las que 
por más que le hagan 
no logran salirse. 

Por eso Oliveira es un imbécil. 
El tipo de imbécil 
que se soprende 
de que cada mañana salga el sol 
y de que cada noche 
en el atardecer desaparezca. 
El tipo de imbécil que piensa 
como si se tratara de un acto de magia 
la suerte de que haya 
comida en el refri 
y que la ropa siempre
aparezca limpia y fresca. 
El tipo de imbécil 
que no ve ni siquiera a esa mujer primigenia 
que hacía la sopa,
la ponía en la mesa. 

Y como Max: 
el tipo de imbécil 
que se soprendía de que al volver de sus aventuras 
en el País de los Monstruos
la sopa siguiera caliente.

Querido F.:
Gracias por haber sido mi padre 
cuando necesitaba uno.
No sé si sin ti habría logrado 
entrar a la universidad.
(Probablemente sí.)
(Aunque por mucho tiempo pensé que no.)
Me alegro 
de que hayas encontrado a una madre
para tus hijos
y haberme hecho ver
que yo no quería una
que yo no quería ser una;
o no haberme hecho ver nada,
haberme ganado tiempo
sin hijos.

Porque el destino no es algo que alguien,
un hombre,
sepa de antemano
y que ayude a una mujer a descubrir
—porque las cosas van pasando sin sentido ni gloria
y ni el azar ni los destinos existen—.

Cambiamos.
Somos una nueva piel
todos los días.
Y todos los días
el verdadero amor, 
que sería imposible encontrar a la vuelta de la esquina,
se reconstruye.

Somos sus cimientos.

El destino es una cárcel
pero también lo es el azar

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