(Guadalajara, 1989). Autor de El poema místico en la poesía mexicana contemporánea: Hacia una tipología (Universidad de Guadalajara, 2017).
Nos consuela contarnos que en forma alguna hemos dominado la naturaleza. Hijos babélicos de una cultura judeocristiana, durante siglos hemos ejercido la supremacía, prescrita en el libro del Génesis, de lo más otro que está allá afuera: aquello que cada cultura ingenuamente, como si en efecto lograse discernir, ha querido consignar en la esfera de «natura». Se trata de la ilusión, por otro lado bastante útil al biopoder, de civilización versus barbarie.
Uno de los triunfos más celebrados de esta quimera son las ciudades, estas hostiles geografías de humo y acero. Ellas, sus edificios son ya irremediablemente, como tantea Laura Torres i Bauzà, inhabitables:
Parets que immobilitzen el brot d’un indòcil viure a l’inrevés. Cossiols reomplerts d’arrel que sempre topen amb la forma d’un cilindre.[1]
Laura escribe en el dialecto de la lengua que habla, el mallorquí, ese catalán insular del que tanto se precia haber escrito Ramon Llull (1232-1316) al tiempo que Dante lo hacía en toscano, ambos todavía en un contexto de dominación escritural latina. El sujeto lírico en L’inhabitable (2016)[2] se cuela como la humedad en los velos de concreto de esta ilusión y se encuentra con un mundo lleno de una nada limitante, de la que, sin embargo, surge el deseo punzante de volver a algún origen posible anterior al mundo dado:
Com bèstia dins d’una vidriosa esfera, queda insistència. Tornar a encaixar la petja per reomplir-la un últim cop d’aquesta malaltissa ànsia d’inici.[3]
No queda ya espacio en la propia casa; este miasma de nada lo ocupa todo y en estertores más de nacimiento que de muerte comienza también a robarse el aire:
Les habitacions plenes al límit.
Prenyades de res,
d’antulls del que ha estat,
de suposicions del per fer.
Tot tan massís
que l’aire s’acaba.
Tal com si l’allò
s’hagués decidit a respirar.[4]
La hostilidad del espacio lleva al sujeto lírico a la paradoja de verse forzado a habitarlo. En el mismo poema el yo le muestra a un tú lírico que ambos, yo y tú, todos inmersos en tanta civilización, quedamos reducidos a nuestra condición bestial:
Saps tan bé com jo que no pots viure a la intempèrie. I de cop i volta et tornes boig. Em mires com un orfe amb tots els teus queixals i ungles, recobert d’una pell que pot partir. Saps tan bé com jo, que ets una fera humanitzada.[5]
Laura Torres se da cuenta de que el último contenedor que nos encierra es el cuerpo y que sólo a través de nuestros fluidos erotizados, sangre que es mar, es posible lúbricamente librar ese reducto y, hechos balsa, zarpar a bordear el cuerpo de otro.
También el torturador de El jardín de los suplicios (1899), de Octave Mirbeau, sabe que la piel es tan sólo una capa que encierra algo que es aquí pero que está más allá. Entregado a su labor artesanal, refinadamente se dedica al suplicio de dejar en carne viva a quien el biopoder chino del momento entrega a este castigo. Al final, lo que nos encierra no es un espacio, ni tampoco nos encierra el cuerpo. Nos encierra eternamente entre las bestias y los dioses una condición contingente, de no ser ni unos ni los otros.
Me complace que la mayoría caigamos constantemente en la ilusión de Atila: «por donde pasa mi caballo no vuelve a crecer la yerba». ¿Qué fantasía, qué mentira más elaborada hemos necesitado contarnos? ¿y para qué? La extraordinaria fuerza de vegetación, lejos de haberse agotado con el tiempo, actualmente se activa con los residuos de los presos, la sangre de los supliciados, todos los detritus orgánicos que deja el gentío cada semana y que, cuidadosamente recogidos, hábilmente trabajados con los cadáveres cotidianos en pudrideros especiales, forman un poderoso compost que las plantas asimilan vorazmente, cosa que las hace más vigorosas y más bellas.[6]
El jardín de los suplicios es el único Edén posible; hortus amoenus pero nunca hortus conclusus. Estamos aquí todos los supliciados alimentando eternamente los ciclos de la Naturaleza, eso otro carente de la más grande mentira que nos hemos contado: el sentido
[1] Paredes que inmovilizan / el brote de un indócil / vivir al revés. // Tiestos llenos de raíces / que siempre topan / con la forma de un cilindro.
[2] L’inhabitable (eixarms, Cabrera de Mar, Cataluña, 2016) se hizo acreedor del premio Amadeu Oller que otorga desde 1965 el barrio de la Bordeta de la ciudad de Barcelona.
[3] Como animal dentro / de una vidriosa esfera / queda insistencia. // Volver a marcar la huella / para rellenarla una última vez // de esta enfermiza ansia de inicio.
[4] Las habitaciones llenas al límite. / Preñadas de nada, // de antojos de lo que ha sido/ de suposiciones del por hacer. // Todo tan concreto / que el aire se termina // tal y como si aquello / se hubiese decidido a respirar.
[5] Sabes tan bien como yo / que no puedes vivir a la intemperie. / Y repentinamente te vuelves loco. // Me miras como un huérfano / con todas tus muelas // y uñas / cubierto de una piel que puedo partir. // Sabes tan bien como yo, / que eres una fiera humanizada.
[6] Octave Mirbeau, El jardín de los suplicios, trad. de Lluís Ma. Todó, Impedimenta, Salamanca, 2010, p. 146.