Padre nuestro

Denise Phé-Funchal

(Guatemala, 1977). Es autora de Ana sonríe (F&G Editores, 2015).

Patio de tender. Paredes grises y cinco o seis cuerdas para la ropa. El espacio es estrecho. A lo largo de la pieza, las paredes se irán cerrando sobre la Chica conforme pasa la escena. Una muchacha joven, lleva una falda larga, delantal, blusa blanca también de manga larga, el cabello recogido en cola y cubierto con un pañuelo. Su apariencia recuerda a algunas hermanitas de iglesias protestantes conservadoras. Lleva dos baldes llenos de ropa, uno pequeño con calcetas de colores y otro más grande o más lleno con ropa blanca (camisas, blusas, delantales, sábanas). La luz comienza tenue y va aumentando en intensidad hasta que al final de la pieza es tan fuerte que casi la oculta.

La Chica lleva una mascarilla que se quita al entrar en escena y la cuelga en la primera fila. Comienza a tender la ropa de color, al fondo, en el último lazo. Tararea una canción. Comienza a hablar cuando ya ha llenado al menos la mitad del primer lazo. Cada pieza que cuelga es sacudida primero y planchada con las manos después. Debe ser un proceso lento y cuidadoso.

CHICA: Sólo acá puedo hablar con vos libremente. Adentro, aunque tu imagen está por todas partes, no puedo. Quizás es porque en las esculturas y en las reproducciones de pinturas que adornan la casa estás siempre con los ojos cerrados o casi y, la verdad, me da pena molestarte. Me imagino que estar ahí, clavado a esa cruz eternamente en mi casa y en la de tanta gente, ha de ser molesto, doloroso. Alguna vez vi en la tele —antes de que mamá la monopolizara— un documental sobre lo que pasa en tu cuerpo cuando te crucifican. Entendí que por eso no me hacías caso, así que prefiero hablarte acá. Sabés —como dicen que lo sabés todo— que no me gusta que la gente no me vea a los ojos cuando le hablo y acá —y como dicen que estás en todas partes— me gusta imaginar que me ves, que tenés los ojos abiertos y que estás más vivo que mártir y agonizante, que estás como en las imágenes de mi Biblia para niños, sonriente y hablando con los discípulos.

[Pausa larga. Suspira].

Tengo meses, desde que empezó todo esto, de no ver a mamá. Esa misma noche, cuando llamaron a cadena, dijo que tiene todas las características para contagiarse y que papá, que se encarga de la empresa, dormiría en la habitación que era de Carlos. Haló una mesa con rodos para su cuarto y le pidió a papá que metiera la televisión. Me dijo que pusiera la mesa del jardín junto a la ventana de su habitación y que por ahí le dejara cada día el portaviandas con comida, un pichel con agua tres veces al día, un termo con té por la mañana y otro por la tarde, papel toilette, jabón y otras cosas que se ofrezcan, las pide con un papelito que deja en el pichel. Antes de cerrar la puerta, me dio un beso en la frente, acarició mi mejilla y mientras me arreglaba las trenzas, vio directo a papá a los ojos y antes de cerrar la puerta, miró a papá directo a los ojos y murmuró algo sobre una señal y el pastor.

[Pausa, suspiro. Silencio. La Chica parece escuchar algo. Comienza a hablar y sigue tendiendo ropa. Plancha con las manos despacio cada pieza mientras habla].

Dicen que sabés todo pero prefiero hacerte el resumen por si la asfixia por la crucifixión que has sentido por siglos, te había adormecido mientras todo esto pasaba. [Pausa corta]. No la extraño, a vos no podría mentirte como al pastor. Vos sabés que no, que ella siempre ha estado encerrada, que siempre ha sido una mamá sombra, de pocas, mínimas palabras. En realidad, le digo a papá y al pastor que sí, que la extraño tanto, aunque en verdad apenas recuerdo su voz, porque los escuché hablar en el garaje. No oí todo, quizá vos sí y podás decirme. Pero el pastor, con las manos sobre la cabeza de mi padre, le decía que estuviera atento a las señales de mi olvido, que sólo así tendría tu permiso para [pausa larga, la Chica deja caer los brazos a lo largo de su cuerpo, mira hacia el piso y luego retoma] para algo que no escuché pero que temo.

[Cuelga una sábana e intenta tararear la canción del inicio].

Quizá el único que lograría que mamá salga de la habitación y que convencería a papá de colocar de nuevo la puerta de la mía sería Carlos, pero con todo esto y lo peligroso que esos países creen que es venir a estos países, quién sabe cuándo volverá a visitarnos. [Pausa]. Quién sabe si volveré a verlo. Sé que mamá está bien porque come todo lo que le llevo en el portaviandas y porque la tele está prendida todo el día y siempre deja papelitos para pedir jabón, papel, perfume, cuadernos, un libro de oraciones… ¿Y papá? Papá apenas habla, además ya sabés, también es un hombre más de miradas que de palabras, me basta verlo para saber si quiere o no caldo, si le gusta o no la sazón de la comida, si su camisa está o no bien planchada. Sale.

[Las paredes comienzan a cerrarse desde este punto, poco a poco, sobre ella].

Él es el único que sale de casa. Ese día, el día que anunciaron todo me pidió las llaves de la casa, tomó las llaves del auto, el control del garaje, encerró las escaleras en la bodeguita y dijo que hasta que todo afuera sea seguro, todo volverá a la normalidad. A la mañana siguiente, temprano, tempranito, salió y volvió con mascarillas, caretas, guantes, alcohol en gel, una de esas alfombras para limpiarse los zapatos, desinfectante y un botiquín con todos los medicamentos que se supone ayudan por si uno se enferma. Me ordenó que desde ese día usara siempre mascarilla. Siempre.

[Las paredes se cierran un poco más].

Luego de algunos días me dijo que me parezco mucho a mi mamá.

[Pausa. Suspiro, la Chica responde a una pregunta].

¿La U? En línea…. Lo malo es que el semestre está por acabar y aunque se supone que para el próximo tendremos la opción de ir, papá no quiere. Yo hubiera querido volver, sentarme en las bancas dejando el espacio necesario, platicar con los compañeros, pedir un café y [ríe] entras en la paranoia de si lo prepararon con todas las medidas de seguridad, pero nada. Papá no quiere. Dice que tiene miedo de que me pase algo, más ahora que se ha dado cuenta de que me parezco tanto a mamá, se le ha despertado un instinto de protección muy fuerte. Tanto que hasta guardó toda mi ropa porque dice que escuchó que es mejor usar mangas largas, telas que cubran todo el cuerpo. La verdad ya ni sé. Mi internet sólo funciona en las horas de clase porque él tiene miedo de que crea en noticias falsas y quiera salir o que mis amigos me den información falsa que me ponga en contra de él. «Es por tu bien», dice el pastor mientras me da unas palmaditas en la rodilla.

[Las paredes se cierran un poco más].

No hago más que barrer, trapear, lavar la ropa, cocinar, tender para no volverme loca. Sobre todo lavo y tiendo para poder hablar con vos y para quitarme la mascarilla. Papá colocó cámaras por toda la casa para asegurarse de que no me la quito, sólo hasta acá no llega la señal, así que puedo venir y hablarte. Dice que no quiere exponerme a sus miasmas, ni a las del pastor que nos visita cada semana.

[Aumenta la intensidad de la luz].

Veinticuatro horas, la mascarilla, veinticuatro. Desde que quitó la puerta de mi habitación y se pasó a la de Carlos, que está justo enfrente, siento que me vigila todo el tiempo. Sé que me vigila todo el tiempo. Le pregunté por qué lo de la puerta y dijo que tiene miedo de que haga lo mismo que mi hermana. Lucía. ¿Lucía está ahí contigo? ¿O es cierto que condenás a los que toman el fin de sus vidas en sus propias manos? Yo no sé qué pasó con ella, yo era tan chica. Recuerdo que lloraba por las noches, que dejó de comer, que se miraba pálida, que esa tarde que me pidió que la dejara un momento sola en la habitación, me dio un beso en la cabeza y me dijo que la disculpara por no tener la fuerza para defenderme. De ahí sólo sé que mamá gritaba, que papá gritaba, que Carlos lloraba en un rincón y decía bajito que se iría. Sólo vi el brazo de Lucía a un lado de la cama. A ella papá también le decía que se parecía a mamá.

[Las paredes se cierran un poco más y crece la intensidad de la luz. Suspira].

Dice que el virus vuela por el aire, que no sabemos dónde está, que por eso es mejor que use la mascarilla todo el tiempo. Te habrás dado cuenta, porque he puesto mi Biblia de niños abierta en una página en la que tenés los ojos bien, bien abiertos, que se enojó horrible cuando se dio cuenta de que me quitaba la mascarilla para dormir sin ella bajo la colcha. Me sacudió y me regañó. ¿Te acordás? Dijo que tiene tanto miedo que se despierta a verme por la noche, que además, le gusta verme dormir porque me parezco tanto a mi mamá y que la extraña tanto, mucho, que mis párpados y pestañas, que mi pelo, que la forma de mis ojos, el contorno de mi rostro, que mis cejas son tan parecidos a los de ella que… que lo alivia verme dormir.

[Las paredes se cierran un poco más y crece la intensidad de la luz].

Entonces se enfureció, vos lo viste, sé que lo viste. Sorbió los mocos, se paró, me tomó la cara y me dijo: «Duerme como te digo. Dame ese consuelo de ver a tu madre en ti. Duerme con la mascarilla porque cuando no la tenés, tu boca, ese rictus amargo que ponés al dormir, me recuerda a tu abuela, a su desprecio perpetuo». Y eso quizá ya no lo viste porque él salió de mi habitación y ahí, en el pasillo donde colgás todo ensangrentado y mártir, me dijo «Quiero verte dormir».

[Las paredes se cierran un poco más y crece la intensidad de la luz. Pausa larga, la Chica cuelga una sábana, se toma el tiempo para plancharla con las manos].

Apenas duermo porque me pone nerviosa la posibilidad de su presencia. Apenas duermo y él me regaña porque dice que mamá sólo tuvo ojeras como las mías cuando lo de Lucía. Cuando empezaron los líos entre ellos tres, y cuando se fue Carlos.

[La Chica deja caer los brazos a lo largo de su cuerpo y se soba la falda y los brazos cubiertos por las mangas largas].

Con estas largas faldas y blusas largas de domingo en la iglesia, me parezco más a mamá.

[Silencio largo. Luz más fuerte. Las paredes se cierran de manera más brusca. La Chica se encoge, tararea y llora. Primero suave y luego más evidentemente].

¿Vos lo ves? ¿Vos lo ves entrar y verme dormir? ¿Funciona lo de poner la Biblia abierta ahí donde estás sonriéndole a los discípulos? ¿Vas a ayudarme, verdad? ¿Has visto cómo se sienta a la orilla de la cama y me destapa los pies? ¿Has visto cómo los mira, cómo descubre mis tobillos? ¿Has visto cómo se cerciora de que mi mascarilla esté bien puesta? ¿Vas a ayudarme, verdad? ¿O no?

[La luz crece casi al máximo, las paredes se cierran, ella deja de llorar, se levanta. Se queda fija, en silencio, con la mirada perdida y los brazos caídos a los lados. Terminará su parlamento con una voz mecánica. Las paredes terminarán de cerrarse sobre ella, la luz crecerá al máximo y el telón comenzará a cerrarse].

Padre nuestro, al que no le gustan las ojeras.

Padre nuestro, que esta noche me dará algo para dormir profundamente.

Padre nuestro, que me cuida y me protege.

Padre nuestro, que en mí ve a mi madre.

Padre mío, siempre ausente.

Padre mío, que sólo pregunta por mí en mi mente.
Padre mío que me deja en manos del padre nuestro.

Telón

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